domingo, 20 de agosto de 2017

Cambiemos también se hizo peronista


Por Javier Calvo

Ahora que se multiplican los análisis sobre por qué ganó en las PASO el oficialismo nacional, algunos de ellos con sorprendentes dosis de atraso o necedad, me gustaría detenerme un poco en la peronización de Cambiemos.

No se trata sólo del origen peronista de varios referentes del PRO (Rodríguez Larreta, Ritondo, Santilli, Monzó, etc.), de viejos padrinos políticos del Presidente (Grosso, Puerta, Schiavoni, etc.) o hasta del rey del marketing amarillo devenido en multicolor (el ecuatoriano Duran Barba, que se enorgullece de su adhesión juvenil al General).

Más bien, se intenta establecer aquí de qué forma primero el PRO y ahora Cambiemos construyen poder. Porque acaso ello explique mejor el resultado de las primarias y lo que previsiblemente ocurra en octubre y más allá.

Como falsos medios nacionales, cuando en realidad somos de Buenos Aires, nos tentamos a priorizar el empate técnico en la Provincia. Con desprolijidades de las cargas de votos incluidas, algo típico aunque no exclusivamente peronista. Pero el árbol no debería tapar el bosque: Cambiemos ganó peleas claves en muchos distritos (aún con una módica derrota bonaerense) y obtendrá más votos y bancas en octubre que las que consiguió hace apenas dos años. Constituiría el mejor resultado de un oficialismo en elecciones de medio término en más de una década.

Para ello, el oficialismo puso al frente de su acción al arma más poderosa con la que cuenta: el Poder Ejecutivo Nacional. Tal como hicieron antes Menem y luego los Kirchner, ahora es Macri & Cía. quien desde la Casa Rosada ejecuta políticas públicas que edifican una influencia sin par en cualquier parte del país. El centralismo porteño permite que las acciones del Gobierno de la Ciudad y del bonaerense repliquen también en las provincias, al menos en el plano simbólico o vía mediática, en tiempos en que parece haber triunfado el periodismo militante bueno.

Es cierto que para salir airoso en varias provincias se valió de figuras del radicalismo, además de la aplanadora Carrió en Capital. Se trata, sin embargo, de una UCR más mimetizada en Cambiemos de lo que le gustaría (¿quién recuerda los planteos de falta de discusión de propuestas o candidatos?), como los casos de la Ciudad y la provincia de Buenos Aires, Córdoba y Santa Fe. O de gestiones radicales casi peronistas, como las de Corrientes y Jujuy. De consolidarse el poder territorial de Cambiemos, se podría prever que más absorbida quedará la UCR. El factor Lilita, que se emparentaría con las disidencias clásicas que siempre se permitió y nutrió al peronismo, merece un estudio aparte. Es decir, otra nota.

Está claro, además, que a lo largo de la campaña el oficialismo se fue probando diferentes ropas, como ya lo describimos en PERFIL. Esa mecánica de prueba-error no forma parte de una improvisación. Hay una marca, un relato y unos valores unificados, por lo menos en lo comunicacional, porque es evidente de que no todos los Cambiemos piensan lo mismo. ¿A qué suena parecido?

Invito a dejar de lado por un rato al pensamiento básico y prejuicioso que cree que el oficialismo es sólo eslóganes vacíos de Duran Barba. El discurso y la gestión de Cambiemos representa a una porción importante de la sociedad argentina. Gente que está (muy) dentro del sistema y gente que aspira a estarlo. No es desconocido ello en nuestra historia reciente (Menem lo hizo) ni para el PRO (lo hizo en la Ciudad, donde gana desde hace años en todos los barrios y clases sociales).

Esta idea de construcción política conlleva algún tipo de identificación. Y ahí ayuda que haya otro para repeler. Hoy es Cristina y el kirchnerismo. Se pueden sumar otros tótems oficialistas: las mafias, el pasado, la corrupción, el populismo... La lista es amplia. Polarizar se convierte así en mucho más que una táctica electoral y pasa a ser constitutiva de una fuerza que pretende ampliarse y quedarse a gobernar, como lo ejemplificó la maniobra en el Consejo de la Magistratura para desplazar al enriquecido juez Freiler. Ajá, otra similitud.

Como si fuera poco, la señal tal vez más potente de las primarias del domingo 13, que previsiblemente se ratificará en octubre, es que salvo algún imprevisto made in Argentina habrá un Macri competitivo para la reelección presidencial en 2019. La crisis y atomización peronista contribuyen a esta chance y son también el resultado de esa consolidación macrista.

No es todo. Cambiemos ya alumbra dirigentes en condiciones de ser el recambio pos Macri. Vidal, Rodríguez Larreta, Peña, Frigerio son apenas algunos botones de muestra de cuadros que pueden llegar a tallar fuerte en una fuerza que no teme al ejercicio del poder. Y apuesta no sólo a mantenerlo sino a acrecentarlo. Una característica que hasta ahora parecía privativa del peronismo. Se verá con qué efectos, pese a que aquí hablar de futuro implique poco menos que abrazar la ciencia ficción.

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