Por Carlos Pagni
Los resultados definitivos de las primarias bonaerenses han
comenzado a modelar las estrategias de Cambiemos y Unidad Ciudadana, la nueva
marca de Cristina Kirchner, para el 22 de octubre. Pero hay novedades que
trascienden el calendario electoral. Sobre todo en los alineamientos
socioeconómicos del voto.
El peronismo sigue canalizando las preferencias de
los sectores más desprotegidos. Pero ya no ejerce un monopolio. Los cambios
sugieren que la crisis por la que atraviesa esa fuerza excede la disputa por el
liderazgo. Y se refieren a otro enigma: la identidad del oficialismo.
La ex presidenta ganó la competencia por la senaduría. Pero
fue por un margen ínfimo: superó a Esteban Bullrich por sólo 0,21%. Para ella
ese desenlace debe ser muy desconcertante. El monitor electoral que actualizaba
a diario Artemio López le había prometido 38,9% de los votos contra 28,2% del
ex ministro de Educación. Los bonaerenses tuvieron otra idea. Le dieron un
34,27%, casi empatado con el 34,06% de su contrincante principal. La
divergencia entre lo ocurrido y lo esperado plantea un problema mucho más agudo
que un error en los sondeos. Desnuda un desacierto en el diagnóstico. A la
señora de Kirchner le parecía natural arrasar en la provincia. Sería la
consecuencia inevitable de una administración que, como la de Mauricio Macri,
está condenada a ejecutar un recorte despiadado en el nivel de vida de la
gente. Estos comicios, suponía ella, desbaratarían el malentendido que se
produjo en 2015: el pueblo eligió, engañado por la prensa y contra sus propios
intereses, a un ajustador serial. Dos años después, abandonaría esa ilusión
óptica y castigaría a Macri por la insensibilidad de sus políticas,
determinando su derrumbe. Esta lectura, desarrollada en el documento
fundacional de Unidad Ciudadana, fue puesta en tela de juicio por las urnas. La
eterna contrariedad de la narrativa kirchnerista con los números.
La principal dificultad de Cristina Kirchner para octubre es
convivir con esa mala interpretación. Macri no colapsó. Cambiemos mantuvo la
performance del año 2015. Y logró mejorarla en zonas azotadas por la miseria.
Con el agravante de que la economía promete seguir jugándole a favor. Ayer se
supo que en junio se crearon 16.000 puestos de trabajo; y que, en comparación
con junio de 2016, el incremento fue de 186.400. Marcos Peña aseguró en
Diputados que la economía está creciendo a un ritmo anual del cuatro por
ciento. Quizás así se explique que en su presentación de ayer, en La Plata, la
ex presidenta haya hablado más de la desaparición de Santiago Maldonado y del
escrutinio provisorio que de la crisis humanitaria que desató el Gobierno. Al
mencionar injusticias, prefirió referirse a las que sufre ella. Por un
instante, la víctima cambió: la candidata ocupó el lugar del pueblo.
Peña dará lugar a otra perplejidad sobre el estilo de
Cambiemos. Ayer condenó la dictadura venezolana. Pero el 13 de septiembre
estará en Cuba. Inesperado acto de campaña.
El inconveniente del desajuste de las expectativas de la señora
de Kirchner con los datos es que se extendió a intendentes y sindicalistas. Los
dirigentes de la CGT organizaron una movilización a la Plaza de Mayo porque
creyeron en las valoraciones de la señora de Kirchner. Varios de ellos se lo
confesaron ayer a Jorge Triaca: "Nos embalamos con Cristina". Algunos
quieren corregir el extravío. El más atrevido fue José Luis Lingeri, "Mr.
Cloro". Lanzó un spot publicitario elogiando las obras de saneamiento del
Gobierno. Ni en tiempos de Odebrecht se lo vio tan generoso.
La confusión ganó también a los alcaldes que siguen a la ex
presidenta. A la luz del escrutinio habrá que renegociar el contrato. Se
entiende que ayer, en La Plata, ella haya subido al escenario a esos seguidores
principales. En el comando de campaña de Cambiemos explican: "Vamos a
dejar que pase un mes y, con las encuestas de octubre, veremos quiénes llaman.
Para esa fecha ya se sabrá quién tendrá el poder los próximos dos años".
Septiembre será destinado a disputar en la estructura. De
las premisas iniciales hubo una que se consolidó: Cristina Kirchner debe
muchísimo a La Matanza. Allí obtuvo el 11,21% de sus votos. Ahora buscará
atraer a quienes acompañaron a Florencio Randazzo. Ya sedujo al intendente de
Hurlingham, Juan Zabaleta, y se propone capturar al de San Martín, Gabriel
Katopodis, quien la semana pasada elogió la unidad del peronismo. Es la forma
elegante de anunciar un corte de boleta a la medida de lo que pidan los
vecinos. El más veloz de estos caudillejos suele ser Francisco Echarren, de
Castelli. Después de inaugurar el barrio Julio De Vido, se sumó a la gestión de
María Eugenia Vidal como secretario de Hábitat. Decepcionado por motivos
misteriosos, migró hacia Randazzo. Este fin de semana también elogió las
virtudes de la unidad. Estas fluctuaciones tienen una sola lógica. Para
garantizar el poder local hay que repartir la propia lista de concejales con la
boleta de senador más conveniente.
El principal objetivo del avance del kirchnerismo sobre el
randazzismo residual es el Movimiento Evita. Cerca de la señora de Kirchner se
examinan las obras encargadas a cooperativas de esa agrupación en el Programa
Federal de Viviendas. El que aporta más datos es Walter Festa, el intendente de
Moreno. En La Cámpora fantasean con denunciar "un nuevo Sueños
Compartidos". Deliciosa autocrítica.
Cristina Kirchner tal vez modifique su estrategia de
comunicación. Por ejemplo, conceder alguna entrevista a alguien que no sea su
empleado. Susana Giménez se autoexcluyó ayer como opción: "Sería
traicionar mis principios y mis ideas", tuiteó. Al lado de la ex
presidenta aclararon: "Se trató de una confusión, porque no hubo contacto
entre las divas ni entre sus colaboradores". El que hablaba era un
ultrakirchnerista raro, con sentido del humor. Atribuyó el equívoco a Daniel
Scioli: "Es nuestro hombre en la farándula". Ayer, sin embargo, la ex
presidenta se ufanó de haber ganado unas elecciones sin pisar un set de TV. Olvidó
a C5N. La ingratitud en que suele incurrir la familiaridad.
También en Cambiemos hay una valoración muy alta del papel
de los intendentes en la pelea por el voto. Tal vez excesiva. Es verdad que en
San Miguel y en Malvinas Argentinas, donde Joaquín de la Torre y Jesús
Cariglino abandonaron a Sergio Massa y se pasaron al oficialismo, aumentó el
caudal de votos. Pero en Quilmes, Lanús y Pilar, donde gobiernan hombres de
Pro, Bullrich perdió frente a Cristina Kirchner.
Sobre el volumen electoral de Massa hay una discusión
abierta: ¿conservará buena parte de lo que obtuvo? ¿O lo perderá porque ya se
sabe que es improbable que ingrese al Senado? En el comando de campaña de
Bullrich creen que el electorado al que primero deben dirigirse no es al de
Massa. Es al de los que no fueron a votar. El ausentismo fue mayor allí donde
Cambiemos suele ganar. Sobre todo en el interior de la provincia.
Sin embargo, la novedad más interesante de las elecciones de
agosto tiene que ver con algunas correlaciones entre preferencia electoral y
situación económico-social. El equipo de Bullrich superpuso el mapa de los
resultados a un mapa que registra la estratificación de la Encuesta Permanente
de Hogares del Indec. El resultado de ese cruce confirma, en general, lo que se
presume. Cambiemos y Unidad Ciudadana están en una relación simétrica: a mejor
nivel de vida, más adhesiones obtiene Bullrich. Y, al revés, Cristina Kirchner
mejora en las zonas más castigadas. Sin embargo, esa equivalencia no es tan
rígida. En los estratos "medios bajos", "bajos" y aun en
los "marginales", Bullrich superó las marcas que esperaban los
directores de su proselitismo. Entre los diez distritos en los que el
oficialismo mejoró más los resultados de las primarias de 2015, hay cuatro en
los que predominan las necesidades básicas insatisfechas: Moreno, Malvinas
Argentinas, San Miguel y Capitán Sarmiento. En el interior se repite la misma
"paradoja": en el paraje Las Playas, de Córdoba; en el circuito 301,
de Rosario; en Pinto, Santiago del Estero, por nombrar lugares donde reina la
indigencia, Cambiemos tuvo éxitos llamativos.
Estos movimientos abren incógnitas sobre un cambio de
configuración política de largo alcance. Plantean la posibilidad de que la
crisis de 2001, que terminó de desfigurar el perfil social y, sobre todo,
laboral, de la Argentina, haya llegado al peronismo. Es un interrogante que
todavía no se formuló la dirigencia sindical. Pero que sí han expuesto, con
profundidad variada, Juan Carlos Torre, Rodrigo Zarazaga y Pablo Semán en publicaciones
de estos días. Pero el PJ no sólo padece un cimbronazo tectónico en su base.
Enfrenta también otro desafío. Cambiemos es una variante agresiva de no
peronismo. No acata la "división del trabajo" a la que se adaptó la
UCR desde 1945. Quedó al desnudo en la diatriba de Vidal frente al periodista
Diego Brancatelli: habló de pobreza, no de instituciones. El oficialismo es un
animal extraño. Sirve de canal político a los sectores medios. Pero no renuncia
a la representación de los necesitados.
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