Por Sergio Sinay (*)
La construcción de una sociedad decente es prioritaria a la
de una sociedad justa. En 1977, mientras se aprestaba a tomar un avión que lo
devolvería de Jerusalén a Nueva York, el filósofo Sidney Morgenbesser
(1921-2004) razonaba así ante su colega israelí Avishai Margalit.
La idea quedó
viva en Margalit, que profundizó hasta publicar, un par de décadas más tarde,
su libro La sociedad decente. Morgenbesser, una leyenda en la Universidad de
Columbia por la profundidad de sus ideas y la agudeza con que cuestionaba
paradigmas filosóficos conservadores, había dado vuelta las cosas una vez más.
De su pensamiento se puede inferir que la justicia que provea una sociedad será
muestra de la decencia que haya en ella.
¿Cuándo una sociedad es decente? La pregunta desveló a
Margalit hasta que pudo encontrar una respuesta que sintetizó en esta frase:
cuando no humilla a sus integrantes. En una sociedad de ese tipo, sostiene, las
instituciones no humillan a las personas. Es una sociedad civilizada, y en una
comunidad así las personas tampoco se humillan entre sí, porque comprenden que
la humillación afecta el honor y la dignidad del ser. Una cadena de causas y
consecuencias.
La humillación es un mal doloroso y el respeto es un bien,
piensa Margalit. Y es más importante eliminar males dolorosos que crear bienes
disfrutables. Algo que deberían pensar quienes se llenan la boca con cifras,
promesas economicistas, ilusiones de inversión y otros juegos de mente en los
que las personas y sus sufrimientos tienen una clamorosa ausencia. Se puede
sufrir a causa de catástrofes naturales, pero la naturaleza no humilla. Sólo
los seres humanos lo hacen, y con frecuencia.
Una sociedad en la cual los deberes se cumplen tenderá a la
decencia y habrá más derechos respetados. Eso genera confianza social y
repercute en la autoestima de los individuos. En una sociedad decente, dice
Margalit, ningún derecho se invoca como medio para un fin. Y, a través del
trabajo, de la administración de justicia, de la atención de las prioridades
del Estado (salud, educación, seguridad, alimentación) se le respeta a cada
persona su dignidad. Ser parte de una sociedad, señala el filósofo, es una
cuestión de pertenencia. Pero ser un buen miembro de esa sociedad es un logro,
y se llega a ello respetando y siendo respetado. Es una tarea al mismo tiempo
individual, comunitaria y de todos los días. Se debe respetar porque el respeto
es un atributo humano, no hay justificación para no hacerlo y no es necesario
explicar por qué es mala la humillación. El respeto, en una sociedad decente,
es una calle de doble mano. La sociedad respeta al individuo y éste a la
sociedad.
¿La Argentina es una sociedad decente? A la luz del
pensamiento de Morgenbesser y Margalit, la respuesta es más que dudosa. Los
niveles de corrupción (que alcanzaron un pico devastador y criminal en la
década “ganada”) revelan indecencia en un sentido profundo, complementada por
la mirada cómplice o indiferente de la sociedad. La liviana insensibilidad con
la que se pretende administrar hoy el país como si fuera una empresa, y los
repetidos “errores” que huelen a insensibilidad social, apuntalan la respuesta
negativa. El pornográfico revoleo público de intimidades de las personas a
través de redes sociales, televisión y demás medios instala la falta de respeto
como epidemia. Ni hablar de manipulación de la justicia para fines espurios,
con jueces como protagonistas.
La humillación como estilo puede sintetizarse incluso en
episodios patéticos como el del “Polaquito”, un chico de pocos años convertido
impiadosamente en carne de rating no sólo cuando se lo presentó en la pantalla
de TV como una suerte de enemigo público número uno, sino cuando se lo continuó
descarnando en días posteriores a través de polémicas en las que, una vez más,
se conjugaron la política de baja estofa, el oportunismo, la megalomanía y la
miseria moral. Como un holograma, en cualquier hecho una sociedad se muestra de
cuerpo entero.
(*) Escritor y periodista
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