Por Carlos Ares |
Domingo de invierno. En cueros, bermuda floreada, ojotas,
anteojos de sol y una beatífica sonrisa expuesta voy, a paso lento, camino de
las urnas. Llueven flechas incendiarias. Catapultan rocas macizas. Se
encabritan los caballos revestidos de acero. Avanza a lanzazos la infantería
protegida por sus escudos ideológicos. Atravieso la escena de una batalla
medieval. El territorio está minado de odios. Donde se pisa, explota un
insulto.
No obstante hay quien, pudiendo decir paso, no pasa, y va y vota. Tan
joven como se imagina, vota, disfruta de tanto agite.
Hay agite. Así se llamaba un barcito uruguayo, de cervezas y
maníes, sin otra cosa que ofrecer para aliviar el calor del día. Un modesto
tablado de madera montado sobre pilotes desde el que se podía oír el rumor
oscuro del mar. El cartel del boliche llevaba escrito el “Hay agite” con
pintura negra sobre la chapa gris que servía de voladizo a la barra, y el
nombre comenzaba a entenderse después de las dos de la mañana. A esa hora, y
hasta el amanecer, jóvenes calientes y cervezas frías se arremolinaban en la
arena, alrededor de los fogones, y le daban agite a la noche.
Ese agite se relaciona naturalmente en mi memoria con el
goce y cierta euforia que me provoca, en la previa, el simple hecho de votar.
Nada nuevo para los que nacieron ya con ese derecho consagrado, pero valorado
todavía como un logro vital por quienes padecimos la dictadura. Años, cantidad
de años, de exilios, de sueños reprimidos, deseos aplastados, cuerpos
mutilados, gritos ahogados bajo la cruz y la espada que pendía sobre el
incierto destino de cada uno. La derrota en la Guerra de Malvinas agrietó la
represa del frente militar y la presión de la voluntad popular provocó el
derrumbe.
El aluvión inicial, teñido de sangre, arrastraba a los
asesinos y a sus cómplices –sindicalistas, obispos, empresarios, políticos–
criminales que debían ser sometidos a juicio y castigo. El tiempo se consumía
con pasión. Todo parecía posible. Eramos unos ansiosos infanto-democráticos sin
más experiencias anteriores que las fracasadas. Pasada la mitad de los años 80,
la tromba amainó. Nos desencantamos un poco entonces, pero al fin entendimos el
juego de avances y retrocesos. Se aprende. Se sabe, nadie se baña dos veces en
el mismo río.
Aun cuando se mantiene turbia todavía, a medida que va
desechando ladrones y canallas, la democracia parece estar cada vez más limpia
de prontuarios. Podemos echarnos los reproches a la cara, salpicarnos con
verdades propias y ajenas, acusarnos, reclamarnos y beber de ella sin temor a
contaminarnos nuevamente con delirantes armados. La corriente que nos trae y
lleva se fue aclarando al paso de las piedras, al rebotar contra todo lo que
intentaba retenerla o se le oponía.
En cada elección, la democracia se revuelve, se espuma en
declaraciones, se arrebata, se enfurece, pero pasa y sigue, más lúcida, más
nítida. Si sos joven, dirás: “Con eso no alcanza, hay millones esperando que le
calmen la insaciable sed de justicia”. Los que tratamos de no olvidar,
entendemos: qué duda cabe, hay que encauzar su fuerza, duplicar su energía,
corregirla, revisar constantemente sus leyes, hacerla aún más transparente,
derramarla sobre los más necesitados.
Pero, mirá, no dejes de ver: por fin hay presos, hay
juicios, condenas, castigo legal y social. Hay redes, foros, convocatorias,
opiniones, información, datos, hechos. Ya no se puede callar, ocultar, negar,
disimular. Saltan las cuentas, los depósitos, los nombres. ¿Cómo explicarte lo
que es esto para quienes pasaron por aquello?. ¡Hay agite! Podés elegir. Anda y
votá. Cada vez que puedas, donde puedas, andá y votá. La democracia se
fortalece y depura con votos.
De camino, me hago la lista de los que ya no serán
candidatos nunca más. Menem, Saadi, María Julia Alsogaray, Aníbal Ibarra,
Cavallo, Felisa Miceli, Boudou, De Vido, Jaime, José López, Niembro, Aníbal
Fernández, tal vez Scioli en poco tiempo más, Insfrán, los Rodríguez Saá, y
allá voy, a paso calmo, saludando a los vecinos con una plácida sonrisa.
(*) Periodista
0 comments :
Publicar un comentario