Por Sergio Sinay
¿Es Donald Trump un imbécil? A Aaron James, doctor en
filosofía por la Universidad de Harvard y catedrático en la de Irvine,
California, no le cabe duda de que es así. Y dedicó su libro Trump, ensayo
sobre la imbecilidad (Editorial Malpaso) a demostrarlo. No es broma.
Nada es
broma tratándose de Trump, aunque haya quienes lo tomen a risa. James, filósofo
respetado, ya había consagrado un libro a la imbecilidad en general, y ahora
aplica aquellas demostraciones a Trump.
Publicado poco antes de las elecciones de noviembre de 2016,
es notable comprobar la puntualidad con la que el millonario se ajusta desde el
poder a las peores previsiones de James. ¿Por qué debería sorprender que un
tipo dado a las palabras y las actitudes violentas como candidato (o como showman
televisivo) instigue a la violencia a sus seguidores desde la presidencia?, se
pregunta James. Y ahí está el intemperante tuiteando una falsa pelea de lucha
libre en la que supuestamente él aporrea a un periodista en el piso. O su dedo
ansioso en el gatillo nuclear. O su verba cloacal disparando insultos a diestra
y siniestra sin respetar investiduras, protocolos o simplemente la dignidad de
las personas.
El imbécil no es un idiota ni un estúpido (sobre esta última
categoría hay un imperdible trabajo del historiador italiano Carlo Cipolla
titulado Las leyes fundamentales de la estupidez humana). Estos dos dañan y se
dañan pero carecen de intencionalidad y de rasgos psicopáticos. El imbécil, en
cambio, miente a sabiendas, desprecia la verdad, se cree el más gracioso y el
más listo de todos, es un ignorante que habla con seguridad de temas que
desconoce, emite opiniones de una linealidad y una simpleza elementales y
precarias, tiene un amor propio desmesurado, niega sus propias palabras, busca
ventajas (aun con trampas) en sus relaciones sociales, cree que, solo por ser
él, tiene derecho a hacer lo que quiera despreciando leyes, reglas, acuerdos y
normas, desoye y descalifica las quejas o las necesidades y derechos del
prójimo, jamás pide perdón y, puesto a reclutar seguidores, se hace el gracioso
de modo patético actuando como lo que James llama “payaso bobo”. El mundo está
poblado de imbéciles, y este espécimen engancha y moviliza simpatizantes que
acuden a sus ofertas. El populismo en todas sus variantes, acota el filósofo,
suele ser un campo pródigo en ejemplos al respecto. “El que confía en
imbéciles, termina comportándose como un imbécil”, dice el novelista Paul
Auster (autor de la Trilogía de Nueva York, La invención de la soledad, La
música del azar, Leviatán y otras obras notables).
Escrito con lucidez y sólidos conocimientos y argumentos
filosóficos y políticos, el de Aaron James no es un libro ligero ni
caricaturesco. Se eleva por sobre la deplorable figura de Trump para adentrarse
en reflexiones tan necesarias como atinadas sobre el significado, los
fundamentos y los mecanismos de la democracia y sobre los voraces y
depredadores experimentos y modelos económicos que, especialmente desde la
segunda mitad del siglo XX, vaciaron los fundamentos del capitalismo avizorados
por figuras como Adam Smith o John Stuart Mill entre otros (un sistema cuya
visión orientadora era el bien y la mejora común) hasta transformarlo en lo que
es hoy: un capitalismo imbécil. Roto el contrato social que proponía Jean-Jacques
Rousseau (basado en recursos como la cooperación, el respeto mutuo, la
empatía,) hoy surge el prioritario deber moral de recomponerlo antes de que los
imbéciles acaben con todo. James orienta el tramo final de su obra a proponer
las bases de esa tarea.
Mientras tanto, a medida que se lee su libro, un cierto
escalofrío recorre la piel del lector atento. Proviene de advertir que
numerosos imbéciles estuvieron y están entre nosotros, muchos de ellos con
poder, con funciones gubernamentales, con éxito y fama, con fanáticos
seguidores. Como aquellas criaturas de la legendaria serie Los invasores, que
pasaban inadvertidas hasta que el protagonista David Vincent las detectaba sólo
para enfrentar entonces la incredulidad general. Menospreciar a un imbécil puede
ser siempre fatal.
(*) Escritor y periodista
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