A 37 años de la
muerte del gran poeta salteño
Manuel J. Castilla: "Escucho, hasta el más leve, todos los ruidos de la tierra". |
Por Nelson Francisco
Muloni
No resulta reiterativo decir que, al paso de los tiempos, se
levanta con su fuerte sonoridad, la voz de Manuel José Castilla, con el
esplendor de toda la palabra puesta en la poesía que se vuelve, de un modo
sustancial, en la verdadera esencia del hombre y su relación con la dignidad de
la tierra que lo surte.
Castilla es verbo. Y es excelsitud. Es afecto. Y canto.
Presente, siempre presente y siempre poesía. Porque, como dijo de él Aldo
Parfeniuk, Castilla es “un anticipador de los tiempos”. Aunque todo poeta, por
el hecho de serlo avanza sobre los tiempos, es en Manuel donde la temporalidad
cruza, de lado a lado, la condición natural del hombre con la tierra, con el
todo.
Esa conjunción es notable en Espero que me llueva:
Ese hongo anaranjado y
húmedo pegado en la corteza de este tronco en el monte
es mi oreja y escucho,
hasta el más leve, todos los ruidos de la tierra.
Puedo decir ahora de
qué silencio nace el agua y qué oro lo moja el maíz
Mientras crecen enfurecidas
las hebras tiernísimas de las manos del mamboretá mascador de las moscas.
Alguna vez referimos a Castilla en su Hombre entre las cumbres de Lizoite:
Esta carne de Dios,
esta aterida
carne sagrada y quieta
entre las cumbres,
este bulto que mira su
infinito bajo los ventarrones
es, sin embargo, un
hombre.
Y su tiempo excede al lugar como mero espacio geográfico,
para tornarse universal llevando la voz de “esta tierra” que “es hermosa” por
la latitudes del cancionero latinoamericano con sus hallazgos notables del
amor, de la tierra, de sus frutos y de cada hombre y mujer entonados en el pan
y en la copla.
No en vano salieron de su vino simple y generoso los versos de No te puedo olvidar y La atardecida, con Eduardo Falú; Zamba del sauce solo, con Rolando Valladares,
y Zamba de Balderrama, Zamba del panadero, Carnavalito del duende, Zamba de Lozano, Zamba del pañuelo, La pomeña,
La enojosa, Chaya para Toconás con su
constante compañero de coloraturas y sentidos, Gustavo “Cuchi” Leguizamón.
En Agua de lluvia,
Luna muerta, Copajira, La tierra de uno,
y Cantos del gozante, entre otros
libros, Castilla le da la exactitud completa a la re-creación poética en toda su
dimensión, con la convivencia plena del ritmo sereno y amoroso entre el hombre,
el paisaje, el amor y la estatura de su propia universalidad.
Manuel Castilla es poesía pura, es admirable enjundia de la
palabra, es el siempre poeta que “en esta casa está resucitando”.
Manuel J. Castilla nació en Cerrillos, el 14 de agosto de 1918 y murió en la ciudad de Salta el 19 de julio de 1980.
© Agensur.info
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