Por Jorge Fernández Díaz |
Perón anunció alguna vez la larga marcha hacia la
Argentina Potencia, pero el peronismo postmortem se desvió en
una esquina y nos estacionó en La Salada. Ese chasco histórico, este penoso
periplo hacia la decadencia tuvo muchos hitos y estaciones dentro de la
cronología bonaerense, bastión parcialmente perdido que se ha transformado en
una muestra del evidente éxito justicialista para afianzar la pobreza y de su
terrible derrota como fuerza del progreso, en un estremecedor mapa de sus
humillaciones y fracasos, y significativamente en el campo de honor donde se
llevará a cabo el próximo duelo político a suerte y verdad.
Borges, a propósito, no hubiera desdeñado las
peripecias orilleras de Pantera, que el historiador Jorge Ossona describe como
el precursor de una cruda metodología luego profusamente copiada en los
arrabales peronistas. Pantera fue, desde la década del ochenta, militante
nacional y popular, puntero violento y ocupante serial de terrenos. "La
lealtad respecto de su jefe político le resultaba tácticamente indispensable
para arrancarles a las autoridades municipales el visto bueno de cada toma y el
compromiso de apoyarlo mediante leyes de expropiación por tratarse de tierras
privadas", revela el especialista. Los soldados de Pantera brindaban
diversos servicios a los dirigentes y él mismo lideró, cuando nadie lo hacía,
cuatro tomas de Sur a Norte. Jamás improvisaba sus incursiones: las planificaba
junto con funcionarios, policías y jueces, y las resolvía en tiempo récord; a
los pocos días, las máquinas de la comuna ya estaban rellenando y abriendo
calles y veredas. Luego el cacique disponía los códigos internos y cobraba
"peajes" y "protección" con un ejército de matones.
"Era su dominio -cuenta un testigo del barrio-. Ahí se hacía lo que él
quería: te indultaba, te perdonaba (casi siempre a cambio de alguna parienta
«fuerte»), te condenaba, te mandaba ejecutar". La tenebrosa originalidad
de Pantera fundó toda una escuela y de hecho sirvió de inspiración para la
operatividad secreta de La Salada.
En esa misma pesquisa, el historiador narra por
dentro la vida de los talleres clandestinos que proveen indumentaria al mayor
shopping ilegal y también a empresas prestigiosas. Mujeres y niños convertidos
en costureros y reducidos a servidumbre. Jóvenes inmigrantes escondidos en una
red de sótanos y corredores subterráneos o en galpones sin ventanas, donde
ahora además funcionan las cocinas de la droga: trabajan dieciocho horas
diarias sin francos y casi sin descanso, bajo disciplina carcelaria, y cuando
alguno se da a la fuga y es recapturado, le infringen salvajes castigos
físicos. "A la noche me desataron, pero entró en el sótano un tipo con un
largo rebenque de cuero de esos que se usan para arrear ganado -relata una
víctima-. Nos hizo desnudar y tirarnos de espaldas en el piso, surtiéndonos
interminables latigazos".
Razona el sociólogo Matías Dewey que el fenómeno
comercial no podría consumarse sin los diversos sobornos que cobraban la
Bonaerense, los inspectores municipales y el gran poder político, pero que a la
vez la expansión de La Salada viene a reparar una grave falencia del sistema:
paradójicamente, gracias a esta irregularidad siniestra miles y miles de
personas humildes pueden fabricar, vender y comprar ropa. Tiene razón: los
principios de la mafia siempre han sido los mismos; allí donde la economía
desampara, los gánsteres detectan un negocio y generan un universo paralelo.
Para este sociólogo, el caso confirma también el comportamiento del gobierno
provincial, que en distintos niveles amparaba y a la vez explotaba
financieramente ciertos ramos: desde autopartes robadas hasta estupefacientes.
Y habla de un "Estado bifronte", que opera tanto en el plano formal
como en el andarivel de la ilegalidad. La idea resulta interesante, pero
necesita ser completada con algunos apuntes propios: el peronismo es el
movimiento que más ha intervenido en el diseño de la macroeconomía nacional y,
de hecho, ha manejado de manera ininterrumpida durante casi treinta años la
provincia de Buenos Aires. Por lo tanto, es el máximo responsable de las fallas
del sistema económico, y al mismo tiempo, del boom de las mafias que zurcieron
sus remiendos bonaerenses. No curó la enfermedad, y en compensación, creó una
nueva. De la que se sirve. Incentivó entre las clases postergadas el consumo de
marcas de ropa carísima, pero fue incapaz de garantizarles los medios genuinos
para alcanzarla. Permitió entonces que se fabricaran marcas truchas al alcance
de todos, y les cobró solapadamente coimas a los falsificadores para no
sancionarlos. Es cierto que no hubo en todo esto premeditación, pero hubo
alevosía: los hechos son como son y la provincia es una inmensa zona liberada.
Ossona y Dewey resultan inocentes de mis
razonamientos, pero sus estudios forman parte de Conurbano infinito,
un libro objetivo, riguroso e imprescindible acerca de todas estas realidades
escondidas. Esa obra mayor nos recuerda que el tradicional bastión peronista
concentra el 40% de los pobres de todo el país y que casi la mitad de su
población trabaja en negro. Mientras leía esas páginas, pensaba que esta
gigantesca informalidad resulta otra gran contradicción del peronismo. Que
llegó para establecer los derechos laborales y que durante las últimas décadas
propició un ejército de empleados fuera de la ley. Esto constituye la mismísima
negación de aquellos avances históricos: no tienen cobertura ni protección social,
nadie los defiende, y padecen múltiples injusticias. El salario de los
trabajadores no registrados suele ser un 40% menor que el sueldo de aquellos
que tienen la suerte de estar en blanco. La connivencia de la política con este
mercado desigual y precapitalista es absoluta.
El paraíso creado por el peronismo bonaerense se
recorta como desolador. Lo describe someramente el sacerdote jesuita Rodrigo
Zarazaga: "Discapacitados intentando avanzar en el barro con sus sillas de
ruedas, niños y niñas terminando el primario con notables dificultades de
lectoescritura, aguas servidas corriendo a cielo abierto entre casillas de
chapa y arroyos y zanjones contaminados que se desbordan en inundaciones que
cobran vidas (...) redes ilegales que emergen cuando la población tiene muy
bajos ingresos y la inversión en servicios públicos es deficiente,
narcotráfico, trata de personas, trabajo esclavo y crimen". Aquí también
me permito una anotación personal: los apologistas del rol del Estado
engendraron un Estado ausente que dejó en la intemperie a los trabajadores
fantasma, sin cloacas al 60% de los hogares, sin prestaciones eficientes a las
escuelas y los hospitales públicos, y sin seguridad a millones de
"descamisados", que son las presas más fáciles de la delincuencia y
que padecen como nadie la complicidad de la policía corrupta.
Zarazaga observa sin prejuicios a los punteros, que
son agentes de contención social y gobernabilidad, y auxiliares de una
administración pública colapsada. Pero también capangas paraestatales del
clientelismo, la infracción y los comercios más turbios. Los testimonios
desnudan la mercantilización de todo: "Antes cantábamos «combatiendo al
capital», ahora sólo hacemos política por el capital". Movilizar a la
gente con la ideología ya es imposible: "Te preguntan de una: ¿para mí qué
hay? La doctrina ya no le importa a nadie". También esta mutación es
reflejo del giro mercenario y vacuo de quienes nos prometían la gloria y nos
estacionaron en la Argentina Impotencia.
© La Nación
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