Por Laura Di Marco
Todas eran risas en la reunión de la mesa chica de
Cambiemos al día siguiente de las primarias, hasta que un integrante del
círculo íntimo del Presidente planteó, en broma, un interrogante estratégico
muy serio. ¿Y si María Eugenia (Vidal) se equivocó al correr a Lilita
de la provincia? ¿Qué hubiera pasado si, en lugar de Esteban (Bullrich) hubiera
competido ella contra Cristina?
Idéntica pregunta, en el búnker de Costa Salguero,
llegaba a oídos de la propia gobernadora. Una colaboradora de Mariú Vidal, amiga
de la infancia, le deslizaba, en tono jocoso, un comentario que, en la
angustiante madrugada del lunes, también lograba colarse en la mente de muchos
argentinos, hipnotizados con el minuto a minuto de la pelea bonaerense. '¿No
será que tenés que hacer una autocrítica por haberte apurado a sacártela de
encima y, tal vez, con ella ganabas? ¡Decí la verdad! ¡La corriste para que no
te hiciera sombra!'. Vidal se rió y atinó a decir algo, aunque quiénes
estaban cerca no lograron escuchar la respuesta.
Un fantasma recorre Cambiemos: es Carrió. El
"lilazo" abrumador generó sentimientos encontrados de euforia y
preocupación.
El Presidente no tiene paz y, si antes de las
primarias, le tenía miedo a Cristina, ahora le tiene miedo a Lilita. Dos
mujeres antagónicas, aunque con una característica en común: la emocionalidad
imprevisible y desbordada. Un karma para Macri, que oscila entre la confianza y
la duda. Por momentos, cree que podrá lidiar con su díscola socia, crítica y
denunciante de su propio Gobierno; por otros, sin embargo, queda atrapado en su
propia incertidumbre, tal como blanqueó días antes de las primarias, en una
reunión de campaña: "Esperemos que Dios también nos ayude con ella
y la vaya encaminando", se sinceró, con desapego budista.
Sólo un presidente con escaso machismo en sangre y
muchos años de terapia pudo haber sido capaz de tolerar, durante un año y medio
de matrimonio político, las críticas recargadas de Lilita, que magullaron
públicamente a integrantes de su círculo íntimo y llegaron hasta él mismo.
Daniel Angelici, Gustavo Arribas, Silvia Majdalani y Jorge Macri fueron algunos
blancos de su filosa lengua mediática, siempre esquiva al eufemismo.
Carrió llegó a acusar al primo del presidente de
"connivencia" con el narco y lo corrió como candidato a senador del
territorio bonaerense. Macri, a regañadientes, lo aceptó. Otro cimbronazo
fuerte fue cuando sacudió a la Casa Rosada con la acusación de que
"todos" en el sistema judicial y político - incluidos sectores de su
propio Gobierno- protegen al ex ministro de Planificación, Julio De Vido.
La intifada contra Ricardo Lorenzetti amagó con
herir la institucionalidad frágil de la Argentina e irritó profundamente a sus
socios del Pro. Aquella irritación, que el jefe de Estado siempre se cuida de
acotar al ámbito privado, fue blanqueada, sin embargo, en el libro "Macri". Y
fue blanqueada por él mismo.
"Yo le pregunto a ella, cuando nos reunimos:
'¿te pusiste a pensar en qué afectas vos la gobernabilidad, cada vez que
atacas, por ejemplo, al presidente de la Corte? Porque no es normal que una
líder de la coalición de Gobierno ataque al presidente de la Corte.No pasa en
Uruguay; no pasa en Paraguay, no pasa en Chile, en Estados Unidos."
Al día siguiente del batacazo porteño, sin embargo,
Carrió apareció en tuiter en modo leona herbívora (igual que Cristina Kirchner,
es capaz de funcionar en ambas velocidades: leona herbívora y Cruella de Vil).
Lo hizo para ofrecerle "ayuda" a la gobernadora, ante quién se puso a
"disposición" para la batalla de octubre.
Pero, ¿qué significó políticamente el
"lilazo", más allá de los sentimientos encontrados? Primero,
convalidó en las urnas un liderazgo innovador, que consolida la figura de una
dirigente oficialista que, al mismo tiempo, es contradictora del jefe político.
Una configuración osada para una cultura política verticalista, cuyos voceros
argumentan, cada vez que pueden, que la socia descarriada le "hace
mal" al Presidente, cuando lo azuza en público. El último domingo, sin
embargo, los porteños contradijeron ese guión conservador convalidando el papel
de Carrió como superyó del oficialismo. Tal vez porque, como argumenta Fernando
Sánchez, un "lilito" que trabaja codo a codo junto a Marcos Peña, la
gente se "siente más segura" cuando Carrió controla a Macri.
El batacazo porteño la ubica, además, en un lugar
de paridad dentro de Cambiemos; ancla su lugar de socia: una novedad que
transforma a la coalición gobernante en un espacio político más amplio,
heterogéneo y complejo.
Las primarias convalidaron varias hipótesis del
duranbarbismo: Cambiemos ganó en varios distritos con candidatos poco
conocidos. Postulantes con un perfil ciudadano, parecido al de sus votantes. Y
ganó, también, con actrices nuevas: las mujeres, un desvelo de Durán Barba.
Tanto Carrió como Vidal parecen ser fruto de este nuevo clima de época, aunque
no solo ellas ayudaron a Macri en las Paso.
La secretaria privada de Gabriela Michetti, la
puntana Gabriela González Riollo, ayudó a resquebrajar el feudo de los
Rodríguez Saa, después de 34 años de hegemonía. Fue ella quién acercó a Claudio
Poggi, ex ladero de los puntanos y, junto con su jefa política, logró meter una
cuña opositora en un territorio que parecía alambrado. La dupla Poggi- González
Riollo, también candidata a senadora, sorprendió con casi el 60 por ciento de
los votos.
Con el 50 por ciento de los votos, Carrió superó
ampliamente la mejor elección de medio término que había hecho el Pro en la
Ciudad. Se trata de una marca de 2013, protagonizada por Michetti, en la que
obtuvo el 39, 26 por ciento de los votos. ¿Se envalentonará, entonces, con este
resultado histórico? Lilita sabe que se benefició del aparato que le proveyó
Rodríguez Larreta y hace la siguiente cuenta: el Pro tiene una base de 30
puntos en la Ciudad; 9 los provee la estructura política y 10, su candidatura.
Un típico ganar-ganar.
Macri y su mesa chica planean, para después de
octubre, un acuerdo político con el peronismo racional, envuelto en su propia
crisis de identidad. ¿Obturará Carrió con sus denuncias, que salpican a varios funcionarios
del PJ de la década K, un entendimiento en esa línea? Lilita es
anti-runfla, no antiperonista, retrucan a su lado, como prueba de su
forzada domesticación.
La necesidad de profundizar las reformas
macroeconómicas es una tarea pendiente del Gobierno. Carrió se negó, más de una
vez, a profundizar un ajuste ortodoxo o brutal. Incluso, militó y logró que se
revirtiera la decisión de la Anses de bajar los aumentos de las jubilaciones.
¿Peligra el avance de la reforma económica con un aumento de su peso relativo,
dentro de la Coalición? Como una vista previa, no sólo Macri se reúne en la
quinta Los Abrojos - el centro de su intimidad- a comer con su socia política.
Lo mismo hizo el ministro Nicolás Dujovne, antes de las primarias. En el
lilismo aseguran que Carrió ya habría dado luz verde a la reforma tributaria y
al recorte fiscal, de cara a reducir el insostenible déficit argentino.
La pregunta sigue girando en las reuniones de
Cambiemos y en la mente de Macri: ¿qué habría pasado si, como quería el Presidente,
Lilita jugaba políticamente en la Provincia? Interrogante contrafáctico, para
el que nadie tiene una respuesta, aunque todos la sospechan.
© La Nación
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