Por Carlos Ares (*) |
En otra época, más salvaje, más feroz –nada que ver con la
amable convivencia actual, en la que nos saludamos con sonrisas de Gioconda,
una inclinación de la cabeza y tocando el ala del sombrero–, en ese otro
pasado, decía, vergonzante, que logramos transformar en “relato”, el fin –como
debía ser– justificaba los medios. Recuerden.
Al caer la noche nos bebíamos la sangre del día como un
cóctel de moda. Se mataba, entonces, con los métodos más violentos y crueles
posibles. A bombazos, a mano armada, de un tiro en la nuca, tal vez en la
frente, ante un tipo arrodillado, con las manos atadas a la espalda, engañando
a la víctima, torturada, lacerada, quemada, pero aún viva, con un “traslado”
antes de arrojar su cuerpo entumecido desde un avión al mar. Todo era por “la
patria”, claro, justificaba la Triple A, explicaba Videla. “Patria o muerte”,
firmaban sus sentencias las organizaciones guerrilleras. Siempre fue por “la
patria”, o por lo que representaba “la” patria, “nuestros valores”, “el ser
nacional”, “el pueblo”, “nuestra forma de vida”. En ésas estábamos hasta que la
carnicería militar quiso abrir una sucursal en las islas Malvinas. Fue así que,
derrotados todos, refundamos la democracia.
Nada que ver con lo que pasa ahora. El fin ya no justifica
los medios. Ese es un concepto de la etapa antropófaga, analógica. Estamos en
otra. El mundo evoluciona. Dejó de ser vertical para extenderse, virtual,
horizontal. El conocimiento, la información, los derechos, la ciencia, la
técnica, todo está disponible, a la mano. Ahora nos estamos ocupando de eso que
dimos en llamar “la gente”. Porque ¿qué otra cosa es la patria si no “la
gente”?
Quizá le parece que todavía tiramos los huesos pelados
después de comernos entre nosotros. Se muere y se mata, sí. Por desnutrición, a
manos de los narcos, de criminales, de sicarios, de barras, de matones, de
patotas. Pero no va a comparar. Por favor. Ya no más por ideas, “nunca más”.
Desde que nos hemos vuelto unos cínicos, hipócritas y desvergonzados
demócratas, el “enemigo” pasó a ser sólo un “adversario” circunstancial.
Podemos estar en desacuerdo antes de una elección pero nos volvemos a juntar y
a coincidir si resulta que le va bien. Randazzo, Massa, Stolbizer, Felipe Solá,
Ocaña, Carrió, Lousteau. El asunto, Scioli, es estar, seguir prendido y, de
paso, tener garantías de que la Justicia se va a demorar en revisar nuestras
acciones y conductas. De última, unos fueros que eviten ir preso no vienen mal
y deben aceptarse, como los buenos salarios del cargo, casi como una
obligación, una más que impone la irrenunciable vocación de servicio público.
Esto es lo que se llama ahora “hacer política”. Manipular,
“borocotear”, traicionar, mentir, encubrir los medios para lograr los
verdaderos fines personales. Pongamos, por caso, a los Recalde, padre e hijo,
tan abogados millonarios ellos con los juicios que inician en sus despachos
privados y tan fracasados con el dinero ajeno en la gestión pública, pero
siempre sacrificándose por “el proyecto”. Qué decir de la propia Cristina,
dispuesta a desprenderse de todos sus bienes y a desatender su cadena hotelera
para “defender a los pobres” que de pronto ve en la provincia de Buenos Aires y
no en Santa Cruz, su lugar en el mundo. Y qué, de tantos, tantos, heroicos
luchadores que, contra todas las vilezas, las infamias, las acusaciones –y las
pruebas– siguen dando su vida por “los trabajadores”. Cavalieri, Barrionuevo,
Andrés Rodríguez, Moyano, los padres de “la” patria sindical.
Todo cambió. Sólo se trata de vivir, aquel himno que Litto
Nebbia escribió en el exilio de los 70, fue remixada como Sólo se trata de
encubrir con la misma melodía: “Dicen que votando/ se fortalece el corazón/
pues andar nuevos caminos/ te hace olvidar el anterior/ ojalá que eso pronto
suceda/ así podrá descansar mi pena/ hasta la próxima vez... Creo que nadie
puede dar una respuesta/ ni decir en qué puerta hay que timbrear/ creo que a
pesar de tanta melancolía/ tanta pena y tanta herida/ sólo se trata de encubrir...”.
La nueva versión sigue todavía impregnada de cierta tristeza original que la
provocó. Al parecer, nos estaría costando salir de ahí.
(*) Periodista
© Perfil.com
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