Por Nicolás Lucca
(Relato del Presente)
En materia electoral hace años que se escucha “ya no se
votan ideas, se votan personas”. Uno se pregunta cuándo fue que eso funcionó de
otra forma: Argentina fue, es y será el país del personalismo, en el que se
vota y se deja de votar por impresiones personales, por sentimientos y por
pasiones.
Para dimensionar este concepto, bastan treinta segundos de
explicación de por qué se votó a determinado candidato, pero en tiempos en los
que la relación interpersonal se maneja de manera neoepistolar digital, alcanza
con leer los argumentos electorales de campaña en redes sociales.
El gobierno nacional ha centrado su política de comunicación
en dos pilares. El primero de ellos, es la campaña “Haciendo lo que hay que
hacer”. Más allá del desprecio personal que me genera el abuso de gerundios en
campañas políticas, la apuesta es sencilla y demuestra lo baja que dejó la vara
el kirchnerismo: con hacer lo que hay que hacer, debería parecernos un lograzo
digno de agradecimiento. Si es lo que hay que hacer, es una obligación. Y eso
lo entiende la RAE y el mismo gobierno. Sin embargo, algo falla en nuestra
idiosincrasia y hablamos de heroicidad ante hechos comunes y normales.
La construcción de aliviadores pluviales para paliar
inundaciones está determinada por factores climáticos. La reparación de calzada
de rutas se prevé con el estudio de circulación: a más autos y camiones, mayor
cantidad de daños. El mismo cálculo aplica para la reconversión de rutas en
autovías: si tengo un aumento de tráfico constante, puedo saber con precisión
cuándo serán necesarios nuevos carriles para que no reviente el sistema. Si
descarrilan los trenes, es lógico que necesite rieles y durmientes como la
gente. Si se desarman los coches mientras la formación circula, no es necesario
un estudio de la NASA para determinar que hay que renovarlos. Si no tengo
capacidad energética, habrá que recurrir a lo que se tenga a mano, aunque
implique la construcción de una planta nuclear o la finalización de una obra
existente.
Si bien la otra variable que podría utilizarse es que el
Gobierno tiene 23 ministerios para mostrar que sólo uno trabaja, el mismo
argumento del agradecimiento por lo que hay que hacer se puede ver en materia
de seguridad, con los allanamientos y los hallazgos de cuantiosas cantidades de
drogas varias. Sí, para eso mantenemos un ministerio de Seguridad, cuatro
fuerzas federales, una agencia de inteligencia y 24 fuerzas provinciales.
Putearé nuevamente al gobierno anterior por ladri y filonarco, pero de ahí a
agradecer que hagan lo que hay que hacer porque podrían no hacerlo, hay un
largo trecho de mediocridad.
A tal punto naturalizamos que el kirchnerismo fue el
antigobierno que el funcionario con mejor imagen positiva de la gestión
nacional es Guillermo Dietrich, que tiene como mérito en materia de transporte
la llegada a horario de los vuelos de Aerolíneas Argentinas sin resolver el
déficit, la vuelta del tren a Mar del Plata que generará un déficit de 500
millones al año en un servicio que será un 60% más lento que el micro y la construcción
de carriles exclusivos para colectivos.
Tranquilamente se podría presentar como logro económico que
se haya levantado el cepo al dólar, pero ahí sí queda claro que tan sólo era
una forma de volver a la normalidad. Y es que esa es la palabra clave: normalidad.
Normal no es extraordinario: es cumplir con la norma. Ahora,
si es lo que corresponde y los votamos para ello ¿Cuál es el agradecimiento,
que hagan “lo que tienen que hacer”? ¿Tan tarados nos dejó el kirchnerismo? O
sea: si trabajo en una empresa y cumplo con todas mis obligaciones, no debería
agradecer que me liquiden el aguinaldo, aunque ocurra de milagro. Pero estamos
dañados y agradecemos que el policía no nos pidiera coima, que el automovilista
me cediera el paso en el cruce peatonal, que el kiosquero no nos cobrase de más
“porque es de noche”. Y lo peor no es que lo agradezcamos, sino que de eso se
hace una política. ¿Hay un avance? Sí, claro. Antes agradecíamos que nos
robaran pero al menos no nos hicieran nada. Bueno, sacando alguna que otra
excepción de gente que se caía sobre alguna bala, o esas cosas.
La otra pata de la política comunicacional es la libertad de
opinión de las redes. O la censura de la masa. Debo confesar que hasta me
resultaba divertido ver cómo los kirchneristas comían su propia mierda al
encontrarse con un scrum de usuarios dispuestos a insultarlos cada vez que
decían algo contrario al gobierno. Sí, me divertía y, en buena medida, me sigue
divirtiendo dependiendo del caso, no del destinatario, sino del argumento y del
emisor. Sencillo: la ley es pareja para todos. Entonces, si voy a pedirle a un
kirchnerista que cierre la boca antes de hablar de economía, no puedo tomarme
con calma que un votante de Ocaña acuse de kirchneristas conversos a todos los
demás, incluyendo al que fue más tiempo embajador de Cambiemos que ministro de
Cristina.
El gobierno mantiene el sistema de precios de combustibles
de la gestión del tecnócrata de almacén de barrio Axel Kicillof. De este modo,
nuevamente tenemos un aumento en los costos de naftas y gasoil en un contexto
internacional en el que el petróleo cotiza un veinte por ciento de lo que
costaba cuando se implementó la medida antimercado. El sector agropecuario sale
a decir que ese aumento impactará en el costo del transporte, lo cual tiene
toda la lógica que da saber que las manzanas no crecen en el cajón de la
verdulería del barrio. Pero para mayores datos: uno de cada tres litros de
gasoil que se vende, es comprado por el agro. No fue una queja, no fue una
crítica, fue un aviso.
El campo, que fue el principal enemigo del kirchnerismo. El
mismo campo que fue el caballito de batalla de la primera gran guerra que se
comió la gestión de Cristina y la madre de todas las batallas que se dieron
después: fue en el conflicto con el campo que el kirchnerismo inició su pelea
con el grupo Clarín disparando el Fútbol para Todos, la Ley de Medios y el
despilfarro de guita para crear y sustentar medios de comunicación inviables.
Fue a raíz de la derrota electoral tras el conflicto con el campo que el
gobierno anterior se radicalizó aún más y dejó de crecer económicamente
iniciando un largo descenso al infierno económico.
A ese sector que paralizó el país y que generó una crisis
institucional sin comparación, que convirtió en traidor a Cobos, que logró que
hasta varios partidos de izquierda se manifestaran en Palermo contra las
retenciones móviles, a ese sector le dijeron que son egoístas y le recordaron
que “cuando fue la 125 salieron a apoyarlos”. Menos mal, porque si no fuera por
todos los gauchos que bajamos del departamento de Almagro para sacar el tractor
del garage, nadie se enteraba del quilombo del campo.
Honestamente, tengo los gobelinos llenos del fundamentalista
mesiánico. Los gobiernos no son comparables, los fanáticos tampoco: los fanáticos
son todos iguales. El fanático no tiene camiseta, su única pasión es mostrar la
castración emocional suficiente que le provocó que sus padres no lo abrazaran
lo suficiente cuando eran chicos y hoy tengan que buscar padres y madres en
figuras que en la sociedad se presentan como funcionarios públicos.
Hay que reconocer que el tema cambió radicalmente cuando
Cristina decidió presentarse como candidata a senadora por la provincia de
Buenos Aires. Desde entonces, la discusión podría reducirse a Código Penal sí o
no. Pero esa situación es la menos cómoda: según distintos estudios recientes,
entre el 45 y el 47% de los votantes de Cambiemos de la provincia de Buenos
Aires siente que no cumplió con las expectativas pero volverá a votar por
Cambiemos. O sea que, frente a las opciones, prefieren seguir apostando al
número que todavía no salió, a ver si la embocan al menos por estadística. El
resto de los números que podrían salir les resulta insufrible.
Alguien con un mínimo de separación entre las cejas y el
inicio del cuero cabelludo interpretaría el dato con un “pucha, hay gente que
se queja pero que acompaña igual”. Bueno, no es el caso para todos y ahí están
insultando y agrediendo a cualquier boludo que diga que es un garrón lo que
sale la nafta, que la presión tributaria continúa en la zona de lo intolerable,
o que el poder adquisitivo mira pidiendo piedad al salario mínimo. No ven allí
a un votante que quisiera salir espantado y no encuentra la puerta, ven al
enemigo. Y a ese enemigo lo insultan tildándolo de intolerante en un bumerán
cínico sin notar un pequeño detalle: la provincia de Buenos Aires se divide en
dos entre el sector agropecuario y un conurbano exindustrial donde la mitad de
la población vive bajo la línea de la pobreza. A los primeros se les recuerda
que los otros fueron peores. A los segundos, que están así por culpa de los
otros. Y si la cosa se pone peluda, se los tildará de kirchneristas
insatisfechos, aunque hayan celebrado la derrota de Scioli con un pedo que duró
tres semanas. Suponen que el votante tiene la obligación de elegir entre
opciones físicas. La idea de la impugnación del voto o el voto en blanco les
resulta una traición a la Patria.
Cuando uno va al médico con la mitad del cuerpo quemado, lo
último que esperamos es que el médico se tome dos años para finalmente
limitarse a decirnos que tenemos una quemadura en la mitad del cuerpo. Y eso es
lo que se transmite cada vez que alguien tira que “lo peor ya pasó” porque el PBI
aumentó 1,1% trimestral mientras el dólar pega un salto con garrocha que deja
con el upite lleno de preguntas a los que apostaron a la vuelta al crédito y se
metieron en el plan de un auto o pretenden sacar un hipotecario. El
inconveniente de predicar sólo la vuelta a la normalidad es que aquellos que
siguen planchando los billetes para cargar la SUBE podrían llegar a considerar
que eso también es la normalidad y no la quieran para ellos. A esos, que son
utilizados por candidatos opositores para hacer campaña desde una cocina de 70
metros cuadrados, ¿también hay que putearlo?
Del mismo modo, no hay margen para la moderación en la
ponderación de los candidatos propios. Sacrificaron a un ministro de Educación
para ir de candidato a la provincia de Buenos Aires, pero lo decidieron recién
cuando se supo quién iba a competir por los demás partidos. De segunda llevan a
Gladys González, de quien la inmensa mayoría no sabía de su existencia, otros
la recordamos por haber pedido la censura previa de un documental en plena
democracia, y el resto se limita a pintarla de heroína, aunque no sepan ni qué
acento tiene al hablar. Demasiada mezquindad para algo nuevo en política sólo
puede explicarse desde la crisis de los partidos políticos que nunca termina de
ahondarse y en la que ya naturalizamos tantas cosas que nadie sabe dónde se
encuentra el texto de la plataforma política de ninguna de las opciones. Ya no
se votan ideas, se votan personas. ¿No?
A este planteo de médicos que diagnostican, se enfrentan los
chamanes que creen que una vez nos curaron porque hicieron una danza tribal
alrededor de la Pirámide de Mayo y hoy ni siquiera dicen que tienen la receta
para estar mejor, sino que nos recuerdan que con ellos estábamos mal, pero al
menos nos decían que estábamos mejor que Australia. Ante la notoria carencia de
ideas concretas –plataforma– y la obviedad de las obras que se hacen en tiempo
récord, apelan a la retórica dictatorial y la bardeada al preceptor. Macri no
les caería bien ni aunque use lentes de contacto marrones, se cambie el
apellido y empiece a comerse las eses en vez de tropezarse con las erres. En
idéntico sentido, no dejarán de votar a Cristina aunque se enteren que gobernó
con el mayor ingreso de divisas genuinas de la historia de Argentina, vean que
se cargaron un fiscal y se encuentren con un funcionario jugando al lanzamiento
de dólares en un convento de madrugada. Es una cuestión de piel contra la que
no alcanza ninguna explicación.
No se votan ideas. Tampoco se votan personas. Se votan
sentimientos: amor, odio. Y contra eso, no hay realidad que valga.
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