Por Carlos Gabetta (*) |
“Paren el mundo; me quiero bajar”. Este grito genial, que
sintetiza la perplejidad, el hartazgo, la impotencia y el temor de un sujeto
ante una situación global que lo desborda, se lo debemos, cuándo no, a la
pequeña Mafalda. Fue proferido hace más de cuatro décadas, en tiempos en que la
guerra era “fría”; progresaba el Estado de Bienestar en muchos países
occidentales desarrollados, se consolidaba la Unión Europea y la economía
mundial aún crecía.
Pero en el mundo “sub”; en América Latina, Asia y Africa,
desde donde Mafalda protestaba, proliferaban entonces las dictaduras,
guerrillas, guerras anticolonialistas, apharteid, torturas, terrorismo,
hambrunas, desigualdades. En el Norte, el grito de Mafalda habrá sonado como
una feliz humorada; en el Sur, como una síntesis entre la razón y las emociones
humanas.
Hoy, en cambio, muchos de los que se bajarían del mundo
viven en Estados Unidos, país presidido por un megalómano belicista, racista,
misógino, inescrupuloso y medio loco, con el dedo sobre el botón nuclear y
apoyado por buena parte de la población. La primera potencia mundial gobernada
por un populista semejante; la extrema derecha creciendo o anunciándose en casi
todos los países centrales.
¿Cómo se llegó a esto? Luego de circunvalar el mundo
desarrollado desde los ’70, la crisis económica y financiera acabó en 2008
instalándose en su corazón: los Estados Unidos y Europa. Entretanto, Rusia y
China pasaron de ser el sueño comunista al sueño capitalista: economías de
libre mercado controladas por Estados omnipotentes. Ni sindicatos libres, ni
libertad de prensa, ni equilibrio de poderes. El capitalismo se encontró con
que sus democracias competían en desventaja con regímenes autoritarios que
guardaban del comunismo el control político y social, pero adoptaban el espíritu y los modos de
producción y competencia comercial del capitalismo.
Al mismo tiempo, explotaron las innovaciones tecnológicas y
científicas aplicadas a la producción. Resultado: tendencia irrefrenable al
desempleo masivo universal, aumento exponencial de las desigualdades,
desenfrenada especulación financiera, crisis recurrentes y cada vez más graves.
Y allí están Donald Trump, el derrumbe de los partidos tradicionales en Europa
y hasta en los países escandinavos. La Unión Europea en peligro; el Estado de
Bienestar y las democracias retrocediendo en casi todas partes. ¿Remember 1929?
En el mundo “sub”, después del espejismo de los préstamos
financieros y la instalación de multinacionales que aprovechando las ventajas
de la tecnología huían de los altos salarios, impuestos y exigencias de los
países desarrollados, el “crecimiento” devino pesadilla. En la mayoría de ellos
el populismo y la corrupción, el desorden de las democracias de fachada, eran
una vieja práctica. Así, los préstamos y las inversiones se evaporaron;
aumentaron la ignorancia y la pobreza. Se expandió y profundizó la influencia
política del narcotráfico.
Las excepciones son pocas: Chile, Uruguay, Israel, Corea del
Sur, Canadá, los escandinavos y algún otro. Pero a todos los van alcanzando las
consecuencias de la revolución tecnológica y la crisis mundial de demanda
realmente solvente; emanada de la producción y no de la especulación financiera.
Y así va hoy el planeta. Cruentas guerras y enfrentamientos
internos en Medio Oriente, Asia y Africa. En América Latina, graves crisis
económicas, políticas y sociales en Venezuela, Brasil, Argentina, México. El
esperpento populista y la política en niveles de corrupción nunca vistos;
asesinatos masivos, desmadre institucional. Desborde migratorio mundial. Trump
a trompadas con la prensa, el cambio climático y el Estado protector; con Corea
del Norte, Rusia, China y hasta con Gran Bretaña y la Unión Europea. El dedo
nuclear le debe estar temblando.
En fin, que cambiamos el mundo, o puede que el mundo acabe
bajándonos a todos.
(*) Periodista y escritor
Con todo respeto: Quino aclaró que Mafalda nunca dijo esa frase (ni otras que le atribuyen). Por su sensibilidad y su amor al mundo, jamás la diría.
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