Por Gustavo González |
Jaime Duran Barba hace lo que debe.
Como los fiscales deben acusar, los intelectuales ser críticos y los
delanteros hacer goles, los estrategas electorales deben hacer lo legítimamente
necesario para que sus clientes ganen. No es su responsabilidad que, además,
gobiernen bien.
Tampoco es él quien elige la época social y el momento histórico del
país en el que le toca actuar. Como en otras sociedades occidentales, la
Argentina –en especial sus centros urbanos– está cruzada por una
posmodernidad de más de dos décadas que ya empezó a mutar en hipermodernidad.
Sus estrategias toman en cuenta a este país mayoritariamente
posmo, descreído de las verdades absolutas, las ideologías duras y los
partidos tradicionales. Y así como él no recomendaría hacer campaña con el
escudo peronista o radical (porque sus estudios señalan que eso sólo le
interesa a menos del 20% del electorado), cuando un candidato paraguayo le
pidió consejos le dijo que se aferrara a las banderas del Partido Colorado.
Sólo porque para la mayoría de los paraguayos aún es relevante esa simbología.
El spot que resultó de esa campaña paraguaya, aquí parecería fuera de época.
Tampoco es él quien elige a los candidatos. Si por Duran Barba fuera, Macri no
tendría que haber sumado a radicales en 2015 para llegar a Presidente (cree que
el PRO solo, igual hubiera ganado). Y Carrió,
claro, no encabezaría ninguna lista que lleve por consigna la “nueva política”.
Hace lo que puede con los candidatos que le tocan. Con el propio
Macri dudó cuando lo conoció si estaba frente a un muchacho rico de la
“derecha” minoritaria –como se lo pintó el prestigioso sociólogo argentino que
los presentó–, o se trataba de un diamante en bruto con posibilidades de
revertir el 70% de imagen negativa inicial.
Candidatos de (nuevo) manual. Hoy no se ve a un candidato con expectativa
de triunfo que no siga los lineamientos del consultor ecuatoriano. Sonrisas
descontracturadas, discursos no agresivos, “gente común” como protagonista,
escenarios bajos centrados entre el público. Que los actos de lanzamiento de Cristina, Massa y Randazzocoincidieran
tan exactamente con el formato que se desprende de sólo leer su último libro,
La política del siglo XXI, muestra hasta qué punto su estilo se hizo carne en
esta campaña.
El caso más claro de reconversión duranbarbiana es el de CFK. Durante doce
años, su signo fue la agresividad del discurso, gestos exagerados y denuncias
personales. No se sabe si convencerá a los votantes de que sus nuevos modos son
verdaderos. Lo que sí se sabe es que decidió adoptar un marketing que nunca
sintió como propio en sus anteriores vidas. Para ser más explícita su
duranbarbización, hasta consultó con Vinicio Alvarado, experto ecuatoriano que
trabajó con el propio Duran Barba en su país.
También los periodistas estamos duranbarbizados. Hablamos de
“voto duro”, “voto blando”, “círculo rojo”. Ese argot se nos incorporó casi sin
darnos cuenta, porque es lo que escuchamos en los diálogos con funcionarios,
políticos y empresarios.
Como la psicología en su momento o el mundo digital hoy, el
duranbarbismo creó su propio argot de signos. Siguiendo la lógica de Quine
y Carnap, los filósofos que entendieron que “el modo en que el individuo usa el
lenguaje determina qué clase de cosa está comprometido a decir que existe”. Así
como cada mundo tiene una semántica, el de Duran Barba tiene la suya.
Lo cierto es que se fue aceptando como lógico lo que tal vez hoy lo sea,
aunque a algunos políticos les resulte vergonzoso reconocer: los
candidatos son tratados como una nueva marca de zapatos que se intenta
imponer en el mercado. La técnica, en sí, no es tan novedosa. Se llama
Mercadotecnia y es el conjunto de herramientas necesarias para aumentar la
demanda de un producto. Se realizan estudios cuali y cuantitativos para
averiguar las necesidades del consumidor en cierto momento y lugar, y se adapta
a partir de ello el producto comercial a promover. Es una materia que se
estudia como tal desde la primera parte del siglo XX.
Duran Barba cree que un político debe usar métodos científicos para
instalarse mejor. Volvió a contar cómo lo hacen en su columna anterior en PERFIL: “Para
entender la lógica de los electores analizamos los datos de la encuestas con
modelos variados, que permiten segmentar a los electores según son sus
actitudes hacia cada uno de los candidatos y también hacia otras variables que
tienen que ver con su vida cotidiana”.
El Gobierno y sus candidatos (ahora copiados por los opositores) siguen
los resultados de esos estudios y, según ellos, hacen o dejan de hacer. Las
formas suelen ser claves y dejan el fondo en stand by. Creen, por ejemplo, que
en una entrevista televisiva, más importante que pronunciar un discurso
profundo es que el candidato gire la cabeza hacia quien le habla, en lugar de
mover sólo sus ojos. O no mostrar nerviosismo repiqueteando sus dedos sobre un
escritorio: “A la gente le dice más lo que ve que lo que escucha”.
Ya en los últimos días de campaña, las mediciones son diarias, con una
muestra de mil casos a la cual se le renueva un tercio por día. El objetivo:
medir en tiempo real el ánimo del votante para los eventuales cambios de rumbo
del candidato.
Campaña on demand. Se podría decir que esta campaña está
protagonizada por los “candidatos de la gente”. Por lo menos entendiendo eso en
sentido literal: “Díganme lo que quieren que diga o haga y yo trataré de
decirlo y hacerlo”. El trabajo de los expertos no es simple, porque los
encuestados no suelen decir con facilidad lo que esperan de un candidato para
luego votarlo. O pueden decir una cosa y pensar otra. A veces directamente no
saben lo que quieren, aunque lo quieran ya. Por eso, los buenos
estrategas disponen de sondeos cruzados con análisis cuali y
cuantitativos, para entender bien qué quiere decir la persona cuando dice.
La hiperprofesionalización de estas herramientas puede crear candidatos
a la carta. On demand. Formateados para satisfacer las necesidades
del mercado sobre el que se quiere trabajar. En este caso para conseguir votos.
En otros, para vender zapatos.
Antes de que Cristina se dedicara a mostrar a personas de clase media
golpeadas por la crisis, hubo estudios que le indicaron que debía actuar sobre
ese sector, “núcleo blando” de votantes desilusionados con los resultados del
macrismo. Fueron esos análisis los que la llevaron a mostrarse cálida y
empática, para seducir a ese electorado que tampoco se sentiría a gusto con
el regreso a relatos violentos.
Son ese tipo de análisis los que enviaron a Macri a La
Matanza. Anticipan que allí va a ganar Cristina, pero señalan que se
puede achicar la distancia convenciendo a una porción del Conurbano de que la
crisis que sufre es circunstancial, pero que las cloacas y el metrobus serán
permanentes.
Cuanta más formación ideológica tiene el candidato, mayor será su
frustración, porque se limitará a ejecutar con disciplina un plan que evitará
el discurso profundo. En ese sentido, quien la tiene más fácil son los
oficialistas que no pasaron por la escuela de la política tradicional. En
cambio, sus compañeros de gobierno que aprendieron estudiando a Frigerio, Alem
o Perón, se muerden para no rebelarse.
Jaime quiso cambiar el mundo hace años, hoy lo acepta como es y trabaja con sus reglas:
“Este es el mundo en el que vivo, no en el que quisiera vivir”.
Ese es el razonamiento que los políticos tradicionales (como el socio
fundador de Cambiemos, Ernesto Sanz) no terminan de aceptar. Sus
utopías siguen siendo las de cambiar al mundo, no que el mundo quede igual
o los cambie a ellos. Están convencidos de que un líder tiene la obligación de
intentarlo, por aquello de que “si San Martín se hubiera guiado por las
encuestas, no habría liberado al continente”, como se queja Sanz.
Pero Duran Barba no es un líder político. Su utopía es ganar
cada elección. Que se haya convertido en un rock star de la política,
best-seller y tan popular como para ser imitado en el programa de Lanata,
excede su responsabilidad.
Como también lo excede la duranbarbización colectiva que él no inventó.
Porque el duranbarbismo fue gestado por una mayoría social y política y un
clima de época que ni siquiera es exclusivamente argentino. Y nació antes de
saber quién era este hombre.
El sólo vino de Ecuador para darle su apellido.
© Perfil.com
0 comments :
Publicar un comentario