Por Pablo Mendelevich |
Si uno lo piensa en términos históricos parece increíble que
el ministro del Interior del presidente Macri se llame Rogelio Frigerio y que
una de sus principales funciones sea la de asegurar la gobernabilidad. Todos
los días el ministro del Interior negocia con los gobernadores, la mayoría de
los cuales no admira al presidente por sus ideas ni por su estilo ni se
identifica con los postulados de la alianza laica Cambiemos. Dos de cada tres
gobernadores son peronistas.
Por motivos diversos ellos dejaron de aparecer en los
diarios como gestores samaritanos de los votos parlamentarios que al
oficialismo le faltaban para sacarle leyes al Ejecutivo, pero tampoco es que se
dediquen ahora a hacer olas (aparte de reclamarle plata al gobierno central con
bravura oscilante, como corresponde en un país sin ley de coparticipación).
Tienen matices, no se comportan como una liga rebelde. Menos aún participan de
la agitación antimacrista que promueve el kirchnerismo en situación de calle,
estrafalario mestizaje peronista-trotskista sobre el que buena parte del
peronismo guarda prudente silencio o bien opina con cautela (esta situación, se
cree, durará por lo menos hasta la gran encuesta nacional del 13 de agosto).
El Rogelio Frigerio original, abuelo del ministro, negoció en
Venezuela con Perón, en 1957, los votos peronistas para que Arturo Frondizi
pudiera llegar al poder. Quiere decir que de algún modo fue quien inauguró el
escarpado camino de la estabilidad institucional para los presidentes no
peronistas. No hace falta recordar que en ese camino lleno de piedras -nunca
mejor dicho- todavía nadie consiguió dar una vuelta completa, llegar hasta el
final. La mitad de los cuatro presidentes no peronistas inconclusos son de la
época en la que el peronismo estaba proscripto por las Fuerzas Armadas. La otra
mitad pertenece a la nueva democracia. Rara, la constante.
A Frondizi, que había ganado casi con la mitad de los votos,
tenía todas las gobernaciones, todo el Senado y 133 diputados, lo
desbarrancaron a los cuatro años (debía cumplir seis) después de aguantar 29
planteos militares e infinitas huelgas y sabotajes organizados por la llamada
Resistencia peronista (si la palabra resistencia les suena a los lectores
jóvenes es porque ahora suelen usarla Hebe de Bonafini y Máximo Kirchner
precisamente para equiparar a la democracia actual con el tutelaje militar de
los sesenta). Frondizi, cabría decir, sucumbió atenazado y acabó preso en
Martín García. Illia duró un año menos. Pero a él no lo sacaron los militares
en un avión de guerra. Lo desalojó una compañía de agentes de la Policía
Federal con gases lacrimógenos a las órdenes de un puñado de militares
compadritos y, entre apretujones, se tuvo que ir de la Casa Rosada en taxi. Hoy
muchos peronistas no sabrían muy bien explicar por qué (encima el derrocamiento
de Illia fue el que produjo más golpistas arrepentidos). Pero pueden ilustrarse
con lo que pensaba entonces un patrocinador, ni más ni menos que Perón. Horas
después del golpe, el general declaró en Madrid: "Para mí, éste es un
movimiento simpático porque se acortó una situación que ya no podía continuar.
Cada argentino sentía eso. Onganía puso término a una etapa de verdadera
corrupción. Illia había detenido al país queriendo imponerle estructuras del
año mil ochocientos, cuando nace el demoliberalismo burgués, atomizando a los
partidos políticos. Si el nuevo gobierno procede bien, triunfará" (Perón
entrevistado por Tomás Eloy Martínez, revista Primera Plana del 30 de junio de
1966).
Alfonsín tuvo que renunciar seis meses antes de completar el
sexenio por culpa de la hiperinflación que le estalló en las manos, pero además
hubo una transición muy mal pensada (se pretendía que la Argentina tuviera dos
presidentes durante más de medio año) y el peronismo metió la cola, no sólo sobre
el final sino desde el vamos. Suele resumirse ese comportamiento con la mención
de los trece paros nacionales que organizó la CGT de Saúl Ubaldini. De postre,
Menem empujó a Alfonsín a la renuncia (recuérdese el dólar recontraalto que
prometió Guido Di Tella, un modelo de desestabilización), y buscó conformarlo
con el hito de la alternancia en sí misma, acontecimiento histórico inédito en
la era moderna.
Lo de De la Rúa está más fresco. Hasta Cristina Kirchner
llegó a decir en una de sus agotadoras cadenas que entre las motivaciones de la
caída de De la Rua había estado la conspiración de sectores peronistas. Lástima
que no lo dijo antes y que no dio nombres (sólo los insinuó).
Lo mejor de todo es que en la Argentina se puso de moda hace
ya varios años moquear por Frondizi cuando se pregunta quién fue un gran
presidente, uno con visión estratégica, uno bien inteligente. Es que entre los
devotos del creador del desarrollismo ahora abundan los peronistas (por
ejemplo, los dos Kirchner). Nadie jamás se hace cargo del papel histórico que
le tocó en el desgaste, en la ostensible funcionalidad al acecho castrense.
Resulta que Frondizi era un estadista irrepetible, "qué pena que no lo
dejaron".
Todo esto viene a cuento para recordar algo que se sabe,
pero a menudo se olvida: si Macri le entrega el poder al sucesor el 10 de
diciembre de 2019 (o si es reelegido) se convertirá en el primer presidente no
peronista de la historia desde que existe el peronismo (1945) que completa un
mandato. Antes de que se malinterprete, no se está diciendo que Macri sea igual
a Frondizi o tenga la honestidad proverbial del viejo Illia. Sólo se trata de
exponer que se finge una democracia no traumática, ordenada, difícil de hallar
en los libros de historia.
Las elecciones de este año, eso salta a la vista, están
vinculadas con el pronóstico. Si Macri gana, Verdad de Perogrullo, se
fortalece. Y si Macri pierde no habrá manera de no pensar que la gobernabilidad
quedó amenazada. Es decir, que los sectores interesados en que no termine el
mandato se sentirán tonificados. Podrá criticarse a la polarización política
como estrategia demasiado dramática, pero la accidentada serie presidencial
ayuda poco a sentirse apoltronado en una democracia rutinaria. Novedad 2017: la
representación política de los sectores que pocas semanas atrás meneaban un
helicóptero como ícono de mandato abortado también van a las urnas y se
pretenden victoriosos. Abuenado para la campaña, el grupo más destacado lleva
una marca imperfecta: Unidad Ciudadana.
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