Por Ignacio Fidanza |
No importa si se anuncia, tampoco es necesaria la foto, ni
hace falta siquiera que se haga, lo importante es que ocurra. La Argentina
tiene como pocas veces en su historia reciente la oportunidad de enhebrar los
trazos gruesos de un acuerdo sobre lo que hay que hacer y sobre todo, no hacer,
para que el país inicie un camino de desarrollo sostenible.
La vía, como es natural, tiene que pasar por el centro. Y en
ese sentido la moderación de Cristina Kirchner puede ser una llave importante
de ese proceso. Si es una estratagema electoral, hay que trabajar para
aprovecharla. Demostrarle y ofrecerle las ventajas de un futuro político más
apacible o en todo caso, mas centrado en la construcción del éxito del país que
en la destrucción del adversario. La polarización tiene que terminar y esa es
la parte más sencilla, bastan un par de órdenes discretas y algunas palabras
públicas.
Cristina Kirchner va a confirmar este domingo que es una
parte importante de la realidad política del país. La destrucción total de esa
expresión, no sólo es autoritaria y acaso imposible, sino muy negativa para la
construcción de una Argentina que transforme desde el consenso que se proclama,
pero que hasta aquí -de uno y otro lado- se reduce a coincidir con los que
piensan igual. Habrá que intentarlo también con ella y si se niega, sin ella.
España es un ejemplo extraordinario y muy cercano. No sólo
por los Pactos de la Moncloa, de los que se puede incluso prescindir, sino por
la antesala profunda que los hizo posibles: El tránsito de una política de
calles incendiadas al paulatino ingreso en el mundo de la moderación. Parece
menos heroico, pero no sólo es el camino más seguro para consolidar cambios,
sino acaso el más propicio para producir mejoras por acumulación en la vida
cotidiana de la gente ¿Y acaso la política no tiene ese fin?
Hoy España vive un ciclo de desencanto, pero el viaje
político que emprendió desde el fin del franquismo, cuando era un país que en
muchos ámbitos marchaba a la zaga de la Argentina, hasta esta problemática de
país desarrollado, sigue siendo una hoja de ruta muy pertinente para mirar de
cerca, como bien explica Fernando Onega en su reciente libro sobre la
transición. Una transición que fue exitosa gracias a la moderación de sus
fuerzas políticas más gravitantes.
En esta columna se anticipó meses atrás que el
posicionamiento político que ensayaba Randazzo hacia el centro, buscando ese
espacio que proclamó Massa, pero que también exploró Macri, indicaba que lejos
vivir la Argentina en esa polarización anunciada y agitada por los grandes
medios, lo que se demanda es la búsqueda cuidadosa y persistente de las
soluciones. El viraje de Cristina viene a confirmarlo. Hoy en la Argentina se
ganan votos yendo hacia el centro, no hacia los extremos.
Y si tenemos a varias fuerzas confluyendo desde distintos
lugares, ¿qué es lo que falta? El acuerdo. Para que se entienda: ni helicóptero
ni cárcel. Política.
Obra pública, infraestructura social básica, soberanía
energética, reducción de la pobreza, transporte, empleo, crecimiento,
estabilidad macro, niveles sostenibles de déficit y deuda ¿Quién de los
importantes se opone a esa agenda?
La lectura maniquea, siempre a la mano, cree que si hay
confrontación y disputa por el poder, esto es imposible. Falso. La construcción
de políticas de Estado es más una construcción de sentido compartida sobre lo
esencial, que la búsqueda de un Nirvana de armonía, que en esta vida no vamos a
conocer. Y mejor así.
Es tan sencillo como invertir las prioridades. "Por una
vez los peronistas tenemos que apostar a ganar y llegar sobre el éxito del que
está", dice Ramón Puerta. Y del otro lado habría que hacer un esfuerzo por
entender que la Argentina es un país de mayoría, no ya política, pero si
cultural, peronista. Sobre esa realidad se puede trabajar, buscando un camino
propio de prosperidad. Actualizar, pero también respetar. Australia no es
Israel, pero ambas naciones encontraron un desarrollo posible. No hacen falta
guerras civiles ni siglos, apenas un puñado de décadas bien aprovechadas.
No importa quien gane el domingo. El resultado del lunes ya
lo conocemos: Macri va a ser el líder ratificado de una fuerza nacional,
Cristina una expresión revalidada de la política grande, Massa existe y los
gobernadores peronistas y radicales, una representación avalada del país
profundo ¿Y cómo se ordena ese lienzo? Desde el poder. En la Casa Rosada está
la mayor responsabilidad.
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