domingo, 27 de agosto de 2017

GRIETA / La democracia del rechazo

Por Sergio Sinay

Según se apresuran a definir ciertos análisis post (y pre) electorales, la sociedad argentina ha dado un salto de madurez tal que ya no piensa ni responde con el bolsillo, sino que ahora sus aspiraciones son más trascendentes y sus visiones más sutiles e idealistas. ¿Es así o estas interpretaciones, tan libres y arbitrarias como suelen ser todas las interpretaciones, simplemente acomodan los resultados a la realidad y crean lo que el ensayista Nassim Nicholas Taleb llama posdicciones? 

Las posdicciones corren detrás de los hechos que alguien no vaticinó o que no puede explicar e intenta demostrar que los previó y anunció. En este caso puntual, dado que las inversiones no llegan y el consumo no levanta, se optaría por demostrar que la cultura política de la sociedad ha dado un salto de calidad que se refleja en el voto. ¿Pero qué ocurriría si se presentaran un nuevo viento de cola y una nueva oleada consumista, y otra vez hubiera correlación entre voto y situación económica? Acaso nuevas posdicciones acomodarían entonces la interpretación.

Pero hay otra opción. Quizás se esté confirmando lo que el historiador y politólogo francés Pierre Rosanvallon analiza en su libro La contrademocracia (Ediciones Manantial). Rosanvallon, que preside La Republique des Ideés (un espacio de intercambio de ideas entre intelectuales europeos), advierte sobre la espectacular expansión que adquirieron las campañas electorales esencialmente negativas. “Todo sucede como si el objetivo principal de una elección para cada candidato fuera evitar la victoria de su oponente”, escribe. Esto no es nuevo, pero era periférico. Hoy se convirtió en la regla. Según el ensayista, numerosos estudios demuestran que penetran y se memorizan más los anuncios negativos que los positivos. El fenómeno es mundial, y expertos y asesores han ido empujando a los candidatos a que abandonen pruritos morales, que relativicen los méritos propios y que demuelan al competidor antes que nada.

En la Argentina de la grieta este fenómeno es notorio. De uno y otro lado del abismo se dispara con estilos diferentes pero con idéntico fin. Acentuar el “ellos y nosotros”. Quien no está con uno está con el otro. Y quien proponga otra vía es funcional al enemigo, y así se lo pinta. Las campañas negativas tienen un triple efecto, apunta Rosanvallon. Consolidan el “núcleo duro”, al crear distanciamiento con el opositor impiden que se lo pueda conocer de verdad y, por fin, desmovilizan a los votantes que no adhieren al enfrentamiento. En definitiva, colaboran al empobrecimiento de la política y fomentan el escepticismo social. Finalmente, los resultados de la votación muestran quién cosechó más enemigos y no cuál fue la política elegida luego de haber sido desplegada en forma de programa.

Por supuesto, una campaña positiva fundamentada en ideas y voluntad de mejorar a través de acciones y políticas de Estado requiere un nivel de recursos políticos e intelectuales que sería excesivo esperar de los candidatos que vienen presentándose en todas las elecciones. La vía negativa es más simple y elemental. Lo grave es que, cuando prende, se traslada al razonamiento de los votantes quienes, más allá de lo que declamen, terminan votando “contra” alguien y lo hacen con argumentos personales y emocionales antes que racionales. Esto impide toda discusión enriquecedora, aumenta los niveles de intolerancia, impide el asomo de una visión compartida sobre el destino de la sociedad en la que se vive y ensancha la grieta. El que gana, gana para él, no para la sociedad, por mucho discurso oportunista que despliegue después. Desde una perspectiva pedagógica, las campañas negativas no enseñan pero contribuyen a fomentar la ignorancia en sus formas más obvias y disimuladas. Esto ocurre a partir de un procedimiento democrático, como es el voto. Pero termina por dañar la posibilidad del consenso y consolida lo que Rosanvallon llama una democracia de rechazo. La cual nunca es sinónimo de madurez.

(*) Escritor y periodista

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