La pelea de Cristina
y el peronismo cruzó al mundo de
la justicia y promete empeorar. Freiler y
votos.
Por Ignacio Fidanza |
El peronismo enfrenta la dificultad clásica de una crisis de
liderazgo. Con una Cristina que prevalece pero no hegemoniza. El resultado es
el desorden y la dificultad para trazar un plan posible de acá al 2019, cuando
vuelva a discutirse el poder.
Los gobernadores que impugnan el rumbo elegido por la ex
presidenta, apilados, han sacado menos votos que ella.
Sólo con sumar los
resultados del kirchnerismo puro en provincia de Buenos Aires, Capital y Santa
Fe, los supera en varios cuerpos. Y a eso hay que agregarle los triunfos en
Chubut, Tierra del Fuego y Río Negro.
Se dice de manera liviana que la ex presidenta es un
fenómeno político en retroceso y encapsulado en la provincia. La mirada
desapasionada del resultado del domingo matiza esa hipótesis, que sirve para
contrastar con un movimiento que fue mayoría, pero sigue de largo si se pierde
de mirar el presente.
A los resultados mencionados, interesa sumar lo ocurrido en
los distritos más refractarios. En Córdoba, el kirchnerismo se ubicó en tercer
lugar y rozó los diez puntos, un resultado por encima de otras elecciones. Y en
Salta, otro territorio hostil, también se ubicó en la tercera posición, esta
vez con 17 puntos. De manera que un paneo al interior del peronismo la ubica
como la expresión más votada.
Quienes se oponen a su liderazgo sostienen que obtura un
giro al centro, necesario para recuperar el poder. Acaso tengan razón, pero no
tienen votos suficientes para imponerla. Ese proyecto tenía nombre y apellido:
Sergio Massa. El único que aparecía con potencial electoral para construir una
opción superadora. Por eso, su caída fue el triunfo estratégico del macrismo,
que le permitió al presidente inyectarle esteroides a la posibilidad de una
reelección.
Un escenario posible del 2019 es una Cristina nacionalizando
Unidad Ciudadana, dejando al PJ con un armado famélico, que proyecta en
Randazzo la foto de un futuro de catástrofe. El PRO no puede pedir más.
Este dilema profundo, entre los que tienen los argumentos y
la que tiene los votos, es lo que está deslizando al peronismo a una guerra sin
cuartel, que agrava en lugar de resolver sus diferencias.
El senador Miguel Ángel Pichetto pegó debajo de la cintura
cuando habilitó en un paso de baile con la Casa Rosada y la Corte Suprema, la
caída del camarista Eduardo Freiler, uno de los últimos retenes de las causas
de corrupción que asedian a la ex presidenta.
Cristina ya demostró que puede sacar demasiados votos sin la
estructura del Estado, sin carteles, embargada, casi sin hacer campaña. Le
basta con transitar desde su piso de la coqueta Plaza Vicente López a las
oficinas del Instituto Patria, mientras mecha algunos post en Facebook, Twitter
y Telegram. Habrá que aceptar que la Argentina tiene, al menos, de un 20 a un
30 por ciento nacional de adherentes a la versión cristinista del populismo.
Como dato estructural.
Por eso, la pelea va a seguir y se va a poner fea. Ahora la
amenaza se cierne sobre su hija Florencia, la única sin fueros.
El cruce áspero de política y justicia no es nuevo. El
kirchnerismo usó y abusó de ese recurso, como de tantos otros, y no muestra
arrepentimiento ni ofrece garantías de que no volvería a hacerlo. Por eso, los
únicos corderos, si es que los hay, son los que miran el juego desde afuera.
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