Por Nicolás Lucca
(Relato del Presente)
Es curioso cómo se repiten conceptos que escuchamos al
pasar. “La campaña se duranbarbizó”, dice un ignoto mientras se limpia las
migas de la panza, dando por sentado que Durán Barba logró que un intendente se
convierta en Presidente sólo gracias a campañas religiosas.
Otro recién
arribado a este lado del planeta Tierra puede suponer que Argentina se
convirtió en un país democrático y republicano al estilo norteamericano y,
siguiendo los pasos de quienes patentaron la idea de este sistema de gobierno,
hayan llegado las campañas en las que se le habla a la gente desde un escenario
bajo, en el centro de la audiencia. Pero no, al igual que en la industria
tecnológica, de los norteamericanos sólo copiamos el packaging.
Unos van a tocar timbre casa por casa predicando la palabra
del Señor, otros salen sólo a caminar entre los fieles, algunos hacen misas de
sanación para sacar al demonio macrista de los cuerpos enfermos. Y todos –pero
todos, eh– vivimos estas elecciones como si fueran el punto de quiebre entre lo
que podríamos llegar a ser y lo que no seremos nunca.
Están los que piden que ratifiquemos el rumbo para evitar
que vuelva la que entra en el Senado aún saliendo segunda, y también están los
que piden el voto “porque la plata no alcanza”. Desconocemos si se refieren a
que necesitan del cargo legislativo porque la guita no les da para bancar sus
estilos de vida, pero lo que sí es cierto es que no existe ninguna política que
pueda llevar adelante un legislador para modificar el rumbo ejecutivo de la
economía. En base a esto, siendo que piden el voto en base a algo que no pueden
hacer ya que no se vota un ministro de Economía, la pregunta es si lo hacen de
burros o de cínicos que se aprovechan de la discapacidad cívica de diferenciar
las obligaciones de un presidente, un ministro, un intendente, un gobernador,
un diputado nacional, uno provincial, un senador, o un concejal.
Cristina –única empresaria de la Argentina procesada por
asociación ilícita y lavado de dinero que permanece en libertad mientras su
contador cae preso en la misma causa– organiza un acto en Mar del Plata, donde
dejó a 5 mil militantes fuera de un teatro lleno de dirigentes. “No es
casualidad que estemos acá, cuando al país le ha ido bien, a Mar del Plata le
ha ido bien, cuando al país le va mal, a Mar del Plata le va mal”, inició su
discurso la Presi que, por razones de seguridad física personal y de terceros,
creyó conveniente no iniciar su campaña en Santa Cruz.
Como si estuviera ensayando para un juicio oral, Cristina
convocó al escenario a una rueda de testigos que den fe de lo mal que está el
país: una trabajadora textil y delegada gremial que difícilmente haya
participado de la confección de la ropa importada que vestía la ex Presi, una
fileteadora que no tiene mercado laboral desde unas tres décadas antes de
nacer, un taxista, un cooperativista de pizzas y empanadas, dos trabajadores
municipales de la salud, una ferretera, un fabricante de camperas y una chica
jujeña a la que presentó por peruana y, al darse cuenta del error, se justificó
en que “en la Patria Grande hay menos en común entre un porteño y un jujeño que
entre un jujeño y un peruano”, en un comentario que no habría pasado las
pruebas Inadi Control. Ante ellos, Cristina quiso dar el mensaje que repitieron
los organizadores: Mar del Plata es la ciudad que encabeza el listado de
desocupación de Argentina. Faltó agregar que el Indec kirchnerista también dijo
lo mismo en mayo de 2015, pero no iban a permitir que una verdad empañe una
buena historia.
Luego de que los fieles dieran testimonio de Fe, la
empresaria hotelera dijo que “no hay mejor defensa en democracia que el
ejercicio del voto ciudadano, ese voto que va a servir parar esto, tanto dolor
y sufrimiento”. Y ese voto que, cuando le fue esquivo, fue por culpa del
engaño.
Mientras buscan similitudes con los programas aplicados por
consultores ecuatorianos, habría que mirar para Brasil. Tras hacer censos a la
población durante 16 años desde lo que sería el Indec brasilero, Edir Macedo se
dio cuenta de que había una forma muy sencilla de hacer mucho dinero con un
mecanismo sencillo: agarrar a un tipo, escuchar sus problemas, guiarlo para que
sepa culpar a cualquiera menos a sus propias acciones, y darle un remedio
ficticio que le calma el ánimo pero no le soluciona nada. Podemos ver la
construcción de su empresa a diario en la emisión televisiva Pare de Sufrir,
donde los fieles se desesperan por ser salvados de la desgracia de tener el
control de sus propias vidas, mientras el resto nos preguntamos de dónde mierda
sacaron la guita. ¿Cómo no tomarlo de ídolo kirchnerista?
El ser humano necesita a Dios. Lo puede reemplazar, vestir
de otra religión, convertir en un ídolo de carne y hueso que patea una pelota,
o en una causa que cree que es la correcta, como cualquier otra religión,
aunque fundada en su percepción de razones más palpables, pero esa casilla
correspondiente a “la entidad que justifica toda mis creencias”, nunca queda
vacante. Lo ideal es que el vacío lo llene el racionalismo, pero no siempre
funciona así. De allí que, inconscientemente, se recurra a lo divino cuando no
cierran las explicaciones científicas. Al igual que el hombre de ciencias del
siglo XVI que, luego de sacar todos los cálculos posibles, justifica la fuerza
de la gravedad en la misteriosa existencia de Dios, podemos leer a la vieja
guardia intentando comprender el fenómeno Cristina. Se lanzó, más imagen
positiva en el 30%, más imagen negativa de Mauricio por debajo del 52% de las
elecciones de 2015, igual “Cristina vuelve”.
Es una traición habitual de nuestra mente: confundir imagen
positiva con intención de voto. De forma racional, creemos que el voto va al
candidato que nos cae bien. Sin embargo, al momento de medir la imagen positiva
de los políticos, las encuestas no son excluyentes. O sea: a diferencia de la
pregunta “a quién vas a votar” en la que sólo se puede dar un resultado, en las
encuestas de imagen, se puede repartir el voto. Podemos ser amigos de la vida y
decir que todos nos caen bien, estar resentidos –o sobredosificados de
realidad– y que todos nos caigan mal. En el medio, el infinito de las
posibilidades. El hecho de que alguien me caiga bien no es sinónimo de voto. Es
como ese amigo del alma que es un tipo divino pero que sabemos que es el summum
de la desprolijidad: contará unos chistes divinos, pero jamás le daríamos el
manejo de nuestros bienes.
La imagen positiva de Cristina flota entre el 25 y el 30%.
Pero la negativa es el resto. O sea: 7 de cada 10 no la pueden ver ni en
figuritas. De ahí el escenario ideal para un movimiento que se ha caracterizado
por convertir en verdades ficciones que no alcanzan para un corto de cine
independiente: un triunfo en la provincia de Buenos Aires es factible porque el
grueso de la imagen positiva se concentra en ese distrito. Para que se
entienda, nada mejor que los ejemplos: en abril de 2015, Macri tenía un 49,5%
de imagen positiva. Scioli también. Sin embargo, cuando llegó la primera vuelta
electoral, Macri arañó los 34 puntos, mientras que Scioli llegó a los 37. ¿Qué
pasó en la segunda vuelta? La imagen negativa de Naniel. O sea: lo que decimos
siempre cada vez que alguien dice “ganamos por el 51%”. Hay un 17% que le
resultaba insufrible la otra opción. Si ese 51% hubiera estado enamorado de
entrada, no habría existido el ballottage.
La forma tradicional de analizar los vaivenes de la política
se ha modificado tanto en los últimos tiempos que aún no entiendo cómo
continúan aplicando los mismos métodos y compartiendo sus resultados con el
orgullo de una sapiencia que los voltea una y otra vez. Por estos días hasta
llegamos a escuchar que no existe la posibilidad de que un gobierno no
peronista pueda sobrevivir a una derrota en la provincia de Buenos Aires,
conclusión alcanzada con el mismo método con el que en octubre de 2015
señalaban que sólo Sergio Massa podía vencer a Scioli en una segunda vuelta.
La Unión Cívica Radical perdió las legislativas en Buenos
Aires en 1987 y se fue en el 89. La Alianza no ganó en la provincia en 2001 y
ya sabemos cómo terminó. Pero tampoco ganó el PJ en 1997 y se fue en el 99, ni
lo ganó en 2013 y también se tomaron el palo. O sea que el parámetro para decir
que ningún gobierno no peronista sobrevive a una derrota en Baires es la
derrota de 2001 de la Alianza y la permanencia del kirchnerismo tras el traspié
de 2009. Salvo que se quiera remarcar la entrega de mandatos antes de tiempo,
algo que tuvo un factor en común que hoy no existe: la provincia de Buenos
Aires, esa que rodea geográficamente a la sede del poder federal, hoy no se
encuentra en manos del Partido Jusiticialista. También podemos ir a buscar
datos anteriores a la dictadura, cuando no sobrevivían oficialistas ni
opositores a triunfos ni derrotas legislativas o presidenciales por cuestiones
vinculadas a las muestras de virilidad de los militares.
Para redondear: lo que vaya a pasar tras las elecciones es
un misterio. Incluso están los temerosos que afirman que la posibilidad de un
triunfo de Cristina frenó el tsunami de inversiones que veníamos recibiendo a
raudales. Por un lado, es cierto que los empresarios internacionales afirman
que las inversiones serias, como son a largo plazo, necesitan de un clima de
menor incertidumbre política. Tan cierto como que ese clima no cambiará ni
aunque Cristina pierda. Porque no son las personas, sino las ideas que proponen.
Miren los discursos de los que están en el arco opositor y notarán que del
kirchnerismo les jodía que los dejaran afuera. La corrupción se soluciona
mediante la ley y eso lo saben en todo occidente. El problema son las políticas
a largo plazo. Y eso no cambia una proyección de inversión a largo plazo:
¿Quién comprometería guita a 10 o 20 años si sabe que este gobierno tiene una
garantía constitucional de cuatro años y a partir de allí vuelve la ruleta
electoral con un muestrario de propuestas demagógicas?
Si Cristina sale segunda, entra al Senado de todos modos. Y
si eso pasa, no queda en la línea sucesoria. En idéntico sentido, vayan dos
apreciaciones para el que se preocupa porque con fueros no irá presa: primero,
los fueros no aplican a sentencias firmes de cumplimiento efectivo; y segundo,
si la Justicia sigue a este ritmo, Cristina seguirá paseando su cara de
compungida por la ausencia de atención hasta el año 2136. Con o sin fueros.
Y en cuanto a la garantía de gestión: ya tienen la contra en
un congreso que sesiona siete veces en medio año. Salvo la reparación a los
jubilados y el pago a los holdouts, el resto de los méritos que muestra este
gobierno en sus spots han sido obra de la pluma que firma los decretos. Sí, se
les complicará encarar la reforma tributaria integral que no tienen en mente.
Sin embargo, no necesitan mayoría parlamentaria para modificar las categorías
del impuesto a las ganancias. Para lo que tampoco necesitan mayoría parlamentaria ni ninguna gobernación de su
lado es para dejar de crear direcciones generales insólitas, subsecretarías
ridículas y observatorios sociales tan al pedo que para lo único que sirven es
para que los egresados de sociales sientan que sus títulos sirven para algo.
Sería un lindo y conformista mensaje: ya ni siquiera les pedimos que reduzcan
el tamaño de ese monstruo; con que dejen de hacerle agujeros a la botella, nos
alcanza.
Lo demás es materia de los dinosaurios que creen que el
griterío de los que nunca votaron al macrismo podría quitarle votos al macrismo
que nunca votaron.
Publicado por Lucca
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