Por Laura Di Marco
Parecía la mancha venenosa. Cuando lo veían aparecer en los
timbreos, muchos puntanos se negaban a abrirle la puerta o a sacarse fotos con
él, aunque unos segundos más tarde, a través de esas mismas ventanas mudas, lo
saludaban con el dedo gordo en alza, en señal de silenciosa aprobación. Una
contraseña discreta que Claudio Poggi, el candidato de Cambiemos en el reino de
los hermanos Alberto y Adolfo Rodríguez Saá, decodificaba como un voto a su
favor. Metodología casera, aunque funcional, en una provincia disfuncional
donde la gente está acostumbrada a callarse ante los encuestadores por miedo a
las represalias de los machos alfa del feudo.
Poggi, un contador con modos de sacerdote, fabricado en las
entrañas de ese mismo feudalismo rancio que hoy busca derrotar, se transformó
en una bocanada de oxígeno: su triunfo en las PASO es una prueba empírica de
que, en la dialéctica del cambio, los brotes verdes también pueden surgir de
viejas estructuras y de que, tal vez, no haga falta esperar al lento proceso de
renovación del peronismo para volverse más democrático y republicano. El
candidato a senador por la oposición se crió en el partido de Perón y hasta fue
gobernador cuatro años por la marca de los Rodríguez Saá, casi una anomalía
dentro del nepotismo.
San Luis se transformó en un leading case, después de unas primarias que terminaron
plebiscitando un régimen autoritario en el que, desde 1983, dos hermanos se
alternan en el poder y manejan sus resortes fundamentales: son dueños del
principal diario local; controlan ambas cámaras legislativas; dictan los
contenidos de los canales estatales y manejan la Justicia. La confusión ha
llegado a tal punto que la presidenta del Tribunal Superior de Justicia, Lilia
Novillo, fue candidata del Gobierno a la intendencia de San Luis. Nepotismo
explícito.
Pero la tierra de los Rodríguez Saá no sólo se transformó en
un caso testigo por ser un emblema del fin de ciclo (podría decirse lo mismo de
muchos barones del conurbano, que fueron barridos en las elecciones de 2015, y
hasta del triunfo de la oposición en la capital de Formosa, en las Paso) sino
porque la sociedad puntana logró perforar un régimen que, a diferencia del de
Santa Cruz o el de Formosa, logró mantener la solvencia fiscal y una economía
equilibrada. Los puntanos no votaron por un cambio en la economía sino por un
cambio en la cultura política, intoxicados por años de mentiras, soberbia y
nepotismo. Fue un sufragio evolucionado, de vara alta, en una provincia con una
baja dependencia del empleo estatal -apenas 25 mil empleados públicos sobre un
universo de 500 mil habitantes- y donde la mayoría de los puestos de trabajo
son de la industria local: la puntana es una economía industrial.
En una palabra, el giro del domingo 13 fue lentamente
elaborado por una sociedad que, desde hace varias décadas, cobra su salario en
tiempo y forma y que ha alcanzado, en términos generales, una aceptable calidad
de vida. ¿Qué está pidiendo, entonces? Intangibles de las democracias modernas.
Libertad de expresión, alternancia, respeto ciudadano, justicia independiente,
autonomía (el valor estrella de esta época) y un freno definitivo a la política
del miedo.
Otra novedad serrana: la dinastía local no fue horadada por
un escándalo político, una intervención o crimen, como sucedió con los Saadi en
Catamarca, durante los noventa. Nada de eso. Fue el voto popular lo que sepultó
a "El Adolfo" en las Paso, que quedó a 19 puntos de distancia, en la
categoría a senador, detrás de la dupla Poggi-González Riollo.
El germen de este ocaso ya se dejaba ver en los resultados
de 2015, cuando paradójicamente Poggi compitió, desde el peronismo, junto con
sus actuales adversarios y protagonizó un fenomenal corte de boleta. En aquella
contienda y como candidato a diputado por el Frente Justicialista obtuvo 50 mil
votos más que Adolfo Rodríguez Saá, anotado para la competencia presidencial.
Idéntica diferencia de votos volvió a sacar el candidato de Avanzar-Cambiemos
en 2017, aunque esta vez la usó para pasar de socio a verdugo.
Desde que Poggi armó el frente provincial Avanzar -que, a
nivel provincial, compitió en alianza con la marca Cambiemos y se amasó
fusionando cinco partidos de la oposición-, los capangas puntanos se dedicaron
a perseguir hasta los "me gusta" que cosechaba la fuerza política
opositora en las redes sociales. Una práctica que sembró paranoia entre los
empleados estatales o entre los que, de algún modo, tenían alguna ligazón con
el Estado. En mayo de este año, el candidato de Cambiemos, junto con parte de
su equipo, se instaló durante tres días en las oficinas del juez electoral
Agustín Ruta, pupilo del poder feudal, porque el magistrado se negaba a firmar
el aval del frente oposición. Un reconocimiento que, en los papeles, ya había
sido otorgado por la Justicia federal. A través de las redes, la gente azuzaba
a los periodistas de los canales estatales para que mostraran, al menos, al
candidato opositor. El canal 13, controlado por los Rodríguez Saá, todavía no
anuncia derrota del justicialismo provincial en las primarias.
Como todos los señores feudales, a lo largo de décadas en el
poder los hermanos Rodríguez Saá hicieron gala de virilidad y extravagancia.
Alberto, el actual gobernador, fue asiduo protagonista de las revistas del
corazón, que reflejaron sus profusos romances con actrices y celebrities de
moda. Incluso, alguna vez aseguró tener diálogo con extraterrestres. "El
Adolfo", en cambio, protagonizó un ruidoso escándalo sexual que nunca
terminó de esclarecerse. En 1993, pleno menemismo, denunció haber sufrido un
secuestro junto a su amante Esther "La Turca" Sesín y relató que fue
supuestamente obligado por sus captores a filmar un video degradante. "He
sido vejado", declaraba el entonces gobernador ante los medios, secundado
por el presidente Carlos Menem. Su potencia política, sin embargo, siguió
intacta hasta nuestros días.
Descendiente del cacique ranquel Painé, el macho alfa
puntano, que hoy ronda los 70 años, se casó en marzo pasado con su novia
treinta años menor, Gisela Vartalitis. El matrimonio, ciego a la nueva
sensibilidad de época, se presentó en sociedad desplegando una ostentación
irritante, que se terminó pagando en las urnas. Con el casamiento, Adolfo
también estrenó una casa en Potrero de los Funes, cuyas dimensiones son mayores
a las del emblemático hotel local. Valuada en 75 millones de pesos, la mansión
-cuatro hectáreas asentadas sobre unos cerros, que debieron ser sometidos a una
costosa unificación del terreno- tiene 2000 metros cubiertos. Un paraíso
personal, muy visible desde cualquier punto de esa localidad serrana. El
caudillo, sin embargo, siguió comprando regalos de boda. Entre ellos, un piso
en el barrio porteño de Recoleta, valuado en 25 millones de pesos. En total, en
el búnker de Avanzar-Cambiemos contabilizan un gasto de 100 millones de pesos
en los últimos dos años.
"Fue un partido clasificatorio, locales contra
visitantes; la final la jugamos en octubre", ensayó, bravucón, el hermano
del gobernador, después de las primarias, mientras se conocía un audio, dicen
que filtrado a propósito por el poder local, en el que Adolfo Rodríguez Saá
llama a "limpiar de traidores" su propio gobierno. Un cocktail de
ceguera y prepotencia en la enfermedad del poder, que suele ser antesala del
peor de los finales.
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