El oficialismo
tiene su dogma preelectoral, pero Carrió
lo desafía. El radar vigila a los
candidatos.
Por Roberto García |
Para Jaime Duran Barba, si bien la sociedad se mueve por
todo, el item corrupción no constituye un elemento importante ni
determina el voto de la gente. Declara: es la nata de la leche. Sin embargo, si
uno debe describir el fundamento del exitoso marketing de Elisa Carrió en
la Capital, admite que se alimenta de la denuncia por corrupción al gobierno de
la viuda de Kirchner.
Tanto que la diputada de Exaltación de la Cruz, embebida en su
vanagloria, opípara, ya se deglutió el banquete antes de que lo sirvan el 22 de
octubre. Y avanza con historias de antaño, cuando nadie se ocupaba de la
venalidad K que hoy obsesiona a los medios que la ignoraban, los casos del
subsidio al transporte, la pesca, Greco, Skanska o el yacimiento carbonífero de
Río Turbio con la familia Taselli, parte inicial del frondoso prontuario de Néstor
& Cía que se multiplicó con la hotelería, la energía, la construcción, las
comunicaciones y mafias adyacentes. O con la cruzada de destitución de todos
los jueces de Comodoro Py, esa asociación ilícita en
su intimidad como los magistrados de Cámara, fiscales ad hoc, o desafueros y
expulsiones en Diputados con la cabeza de Julio de Vido. Con ese emblema sanador
del dominico Savonarola, la mujer ha trepado en las preferencias porteñas. En
este caso, su ascenso pulveriza la teoría Duran Barba de que la corrupción no
rinde en los comicios.
Mas curiosa resulta otra derivación de la campaña electoral contraria al
ecuatoriano más famoso: debido a que las encuestas recogen una insuficiencia
del oficialismo en la provincia de Buenos Aires, que corre el riesgo de perder,
se decidió que la propaganda se concentre casi en exclusividad en la malversación
kirchnerista de la década pasada, en la diferencia metafórica entre el bien
y el mal que representan ambos sectores políticos.
Oídos sordos. Como si no escucharan los mensajes del consultor presidencial,
justo el protagonista de la última cumbre oficialista en la Costanera, al que
le asignan la responsabilidad de alinear voz y conducta de Mauricio
Macri, de lo poco que deben hablar los candidatos (con la
exigencia de “jamás confrontar con Cristina”), de ir
siempre de a dos a la tele, y de condicionamientos mayores al equipo
de Cambiemos, que hasta modifican la personalidad de sus integrantes, los
remite a un rol de autómatas bajo la vigilancia del ojo del hermano mayor. Un
Orwell para todos, sale con fritas.
Rígida escuela de la que nadie puede salirse, libreto inflexible a
desarrollar solo en medios amigables y con una latente persecusión interior que
llega al extremo de investigar, en lugares insólitos, la aparición de noticias
o trascendidos. Como el almuerzo de economistas con la cúpula del Banco Central –nota de Mariano
Gorodisch en El Cronista–, que desató una pesquisa paranoica en la propia
entidad del anfitrión, Federico Sturzenegger, para saber cómo y quiénes habían
despachado el relato periodístico sobre la calidad del menú, el jamón, el queso
brie y el salmón, por no mencionar las impresiones profesionales sobre la
política monetaria, las tasas de interés y, sobre todo, la consistencia de una
core inflación que devasta el propósito del indice anual de l5% (entre 12 y l7,
había prometido el Gobierno) y que amenaza subir a 25%.
Amateur de Sherlock Holmes, sometido a una orden superior, que parecía
no advertir la miniescapada del dólar en el mismo día, una chambonada
inexplicable de Sturzenegger, como si el BCRA perteneciera a otro continente o
país. Tanta angustia primeriza por encontrar un culpable entre los invitados o
personal propio le hizo perder para la colección del Gobierno la confesión de
un participante del almuerzo, quien reconociendo la catástrofe heredada,
atinadamente sostuvo en la reunión:“Menos mal que zafé de meterme en el
barullo, porque no ganó Scioli” (a propósito, al ex gobernador no lo
dejan ni acercar al refugio de Cristina, menos aceptar a su gente como
colaboradora).
Tanto nerviosismo por las filtraciones –burda copia del cerrojo
cristinista– ocupa no sólo a los encargados de campaña presididos por el jefe
de Gabinete, Peña, también por inquietudes atribuidas al mismo Macri: dicen que
empezó a preguntar por qué su gradualismo al ajuste en rigor encubre un
gradualismo a la expansión del gasto. Hasta juran las especies que departió con
el calladito ex ministro Roberto
Lavagna, otro experto
en secretismo.
Perplejidades varias, entonces, surgidas de expresiones numéricas de los
sondeos, especialmente en el Conurbano. Allí no reina la misma inclinación por
indigestarse con la corrupción: se inscribe en la tendencia de un peronismo
histórico al que jamás hizo mella las imputaciones gravosas que le endosó la
Libertadora desde el 55 al “tirano prófugo”. Conviene distinguir entre la
nimiedad de la tosca fantasía de época (el inhallable tesoro del General en
Suiza, por ejemplo) y la multitud de cuantiosos negocios desplegados bajo la
hégira personal del kirchnerismo.
Factor Provincia. Sea por esa razón o por la disconformidad económica de esos sectores
sumergidos en la Provincia, lo cierto es el desconcierto: Cristina se ha hecho
fuerte, más de lo que desea el Gobierno, en Buenos Aires, donde parece
decidirse el futuro de toda la Argentina, con resultados inversos al resto del
país. Una nueva curiosidad, no sólo porque proviene de una provincia entre
todas –Macri hace auspicioso pie en Capital, Mendoza, Santa Fe, Córdoba–, sino
porque dentro del mismo distrito bonaerense el resultado lo determina una
sección, la Tercera, nido y santuario de CFK, al que ni siquiera visita.
Son territorios o municipios que no quiso capturar el macrismo en la
primera parte del año por supremacía étnica, avaricia política o por temor a
intoxicaciones futuras, cuando el panorama estaba abierto y propicio a través
de la separación de comicios (una fecha para listas provinciales, otra para las
nacionales), para establecer colectoras o para sellar acuerdos con intendentes
que no toleran a la ex mandataria y que fueron arrojados bajo su falda por
falta de destino.
Ni siquiera evaluaron suspender las internas obligadas, esas PASO tan
poco representativas y de alto precio –ahora se plantean esa peregrina
liquidación, tarea casi imposible– que podrían anticipar un desenlace indeseado
para la craneoteca oficialista. Impericia de adolescentes, mas bien infantiles,
en el aquelarre nacional.
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