Por Javier Calvo
Ahora que parece que la justicia no va a pedir el desafuero
y que el Congreso tendrá que atemperar su show desaforado (cuac), convendría
detenerse en la aparente intocabilidad de Julio De Vido. Aunque cada vez más
expuesta, su densidad puede explicar la decisión del controvertido juez federal
Luis Rodríguez de protegerlo, pero es sólo un botón de muestra.
Ladero de Néstor Kirchner desde la intendencia de Río
Gallegos, fue un eficiente ejecutor de la máxima pingüina de que no se podía
hacer política sin plata. Qué mejor que la obra pública. Municipio. Provincia.
Nación. Más de un cuarto de siglo manejando fondos públicos tan crecientes como
empastados con intereses privados. Nunca con transparencia.
Tiene razón Carrió cuando sentencia que De Vido es el Lava
Jato argentino, y hay que darle el mérito de que fue su primera denunciante,
como también lo fueron PERFIL y la revista Noticias en los albores K, cuando
otros medios y colegas los veían altos, flacos, rubios. Y hacían negocios con
ellos, claro.
Pero Lilita sabe que esto no es Brasil. La cleptocracia que
supimos conseguir es similar a la de nuestros vecinos. Sólo que no existen los
mismos instrumentos legales para castigarla ni una justicia dispuesta a romper
el pacto de silencio.
No es sencillo tampoco. Demos un baño de realidad aunque sea
de agua fría. Muy fría. Si De Vido hablara o, mejor dicho, confesara, otra que
el Lava Jato. Empresas argentinas y extranjeras de construcción, energía,
servicios públicos, transporte, comunicación y hasta productoras de cine y TV,
son apenas ejemplos mínimos del poder devastador que podría tener la delación
del ex ministro de Planificación durante los doce años K en la Casa Rosada y
actual diputado.
En semejante tejido participaron además sectores judiciales,
del espionaje, de la política, del sindicalismo, del periodismo (cómo olvidar
insólitas coberturas y suplementos en el enorme arco que iba del diario Tiempo
Argentino a la revista Gente) y hasta de la Iglesia, con los bolsos de José
López como parábola pavorosa. De Vido mancha todo.
El tamaño y complejidad de ese entramado, además de cierto
cuidado en dónde quedaba estampada su firma, esclarece por qué De Vido se ha
mantenido hasta ahora intocable. Hasta ahora. Las balas cada vez pican más
cerca. Y los silencios y las protecciones cómplices en algún momento se pueden
agrietar. Nada es para siempre.
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