Por José Carlos Llop
Uno de los síntomas de la degradación contemporánea
es la abolición del tosco y popular dicho ‘perro no come perro’, tan conocido y
usado en las redacciones de periódico. Medida de protección gremial o no, un
periodista nunca atacaba públicamente a otro y si lo hacía –en contadas
ocasiones– era entre medios rivales y como excepción derivada de tensiones
empresariales o políticas.
Recuerdo por ejemplo los mordiscos que El Cocodrilo
–seudónimo del periodista Antonio Pizá– lanzaba desde el diario Baleares al
periodista Antonio Alemany, director de Diario de Mallorca durante
el franquismo. El Baleares era un periódico del Movimiento –es
decir, de cariz falangista– y el Diario de Mallorca era un
periódico de línea aperturista, de ahí que las fauces de Pizá no se estuvieran
quietas. Pero hoy en día las sorpresas están en casa –a veces entre
colaboradores– y cualquiera se levanta y lee su periódico de toda la vida y al
girar la página, uno de sus columnistas le está intentando morder el tobillo.
Hablo de faltar, no de discrepar. La primera vez resulta sorprendente; después
a todo llega a acostumbrarse uno, lo que no quiere decir que aquello sea
inteligente, lícito o cuando menos, decente. No lo es. En la propia casa nadie
debería proteger su espalda, ni verse obligado a esgrimir el sable.
Ocurrió hace dos semanas en el periódico El País,
donde uno de sus jóvenes columnistas, Joaquín Reyes, dedicó su espacio a atacar
–no se me ocurre otra palabra para definir lo que hizo– a Javier Marías,
escritor que colabora en el mismo diario desde hace décadas. Encima lo hizo en
plan perdonavidas y por tercera vez, vaya obsesión. Por supuesto el columnista
en cuestión es un recién llegado –conocido por sus imitaciones y gags
humorísticos– y detrás de Javier Marías está una obra novelística de primer
orden, si no la mejor de las últimas décadas en España. Digamos que si el
columnista fuera, por ejemplo, Woody Allen, yo no estaría escribiendo esto. En
cambio en una situación así siempre hago la misma pregunta: ‘éste, ¿desde dónde
habla?’ Porque yo sé desde doónde escribe Marías, como sé desde dónde lo hacen
Azúa, Pérez-Reverte, Vila-Matas o Villena y si cito a estos cuatro es porque
los cuatro son escritores de los que he leído la mayor parte de su obra y por
tanto sé de dónde salen sus artículos y lo que hay detrás de ellos. Y porque
los cuatro escriben desde hace décadas en prensa. ¿Qué respalda a Joaquín Reyes
más allá de sus ocurrencias, si no es la insana voluntad de colgar la cabeza de
lo que –también en lenguaje periodístico– se llama una vaca sagrada, sobre la
chimenea de su casa? ¿Es Reyes un discípulo del doctor Freud, o un repentino
heredero de Edmund Wilson y Cyril Connolly? Sí, ya sé; es muy probable que ni
siquiera sepa quiénes son estos dos caballeros.
¿Cuál era el terrible pecado de Marías por el que
fue colocado entre risitas en la picota de su propio periódico? Escribir en su crónica dominical que Gloria Fuertes no era tan
buena poeta como sus sobrevenidos descubridores nos quieren hacer creer. En
fin, un pecado tremendo y no voy a hacer sangre en la persona y obra de Gloria
Fuertes –como tampoco la hacía Marías– porque no sólo no se lo merecen –ni
ella, ni su obra– sino que tampoco se merecen según qué defensores que la
utilizan como utilizarán a quien sea para auparse en un taburete y ladrar –o
morder si pueden– a los que son mejores que ellos.
La cultura –aunque ahora despierte toda clase de
anatemas y condenas una afirmación así– es jerárquica. Sin jerarquía no hay
cultura, sólo un caldo sucio donde nada se distingue y todo se hunde. Perdonen
la perogrullada pero Marías no es Reyes, ni Reyes, en lo suyo, será nunca
Marías. Esto es así. ¿Entonces? Entonces habrá que insistir con un
ejemplo ad hominem y ustedes disculpen. Tengo un editor amigo
con el que discuto vivamente cuando me dice que la poesía española lleva
décadas siendo la mejor poesía de Occidente. La anglosajona está muy por encima
de la española, le digo, y sólo en Polonia hay tres o cuatro poetas bastante
mejores que nuestros mejores poetas del siglo XX, insisto. Entonces desenfunda
la Generación del 27 como un revólver y la Generación del 50 como su par y yo
le respondo que de acuerdo con el último Cernuda, pero que si hablamos de
poesía en España, el catalán J.V. Foix es mejor poeta surrealista que el nobel
Aleixandre y que Gabriel Ferrater supera con creces a Gil de Biedma, cosa que
éste sabía perfectamente. Ambos –mi amigo editor y yo– nos acaloramos a veces
en la discusión pero ambos respetamos al otro porque sabemos desde dónde habla
cada uno de nosotros: desde el conocimiento y la pasión por la literatura. No
creo que se le pueda o deba hablar a un escritor desde otro lugar y tampoco
Marías lo hacía al escribir sobre el repentino eco de Gloria Fuertes, en
comparación con la mejor literatura escrita por mujeres. Pero vivimos tiempos en
que esto da igual y que tanto molesta el talento como la opinión distinta.
Entonces se acude a la fácil gracia y el chiste, pero en el fondo una y otro no
son más que leños y ramas secas para ver si un loco, algún día, acaba
encendiendo la pira. Y el humo hace irrespirable la civitas que
todavía habitamos.
© Zenda –
Autores, libros y compañía / Agensur.info
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