La “trepada verde”,
que no debió sorprender a Macri, quemó los papeles a varios funcionarios.
Por Roberto García |
Fue imprevisto, súbito. Al menos, para Mauricio
Macri y a pesar de que uno y más de uno, al principio del
ciclo, le habían advertido: esta película ya la vimos. También el final. Ni se
le ocurrió al mandatario incluir, entre las previas desventuras electorales que
le producían insomnio, la turbulencia de la suba del dólar. Por el
contrario, le sobraban divisas; además, pagaba tasas extraordinarias para
acumular lo que justificaba.
Por otra parte, sólo recogía datos económicos de
que el dinero abundaba en el mundo y la Argentina era una oportunidad. Ni por
un momento imaginó la volatilidad cultural del público ante ese activo externo,
el terror de los más informados ante cuatro grandes fondos de inversión que han
colocado 11 mil millones de dólares en la Argentina y, por la razón que fuese,
pueden partir con la velocidad del rayo. Ni que los bancos, como tantas veces
que han descorchado champagne por haber enganchado al Gobierno con intereses
inauditos, también pueden reclamar su plata y negarse a la seducción de
disfrutar de mayores ganancias. La excusa para el temblor cambiario, entonces,
llegó del cielo: nos asusta si gana Cristina, se asustan los clientes
de que vuelva el populismo.
Desconfianza. En varios idiomas, eso se llama falta de confianza, aunque le
atribuyan a la abuela ponchuda, vestida por Zara, la excusa para bajarse del
avión. Aun así, si hay resultado adverso al Gobierno, pocos imaginan que el
martes pueda estallar una conmoción brutal por los vencimientos gigantes: el
raid a la suba ya se dio, la caída accionaria también. Y si el oficialismo
ganara o empatase en la Provincia, las correcciones serían a la inversa de lo
que ahora es la tendencia, pero no sustanciales. Igual, el demonio está suelto.
Macri, claro, está que arde por su imprevisión: el alza del dólar no
sólo afecta la plaza financiera y derivados, más temprano que tarde lastimará a
la inflación y Federico Sturzenegger deberá mudar
aquel anuncio –siempre se equivocan con los vaticinios optimistas– de que el
segundo semestre tendría más conducta a la baja que el primero. Para colmo,
ya hay cola de voluntarios para correr a Ecuador al asesor al que se le ocurrió
decir que lo económico no importaba en los comicios de mañana: todos los
opositores dicen que la plata no alcanza, y ni el Gobierno lo niega.
Descendió nueve escalones Sturzenegger cuando era más serio que el resto
del equipo: fue relativamente firme con la política monetaria frente a la
escasa utilidad de los otros por disminuir el gasto. Embelesaba al Presidente,
convencía a la grey de profesionales que solía visitarlo en el BCRA, pero el
narcisismo lo condujo al abismo: no reparó en que al Satán verde hay
que decapitarlo apenas asoma, caso contrario se multiplica y encarece.
Cometió la tropelía de decir, veinte días antes de las elecciones, que la suba
era buena para acomodar los intereses exportadores. Después, se olvidó de sus
criterios libertarios, de su pregonada prescindencia para que el mercado fijara
el precio y, aplicando la vulgaridad de su antecesor, Vanoli, primero hizo
vender a bancos privados y por último salió él mismo a desprenderse de
reservas. Lamentable desenlace: si hasta se debe haber vuelto católico con su
equipo, ya ahora en la existencia del diablo.
Se les reprochan a varios de ellos –queribles, bien formados y tal vez
equivocados–ignorancias elementales del mercado (ni deben saber por
qué los operadores de las mesas de dinero gastan menos los zapatos que el resto
de los mortales) o temores a servirse de mecanismos de libre previsión para el dólar futuro, por el disparate de cómo
lo manejaron Kicillof y Cía. en la anterior administración.
Ya todos están a prueba. Los resultados electorales todo lo pueden. Tan confusa está la
cabeza de los candidatos que ahora dicen que van a observar a los empresarios
vivos de los supermercados que abusaron. Justo ellos con controles, y después
de dos años de escalada de alimentos.
El tropiezo de Sturzenegger ha sido tan incidental y penoso como aquella cena que Macri y esposa tuvieron con Mirtha
Legrand, en la que fue sorprendido comiendo una golosina
contraria a su salud para evitar otro ejemplo más procaz. Y de efectos
políticos parecidos, demoledores.
Entonces, como si fuera autora intelectual de la consigna –hecho del que
debe haberse arrepentido, por lo que se ha visto luego en sus programas–, la
anfitriona produjo una frase nimia que resultó un cañonazo y de la cual se han
colgado tanto Massa como la viuda de Kirchner en la campaña: “Ustedes no ven
la realidad”, dijo para la posteridad.
Nubes. Esta mención vale consignarla ante la hoguera de obviedades de la actual campaña, en la que Cristina copió a Massa (hay que ponerle límites al Gobierno) y en la que ciertos candidatos no hablan ni aparecen, algunos por miedo escénico o infantil desfachatez, de Bullrich a Vallejos, sin olvidar a Scioli, hombre feliz si los hay porque la ex mandataria lo atiende a menudo por teléfono, al revés de lo que ocurrió en toda su historia: lo intuye desolado, ella tiene corazón.
Se llega a los comicios de mañana luego de tensos siete días,
no sólo por el dólar sino por el inoportuno veto de Carlos Menem como candidato a
senador –que la Corte reparó de urgencia– y la desaparición de
Maldonado, un militante de las protestas mapuches. Extraña, al comparar, que
ipso facto Patricia Bullrich y Macri despacharan del cargo en Aduana a Gómez
Centurión por la simple sospecha de robo y que, en este caso, no hayan decidido
con la misma actitud en la Gendarmería denunciada. Como si esta
etapa previa a las elecciones los hubiera nublado.
Revanchistas. Algunos se regocijan en esa autonomía maltrecha. Siempre pasa lo mismo
con los radicales que manejan plata, señalan, aludiendo al padre de Federico
(Adolfo, a quien Raúl Alfonsín echó del partido junto a Ricardo Alfonsín en un
inexplicable ataque de ira) y al hijo de Juan Llach, Lucas, segundo de
Sturzenegger y de filiación UCR (por cercanía a Ernesto Sanz). Hasta incluyen
al titular del Banco Nación, González Fraga, quien hace unos meses se
escandalizaba porque ciertos sectores de la población habían accedido, sin los
ingresos del caso, a leds y plasmas, viajes o celulares de alta gama. Poco
agraciado, olvidó –mirando las elecciones– que nadie quiere devolver lo que ya
considera un derecho y que, bajo su propio gobierno, el personal doméstico y
los sectores más humildes dispondrán de amplios planes crediticios para comprar
servicios y aparatos de la última generación telefónica. Gentileza del boom de
las comunicaciones que Macri saludó como un éxito de su gestión pensando en el
pueblo.
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