Por Javier Calvo
Ahora que se multiplican los análisis sobre por qué ganó en
las PASO el oficialismo nacional, algunos de ellos con sorprendentes dosis de
atraso o necedad, me gustaría detenerme un poco en la peronización de
Cambiemos.
No se trata sólo del origen peronista de varios referentes
del PRO (Rodríguez Larreta, Ritondo, Santilli, Monzó, etc.), de viejos padrinos
políticos del Presidente (Grosso, Puerta, Schiavoni, etc.) o hasta del rey del
marketing amarillo devenido en multicolor (el ecuatoriano Duran Barba, que se
enorgullece de su adhesión juvenil al General).
Más bien, se intenta establecer aquí de qué forma primero el
PRO y ahora Cambiemos construyen poder. Porque acaso ello explique mejor el
resultado de las primarias y lo que previsiblemente ocurra en octubre y más
allá.
Como falsos medios nacionales, cuando en realidad somos de
Buenos Aires, nos tentamos a priorizar el empate técnico en la Provincia. Con
desprolijidades de las cargas de votos incluidas, algo típico aunque no
exclusivamente peronista. Pero el árbol no debería tapar el bosque: Cambiemos
ganó peleas claves en muchos distritos (aún con una módica derrota bonaerense)
y obtendrá más votos y bancas en octubre que las que consiguió hace apenas dos
años. Constituiría el mejor resultado de un oficialismo en elecciones de medio
término en más de una década.
Para ello, el oficialismo puso al frente de su acción al
arma más poderosa con la que cuenta: el Poder Ejecutivo Nacional. Tal como
hicieron antes Menem y luego los Kirchner, ahora es Macri & Cía. quien
desde la Casa Rosada ejecuta políticas públicas que edifican una influencia sin
par en cualquier parte del país. El centralismo porteño permite que las
acciones del Gobierno de la Ciudad y del bonaerense repliquen también en las
provincias, al menos en el plano simbólico o vía mediática, en tiempos en que
parece haber triunfado el periodismo militante bueno.
Es cierto que para salir airoso en varias provincias se
valió de figuras del radicalismo, además de la aplanadora Carrió en Capital. Se
trata, sin embargo, de una UCR más mimetizada en Cambiemos de lo que le
gustaría (¿quién recuerda los planteos de falta de discusión de propuestas o
candidatos?), como los casos de la Ciudad y la provincia de Buenos Aires,
Córdoba y Santa Fe. O de gestiones radicales casi peronistas, como las de Corrientes
y Jujuy. De consolidarse el poder territorial de Cambiemos, se podría prever
que más absorbida quedará la UCR. El factor Lilita, que se emparentaría con las
disidencias clásicas que siempre se permitió y nutrió al peronismo, merece un
estudio aparte. Es decir, otra nota.
Está claro, además, que a lo largo de la campaña el
oficialismo se fue probando diferentes ropas, como ya lo describimos en PERFIL.
Esa mecánica de prueba-error no forma parte de una improvisación. Hay una
marca, un relato y unos valores unificados, por lo menos en lo comunicacional,
porque es evidente de que no todos los Cambiemos piensan lo mismo. ¿A qué suena
parecido?
Invito a dejar de lado por un rato al pensamiento básico y
prejuicioso que cree que el oficialismo es sólo eslóganes vacíos de Duran Barba.
El discurso y la gestión de Cambiemos representa a una porción importante de la
sociedad argentina. Gente que está (muy) dentro del sistema y gente que aspira
a estarlo. No es desconocido ello en nuestra historia reciente (Menem lo hizo)
ni para el PRO (lo hizo en la Ciudad, donde gana desde hace años en todos los
barrios y clases sociales).
Esta idea de construcción política conlleva algún tipo de
identificación. Y ahí ayuda que haya otro para repeler. Hoy es Cristina y el
kirchnerismo. Se pueden sumar otros tótems oficialistas: las mafias, el pasado,
la corrupción, el populismo... La lista es amplia. Polarizar se convierte así
en mucho más que una táctica electoral y pasa a ser constitutiva de una fuerza
que pretende ampliarse y quedarse a gobernar, como lo ejemplificó la maniobra
en el Consejo de la Magistratura para desplazar al enriquecido juez Freiler.
Ajá, otra similitud.
Como si fuera poco, la señal tal vez más potente de las
primarias del domingo 13, que previsiblemente se ratificará en octubre, es que
salvo algún imprevisto made in Argentina habrá un Macri competitivo para la
reelección presidencial en 2019. La crisis y atomización peronista contribuyen
a esta chance y son también el resultado de esa consolidación macrista.
No es todo. Cambiemos ya alumbra dirigentes en condiciones
de ser el recambio pos Macri. Vidal, Rodríguez Larreta, Peña, Frigerio son
apenas algunos botones de muestra de cuadros que pueden llegar a tallar fuerte
en una fuerza que no teme al ejercicio del poder. Y apuesta no sólo a
mantenerlo sino a acrecentarlo. Una característica que hasta ahora parecía
privativa del peronismo. Se verá con qué efectos, pese a que aquí hablar de
futuro implique poco menos que abrazar la ciencia ficción.
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