Aunque el Gobierno
se dice triunfante, le preocupan las encuestas. Ayudas, temores y tierras
prometidas.
Por Roberto García |
En la declaración jurada de los miembros del PRO, ninguno
podrá alegar ignorancia o distracción. Para el caso, claro, de que el
Gobierno trastabille en las próximas PASO en la provincia de Buenos Aires y,
quizás, luego repita en octubre el mal trance al realizarse los comicios de
medio término. Es una posibilidad cierta.
Tan válida que, hace más de seis
meses, gente del mismo partido único –lo de coalición ya es un eufemismo, según
expresan los mismos radicales mientras Elisa Carrió se encapsuló
como franquicia personal sólo para pocos distritos– ya había advertido que se corría un gran riesgo en el conurbano bonaerense y aconsejaban una apertura
política.
Diferencias. Por entonces, se le atribuyó a Emilio Monzó una profecía: “Estamos un millón de votos abajo en la tercera sección electoral”. Con esa diferencia en contra, el oficialismo no podía pensar en ganar la Provincia. Por culpa de ese mensaje, Monzó casi fue excomulgado, llovieron intrigas para desplazarlo como titular de la Cámara de Diputados, le hicieron bullying en todos los frentes, y figuras con tino que participaban del mismo temor al encierro político (Frigerio, Vidal, por ejemplo) sufrieron embestidas semejantes. Palabras más, palabras menos, sugerían acercamientos con otras fuerzas, alquilar feudos del peronismo, nutrirse de otras vertientes, si se quería ganar la elección. Pero en la Casa Rosada ese proyecto constituía una intoxicación, aceptar gérmenes y bacterias de peligrosa permanencia, perder en suma la naturaleza orgánica del PRO con la que Mauricio Macri llegó al poder sin necesidad de contaminarse con otras facciones. Como supo aconsejar el asesor Jaime Duran Barba, ahora habilitado para cobrar un módico salario después de servir presuntamente al Gobierno ad honorem.
Diferencias. Por entonces, se le atribuyó a Emilio Monzó una profecía: “Estamos un millón de votos abajo en la tercera sección electoral”. Con esa diferencia en contra, el oficialismo no podía pensar en ganar la Provincia. Por culpa de ese mensaje, Monzó casi fue excomulgado, llovieron intrigas para desplazarlo como titular de la Cámara de Diputados, le hicieron bullying en todos los frentes, y figuras con tino que participaban del mismo temor al encierro político (Frigerio, Vidal, por ejemplo) sufrieron embestidas semejantes. Palabras más, palabras menos, sugerían acercamientos con otras fuerzas, alquilar feudos del peronismo, nutrirse de otras vertientes, si se quería ganar la elección. Pero en la Casa Rosada ese proyecto constituía una intoxicación, aceptar gérmenes y bacterias de peligrosa permanencia, perder en suma la naturaleza orgánica del PRO con la que Mauricio Macri llegó al poder sin necesidad de contaminarse con otras facciones. Como supo aconsejar el asesor Jaime Duran Barba, ahora habilitado para cobrar un módico salario después de servir presuntamente al Gobierno ad honorem.
Estas desinteligencias internas apenas si
despertaron la curiosidad periodística mientras triunfaba la rama más sectaria
del Gobierno y se oscurecían personajes centrales; pero esa sorda porfía
–encarnada en Marcos Peña contra Monzó y
viceversa– ahora recuperó vigencia a pesar del pacto de no agresión decretado
por el Presidente. Ocurre que los números de las encuestas brotaron
menos favorables de lo que se había imaginado, la estrategia electoral
entró a zozobrar en el temblor. Lo más grave, sin embargo, fue que el impacto
no sólo es político, se extiende a sectores más sensibles. En los últimos días,
la version de que la viuda de Kirchner podría vencer al macrismo comenzó a
horadar el plano financiero, también el empresarial, hasta les quitó el apetito
por cobrar las tasas más altas del mundo a señores que, satisfechos, ahora
reniegan de ese obsequio y se gratifican con una cobertura en dólares.
Cayó el telón, además, para esa fantasía libertaria de Sturzenegger de que la divisa norteamericana podía subir o bajar lo que se le diera la gana y de que esos movimientos, además, no se trasladarían a precios. También cayó su autonomía y la de la craneoteca que lo acompaña: alguien lo puso en caja, recordándole que están en esos cargos porque otros consiguieron los votos. Por si fuera poco, hubo proliferación informativa sobre bancos de distinto origen que empezaron a utilizar la palabra catástrofe como sinónimo de una eventual derrota de Macri (más exactamente, con una victoria populista de Cristina).
Suele ocurrir que, en estos casos, el
sector financiero se excita en exceso: cuando prevé buen tiempo induce a
enterrarse en la compra de títulos y acciones y, a la inversa, reitera la
conducta cuando se deprime exageradamente con la aparición de nubarrones y
propicia la venta de lo que encuentra a mano. Aunque se percibe nerviosismo en
los mercados, igual hay una contribución a la paz desde el exterior: financieramente
el mundo está en calma, lejos de cualquier estampida contagiosa. Otros
empresarios también se inquietan: menos interesados en la volatilidad y con
capitales hundidos en el país, se plantearon escenarios lamentables si las
derivaciones políticas de los comicios conmovieran al Gobierno en lo económico
y afectaran brotes del PBI y alguna contención inflacionaria. Trascendió que
dos de los principales líderes industriales por lo menos, Rocca y Pagani, hace
quince días reconocieron la falta de credibilidad en la gestión oficial por
parte de operadores y público en general, una incomunicación que también
refrendaron la semana pasada otros colegas y cámaras en un encuentro de la
Sociedad Rural.
Apoyo cauto. Como asistencia, se comprometieron a ser
ellos portavoces, personal y públicamente –serían aproximadamente los términos
a emplear–, de un respaldo a la dirección y al sentido de la política
económica. Habrá que admitir que la actitud parece tardía, pero debe
contemplarse la precaución de sus autores: el Gobierno se irrita cuando le advierten errores y
muchos temieron aparecer de nuevo en una lista oscura, como figuraron en el
círculo rojo de hace dos años, al ser satanizados por recomendarle a Macri
ampliar su espacio, aliarse con Massa, y garantizar la puesta de espaldas del
kirchnerismo.
Han sido razonablemente precavidos con sus mensajes
para no ofender, ya que en la Casa Rosada se insiste –con algún grado de
soberbia– en que no habrá ningún accidente electoral, mucho menos una
catástrofe financiera: según ellos, el Gobierno gana dos veces en el
orden nacional y, en la provincia de Buenos Aires, el resultado será parejo
o con diferencias mínimas en las PASO iniciales para superar luego a Cristina
en la segunda vuelta de octubre, con un desquite cómodo.
Voluntarismos aparte, la campaña ingresa en la
definición cada vez más parecida a un acontecimiento caribeño. Por un lado,
Vidal encabeza los timbreos de su corte al mejor estilo Maduro, quien mañana se
dispone a consagrar en Venezuela una reforma constitucional a la reforma que ya
había hecho Chávez. Sin música chévere o cumbia, el aparato macrista copia el
modelo con fieles ya elegidos, organiza sesiones testimoniales sin riesgo ni
sorpresas, alentando una fe a favor de un mundo que será mejor pero que se
desconoce.
Pastores de la política, como el proselitismo
tropical de Cristina, quien digita audiencias y visitas, cerradas en su
mayoría, con participantes que se arrepienten de haber votado a Macri en
catarsis colectivas como de haber burlado el régimen de comidas que había
prometido seguir para adelgazar. La doctora dice curar con la palabra y, en ocasiones,
con imposición de manos. Hay mucha feligresía anhelante en
las ceremonias de ambos partidos.
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