Por Carlos Ares (*) |
Pavada de metáfora sobre la historia argentina ésta de la
vaca muerta. Un territorio inmenso bajo el que todavía se oculta una energía
capaz de dar vida y futuro a millones de personas. Si bien se mira, con un poco
de distancia, así pasa también con otras riquezas naturales ocultas en este
bife de costilla que habitamos, entre el hueso de la cordillera y la lengua
salada del atlántico.
¿Qué fue de la vaca atada a la cosecha que teníamos y nos salvaba?. ¿Qué de la vaquita democrática a la que íbamos a colaborar un poco entre todos para pagar con libertades, acuerdos, pactos, la “dolorosa”, la terrible cuenta, la suma los horrores que nos dejó la dictadura?
Hay quien pone el lomo a diario, cada mañana, temprano. Los
veo en mi barrio, cuando apenas clarea, tirando de pibitos embutidos como
chorizos en camperas, bufandas, animando el tiempo, metiéndole ganas, apurados
para cumplir el horario, besando a los chicos antes de entrar a la escuela,
ajustando sus mochilas, dando los últimos consejos, acompañando con una
sonrisa, mirándolos, felices, esperanzados. Te tiene que gustar el corazón así,
cada día, vuelta y vuelta, cada puto día, porque además hay que laburar hasta la
hora de volver a buscarlos o que, alguien, padre, abuela, vecina, de una mano,
haga el favor.
Tanto poner el lomo para comerse el garrón a la noche,
mientras se mira como los buitres sobrevuelan sobre los restos que dejaron los
que ahora mismo intentan cenarte el poco seso que se puede conseguir en la
tele. Tranquilo, es el hambre amigo, y la sed de justicia, los que te hacen
verlos así, reventando como morcillas tras las rejas. No se apure. Disfrute el
crepitar. Hay que asarlos lentamente al fuego intenso de la memoria hasta
verlos enrojecer y ponerse morados
cuando ocultan sus pasados y sus vergüenzas.
Que la calentura no le haga cometer el error de querer
arrebatarlos por el cuello para que den explicaciones y devuelvan la que se
llevaron. Las tiras de Recalde, de Julio de Vido, de Aníbal Fernández, de
Boudou, de Víctor Santa María, de Milani, de Cristina y de tantos otros deben
ir del lado del hueso en los procesos penales. Demora un poco más, pero si
quedan a cargo de parrilleros decentes y expertos, te los sacan en su
punto. Y ese sabor amigo, el de la
justicia, cuando se logra es incomparable.
Hay algo ya irrenunciable en nuestra entraña. Algo de lo que
hemos aprendido después de años de menemismo, kirchnerismo y tantas versiones
de lo mismo, es el derecho al desprecio, a decirles ya no, ya paren. A poder
llamar al joven mozo de turno para decirle: perdoname flaco, Randazzo, tal vez
vos no seas vos tan responsable como tus jefes de la banda sindical y política
que cocina todo ahí adentro, pero llevate todo, esta mierda es incomible.
La marcaron con la Triple A hace más de cincuenta años. Le
secaron hasta las pocas ideas que conservaban algo del gusto original. No me
quieras hacer pasar por sensible la molleja dura de un peronismo que gobernó
veintiocho años seguidos la provincia de Buenos Aires y mirá como la dejó. Te
habló de Felipe Solá, de Scioli, de los que todavía insisten. Pedi que les den
un voleo en la nalga a los proveedores de carne podrida. Insfran, Alperovich,
Rodríguez Saa, Gioja, Kirchner y demás. Pero que no se la tiren a los perros.
Pobres perros.
En esta carnicería del día a día, después de tantos años,
todos somos al fin parte de eso que rellena lo que hay. Andá a saber qué. Un
poco del cuero que todavía resiste, algo de la grasa de las capitales, carne
picada a cuchillo en las calles, molida en la espera de lo que nunca jamás
sucedió, preciosa, valiosa, espesa sangre desgraciada, inútilmente derramada.
Una masa informe de ilusiones y deseos de que esto cambie de una vez.
Ojalá que, al menos, siempre quede leche para quien la
necesita de verdad. Mientras tanto, aquí seguimos, anudados como salchichas, a
la espera de que nos morfen en el sanguche electoral, entre pasado y quién
sabe. Expuestos al frío en una extraña vitrina bajo tierra que nadie ve.
Tirados ahí, descuartizados como a pedazos de vacas muertas, junto a un
increíble y tierno vacío.
(*) Periodista
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