Por James Neilson |
Para los macristas, la pregunta clave es: ¿está dispuesta la
gente a entregar el país a una banda de ladrones mentirosos, o preferiría que
quedara en manos de personas honestas que saben cómo funciona el mundo moderno?
Para los kirchneristas, es: ¿puede permitirse que una gavilla de ricachones
desalmados siga depauperando a los humildes, como a buen seguro sucederá a
menos que Cristina logre poner fin al reinado de terror de Mauricio Macri?
Aunque la mayoría contestara como quisiera el Gobierno, sus opiniones
importarían menos que las de quienes luchan por sobrevivir en las zonas más
fétidas del inmenso conurbano bonaerense. De estos dependerá el desenlace del
prolongado torneo electoral que podría determinar el futuro del país.
Con razón o sin ella, casi todos tomarán las elecciones de
octubre por un referéndum sobre Cristina. Creen que, si cosecha muchos votos,
no sólo se salvará de la cárcel sino que, por un rato tal vez bastante largo,
continuará desempeñando un papel preponderante en el gran culebrón político
nacional, pero que si consigue menos de lo esperado, no tardará en verse
consignada al calabozo de la historia como representante de un pasado
vergonzoso.
En política, quienes apuestan a la racionalidad suelen
perder. En octubre, habrá mucho más en juego que el destino personal de una
señora que se las arregló para convertirse en el símbolo viviente de la
corrupción sistemática y que, para más señas, simpatiza con personajes como el
autócrata venezolano Nicolás Maduro, los asesinos seriales cubanos y los
ayatolás iraníes, pero pocos lo ven así. El asunto sería otro si, además de
robar, los kirchneristas hubieran gobernado bien, pero ocurre que, mientras
duró “la década ganada”, estaban tan ocupados con sus propios negocios que
apenas se esforzaban por administrar el país con un mínimo de eficacia. Por el
contrario, en la fase final de su gestión, se dedicaron a armar una bomba de
tiempo que, esperaban, estallaría antes de que sus sucesores pudieran
desactivarla, un percance que les brindaría una oportunidad para regresar como
salvadores de la Patria.
Si bien aún no se ha producido la explosión devastadora
prevista, ello no quiere decir que haya fracasado el operativo retorno ideado
por Cristina y sus cortesanos. Dejaron a los macristas una “herencia” socioeconómica
tan pesada que no les ha sido posible concretar las muchas reformas que a su
entender serían necesarias para que el país se pusiera en marcha; por razones
tanto políticas como humanitarias, se han sentido obligados a mantener muy alto
el gasto social y aplastante la presión impositiva. Asimismo, la conciencia de
que aquí escasean empresas internacionalmente competitivas los ha hecho demorar
el eventual desmantelamiento de barreras proteccionistas erigidas por gobiernos
anteriores. En cuanto a la “lucha contra la inflación”, aquel flagelo que desde
mediados del siglo pasado debilita al país, hasta ahora los resultados de los
esfuerzos de Federico Sturzenegger por frenarla han sido decepcionantes;
estamos atravesando otro año electoral en el que ser acusado de estar resuelto
a aplicar un ajuste podría tener consecuencias nefastas para el oficialismo de
turno.
Cristina dista de ser el único dirigente político que está
procurando aprovechar en beneficio propio la triste realidad económica
imputándola al salvajismo macrista. Con matices, también lo están haciendo
Sergio Massa, Florencio Randazzo y sus respectivos compañeros que, lo mismo que
la ex presidenta, quieren apoderarse de una parte mayor de la torta peronista.
Como en todos los países democráticos del mundo, los opositores se ven
constreñidos a tratar de convencer al electorado de que son mucho más
sensibles, más humanos que los oficialistas que, por razones inconfesables o,
quizás, por ineptitud congénita, se niegan a repartir dinero entre los pobres.
Así y todo, a Massa y Randazzo no les es dado ser tan vehementes como Cristina;
quieren hacer pensar que no son populistas clásicos sino personas responsables,
Aunque es probable que, en el fondo, sus ideas en torno al manejo de la
economía se asemejen mucho a las de Macri, la lógica electoral, además de
cierta lealtad tribal, los obligan a subrayar las presuntas diferencias.
En lugares de tradiciones menos permisivas, Cristina, que se
enfrenta con una multitud impresionante de causas judiciales muy graves, ya
estaría entre rejas. El que, a pesar de tal inconveniente, siga cumpliendo un
rol clave en la política nacional, hace comprensible la negativa de los
observadores extranjeros a sacar el país del grupo de parias “de frontera” para
incluirlo en el de los “emergentes”. Huelga decir que la situación sería muy
distinta si, luego de enterarse de las hazañas cleptocráticas de la familia
Kirchner, más bonaerenses optaran por abandonarla a su suerte, pero la verdad
es que, para un sector numéricamente muy significante y bien ubicado del
electorado, tales detalles carecen de importancia.
No será que, como aconseja Fernanda Vallejos, la elegida por
Cristina para encabezar la lista de diputados en potencia en la provincia de
Buenos Aires, los decididos a votar a favor de la señora crean que la
corrupción K es “algo que inventan los medios”, sino que muchos ven en el robo
un buen modo de vengarse de la sociedad cruel que los ha marginado. Para
quienes piensan así, el aura de corrupción que rodea a Cristina y sus adláteres
es un atractivo más.
Reaccionan frente a las denuncias que en teoría deberían
hundirlos como hicieron sus antecesores ante las joyas coleccionadas por Evita;
lejos de indignarse por las revelaciones acerca de los gustos carísimos de “la
abanderada de los pobres”, se sintieron reconfortados y reivindicados cuando
les informaron que en tal ámbito había logrado hacer sombra a muchas ricas.
Para amortiguar el impacto que en otros sectores tendría la
evidencia contundente de corrupción, Cristina y sus fieles insisten en que, por
razones ideológicas, el macrismo es peor. Dan a entender que, si bien a veces
podrían apropiarse de algunos pesitos indebidos para financiar actividades
políticas que en última instancia beneficiarían a las víctimas de la injusticia
social, lo que quieren sus enemigos es imponer un orden neoliberal saqueador
que es estructuralmente perverso. En una sociedad en que los empresarios no
figuran entre las personas más admiradas, está resultando ser muy difícil
persuadir a la mayoría de que a todos les convendría que la Argentina adoptara
con entusiasmo el sistema económico, y los valores que le son propios, que en
otras partes del mundo como Asia oriental e India está reduciendo con rapidez
fenomenal el nivel de pobreza extrema. Mal que les pese a los macristas, un
planteo emotivo casi siempre derrotará a los basados en nada más que la razón.
Lo saben muy bien los peronistas. Se ha esfumado tanto el
credo que fue improvisado por el general carismático que lo único que aún
permanece de él es un “sentimiento”; es como la sonrisa del gato de Cheshire
que encontró Alicia en el país de las maravillas que quedaba flotando en el
aire cuando el gato mismo había desaparecido. Así y todo, quienes dicen
compartir aquel sentimiento que les es tan entrañable siguen dominando una
franja amplia del espectro político nacional. Puesto que la fortaleza del
peronismo se debe precisamente a su condición de “movimiento”, la voluntad de
Cristina y Massa de dar la espalda al Partido Justicialista formal, dejándolo
en manos de Randazzo, cambia muy poco. Si el hombre de los trenes logra privar
de votos a los dos que se animaron a poner los pies fuera del plato, será
gracias a sus cualidades personales, no al derecho a hacer uso de emblemas
partidarios que a esta altura no sirven para mucho.
Dice Massa que Cristina se postula para una senaduría porque
necesita los fueros parlamentarios para protegerse de la Justicia. Estará en lo
cierto el tigrense, aunque es de suponer que la ex presidenta se atribuye
motivos que sean mucho más respetables que el deseo de hacer del Congreso un
aguantadero aprovechando medidas que fueron pensadas para garantizar la
libertad de expresión de los legisladores pero que, andando el tiempo, se
parecerían cada vez más a patentes de corso para malhechores.
Con todo, es por lo menos posible que Cristina realmente
crea en su propio relato y que esté sinceramente convencida de que, con la
ayuda de las recetas económicas que le entregan heterodoxos como Axel Kiciloff,
pudo haber hecho de la Argentina un dechado de justicia social hiperproductivo
pero que, desgraciadamente para todos, la frustró una alianza non sancta de
imperialistas foráneos, periodistas malignos y traidores de su propio entorno.
Asimismo, sorprendería que entre los kirchneristas más fanatizados no hubiera
algunas personas honestas e inteligentes que, por odio al statu quo, se
resisten a tomar en serio lo dicho acerca de su jefa espiritual y las
deficiencias del “modelo de matriz diversificada con inclusión social”. A
juzgar por la relación de tantos intelectuales venerados con el stalinismo, el
maoísmo, y, antes de 1945, el nazismo hitleriano y el fascismo de Mussolini,
los disconformes con el mundo tal y como es son capaces de creer en la
superioridad de virtualmente cualquier alternativa, por fantasiosa que sea a
ojos de los demás.
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