Por Fernando Laborda
Es probable que el optimismo económico esté creciendo de la
mano de un dato: Cristina Kirchner ya no es, en términos electorales, el
monstruo capaz de comerse a los chicos crudos que se desprendía de las
encuestas de Artemio López previas a las PASO.
No sólo está veinte puntos por
debajo de la adhesión que obtuvo en 2011, cuando consiguió su reelección
presidencial, y obtuvo menos votos que Aníbal Fernández dos años atrás. Hay que
añadir las hecatombes en su histórico bastión santacruceño y en San Luis, donde
los Rodríguez Saá, que nunca habían perdido en su provincia, no tuvieron mejor
idea que unirse al cristinismo.
Con todo, hay quienes instan a no subestimarla. Es cierto
que sus chances de volver a conducir el peronismo han menguado. Pero cabe
preguntarse si acaso asoma en el horizonte alguien con suficientes apoyos como
para liderar la principal fuerza opositora. El peronismo afronta una crisis tan
grande como la de 1983, tras su derrota ante Raúl Alfonsín. Pero Cristina no
estaría pensando, precisamente, en conducir el PJ -o el pejotismo, como ella
suele llamarlo despectivamente-, sino en liderar una expresión de
centroizquierda para enfrentar el neoliberalismo que, según ella, representa
Macri.
Se ha dicho que Cristina no tendría margen para luchar por
el liderazgo del peronismo, pero sí para obstaculizar una renovación como la
que este movimiento inició en 1985, de la mano de Antonio Cafiero. A la
inversa, también podría decirse que el peronismo obstruiría el sueño de la
ancha avenida de la izquierda que proyecta Cristina. Aunque, en rigor, la mayor
traba que tiene la ex presidenta para liderar ese espacio es que cualquier
proyecto verdaderamente progresista es incompatible con los grados de
corrupción que puede resistir el termómetro de la sociedad.
Las caras largas y la bronca del kirchnerismo en la noche de
Sarandí no se explican por la presunta picardía del macrismo en la manipulación
de datos de las urnas para dar cuenta de una holgada victoria inicial de
Esteban Bullrich. El desconsuelo era producto de que Cristina esperaba ganar
las PASO por al menos cinco puntos para llegar confiada a octubre y enfrentar
la fuerza del voto útil. Una frase de Cristina desnuda su desesperada jugada
para los comicios generales: "El Gobierno planteó un plebiscito sobre el ajuste
y lo perdió", interpretando que el 65% de los bonaerenses votó contra
Macri. Un porcentaje que, curiosamente, se acerca al nivel de imagen negativa
de la ex presidenta en las encuestas.
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