Por Pablo Mendelevich |
Lo único que le faltaba al gran líder neoliberal del
peronismo para su colección de paradojas y extravagancias era lo de ayer: que
siendo senador se le prohibiera ser candidato a senador. Carlos Menem fue en
1973 el gobernador más votado y más pintoresco del país. En los noventa
reconfiguró al peronismo y terminó siendo el presidente continuado más duradero
que haya habido: gobernó el país durante 3.808 días seguidos.
Sumó otro récord
en el amanecer del siglo XXI -este planetario- al erigirse en el primer ganador
de una elección presidencial que no se presenta a la segunda vuelta. También
fue el primer ex presidente argentino preso, contratiempo que no le impidió
continuar con la carrera política y volver a ser votado.
Si bien Menem ahora buscaba en La Rioja un tercer mandato,
el límite que se le impuso no tiene ningún parecido con la novela de la re-re
de los noventa por él protagonizada. En aquel momento se trataba de una
restricción constitucional, porque está tallado en la Carta Magna el máximo de
dos períodos consecutivos para los presidentes y no hay tu tía (salvo para los
Kirchner, que no encontraron ninguna tía sino el atajo conyugal para burlar el
espíritu de la Constitución y convertir la alternancia en un asunto de
familia). Acá se trata de la corrupción, nada menos. Según la Cámara Electoral,
que se basó en el antecedente de Raúl Romero Feris, al estar condenado en dos
instancias el senador Menem no puede aspirar a ser senador. Sólo el peronismo
riojano, con el patrocinio del armador multipropósito Miguel Pichetto, pretende
vincular las frustraciones del tercer mandato presidencial y el senatorial
mediante la palabra proscripción. Ahora, dicen los denunciantes, a Menem lo
quiere proscribir Macri. Acusación que no aclara desde cuándo y de qué manera la
Cámara Nacional Electoral, reputada independiente sobre todo en el ámbito de
los partidos políticos, se habría subordinado a los caprichos totalitarios de
la Casa Rosada.
La pregunta es otra y se cae sola: si Menem no puede
presentarse para ser senador por falta de condiciones legales, ¿por qué lo es?
Alguien encaprichado en demostrar el imperio de la lógica en
todos los rincones del Universo, incluso el de la barrosa institucionalidad
argentina, diría que Menem es senador debido a que en el momento oportuno
(2005, 2011) pasó los controles y a que la persecución penal que lo enrolla
desde el siglo pasado aún no había dado a luz ninguna sentencia.
Es cierto, sólo en junio de 2013 Menem fue condenado a siete
años de prisión efectiva por el Tribunal Oral en lo Penal Económico 3 en la
causa por la venta ilegal de armas a Croacia y Ecuador. De modo que
oficialmente el senador riojano obtuvo la rotulación formal de contrabandista
(lo declararon coautor de contrabando agravado) hace cuatro años, dos años
después de que él se presentó por última vez a renovar su banca, que ocupa
desde 2005. El día que empezó el invierno que estamos cursando, por fin, la
Cámara de Casación confirmó la condena, además de los 14 años de inhabilitación
para desempeñar cargos públicos. Accesorio cuya pertinencia no requiere largas
explicaciones. La Justicia Electoral ya no podía revisar sus títulos pretéritos
de candidato, pero el Senado, que sí pudo atender su caso, no lo hizo. Miró
para otro lado. El Senado que cobija a Menem lleva en su nombre, de manera
oficial, el mismo adjetivo que la Cámara de Diputados, donde está Julio De
Vido: son honorables. A su manera, claro.
Menem no hizo olas. Vino ahorrando la voz como senador en
los últimos doce años. Casi no gastó el mecanismo electrónico de la banca que
se activa cuando el legislador se sienta en ella. Todo este tiempo ha sido un
senador casi tan discreto como los mozos de la cámara que ingresan al recinto,
bandeja en mano, en plena sesión, sin ser vistos. Pero la condición de olvidado
practicante de Menem comenzó a verse amenazada por la discusión nacional sobre
De Vido, los fueros, las renuncias ampulosas a los fueros y el probable retorno
de Cristina Kirchner a la cámara en la que desplegó sus alas. Menem pasó sin
paradas intermedias de desatendido a sobrecotizado, porque su suerte será para
Cristina tanto o más que lo que Romero Feris está siendo para él.
Su propensión a batir récords, por lo demás, no lo abandona.
Es también el más duradero de los ex presidentes que se reciclaron como
senadores. Alfonsín había renunciado a la banca a los seis meses (para más
datos, cosas vederes que non crederes, lo reemplazó la entonces frepasista
Diana Conti) y Duhalde ni siquiera llegó a cobrar un mes de sueldo como senador;
tres semanas después de asumir, el Congreso lo ascendió a presidente de la
Nación para que sacara las papas del fuego. Como los ex presidentes Alfonsín y
Duhalde se distinguieron por carecer de causas por corrupción, Menem es, en el
rubro de ex presidentes perseguidos por la Justicia penal, también un gran
precursor. Y ya se sabe quién viene en la fila.
Tal vez produce confusión en muchas personas la zigzagueante
trayectoria partidaria del senador por La Rioja con propensión a la ausencia.
En los albores del kirchnerismo su nombre retumbaba más que el de nadie, cuando
el matrimonio gobernante lo hacía cargo de las peores calamidades y lo difamaba
con los más bajos recursos. Baste recordar el día en que el presidente Néstor
Kirchner asistió como presidente al juramento de su esposa como senadora (fue
la única vez que un presidente en ejercicio visitó el Senado) y cuando lo tuvo
cerca a Menem se llevó la mano a los genitales. Menem fue reelecto en 2011 por
el Frente Popular Riojano, que en la provincia venció al Frente para la
Victoria, pero en los hechos se convirtió en un aliado del kirchnerismo.
También el macrismo buscó su apoyo, o en todo casosu ausencia estratégica.
Tampoco hizo demasiado por expulsarlo de la cámara.
Como es habitual en el peronismo, un súbito ataque de
rigidez jurídica resucita ahora el principio de inocencia a favor de Menem, con
el argumento de que su condena en la causa del contrabando de armas aún no está
firme. Algo parecido a lo que se dijo hace pocos días en Diputados para
protegerlo a De Vido, al revés de lo actuado por el propio peronismo cuando
votó o impuso desafueros y expulsiones apoyadas en fundamentos morales.
Nada nuevo. En los ochenta, cuando el siniestro José López
Rega, extraditado desde Estados Unidos, estaba siendo juzgado por graves
crímenes como presunto creador de la Triple A, el peronismo también dijo que
debía aplicársele (¡al padre del terrorismo de Estado!) el principio de
inocencia hasta que no se demostrara su culpa mediante sentencia definitiva. Pero
López Rega se murió prematuramente en la cárcel, igual que San Martín su cuerpo
fue envuelto en una bandera argentina, y zafó de toda condena. Ni siquiera lo
expulsaron del Partido Justicialista.
Por supuesto que aquellos terribles crímenes no tienen
comparación con los delitos atribuidos hoy a Menem, a De Vido y a Cristina
Kirchner. Lo notable es que perdure como reacción política la agitación de un
purismo jurídico que no corre para ningún adversario.
© La Nación
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