Reunión de los líderes de extrema derecha europeos en Koblenz (Alemania), en enero de 2017. |
Por
Wolfgang Kowalsky
La victoria del brexit, Trump,
el amplio respaldo a Le Pen, la implosión de los partidos socialistas y
socialdemócratas en Holanda, Francia e Islandia, imitada por el SPD con su
descenso continuados en tres elecciones regionales alemanas, plantean algunos
temas complicados.
No está
en juego solo la socialdemocracia, sino también la democracia liberal. No hace
tanto tiempo, había un complaciente consenso sobre la integración europea que venía
acompañado de otro sobre la democracia liberal. El consenso sobre Europa creó
un espacio para el euroescepticismo y para todo tipo de críticas que no podían
contrarrestarse repitiendo el juramento antidemocrático de ‘TINA’ (There is
no alternative). La razón de ser de la democracia (y, por cierto, de
Europa) es que existan diversas opiniones y no una única como en la época
estalinista. La democracia liberal (simplificada al máximo) se basa en la
competencia entre dos o más visiones políticas diferentes que están
representadas por partidos políticos con opiniones opuestas, o al menos
sustancialmente divergentes, sobre la sociedad, la economía, el rol del Estado
y el mercado, la cultura y los asuntos sociales.
Actualmente,
existe un tercer movimiento que representa un papel cada vez más prominente, y
que utiliza, y al mismo tiempo debilita, las reglas democráticas al promover e
impulsar a individuos autoritarios con visiones autoritarias. En la mayoría de
las ocasiones, estos personajes se sitúan a la derecha del espectro político,
pero en Francia, por ejemplo, se les puede encontrar tanto en la extrema
derecha como en la extrema izquierda.
El ascenso de la nueva derecha
¿Cómo
hemos llegado a esta situación? En primer lugar, la extinción del consenso, no
solo sobre Europa, sino también sobre el modelo liberal de democracia
representativa, no es algo completamente nuevo. Es una tendencia progresiva,
más que subterránea, con una serie de eventos disruptivos que asoman a la
superficie. Comenzó su andadura hace medio siglo cuando vieron la luz los
llamados nuevos filósofos (y de forma paralela la llamada
Nueva Derecha), quienes desarrollaron una estrategia hegemónica basada en las
ideas del filósofo marxista italiano Antonio Gramsci. Los nuevos
filósofos, en conjunto con la Nueva Derecha, causaron un efecto mayor de lo
pensado. El posmodernismo, un movimiento que comenzó en Francia en la década de
1960 atacando el estructuralismo y el marxismo, cultivó la idea de la
relatividad en todos los campos de la sociedad. Jean-Francois Lyotard, Jacques Derrida y otros se situaron en
la vanguardia del descrédito a la ciencia y su intención de alcanzar un
conocimiento objetivo. Los ataques a la ciencia desautorizaron indirectamente a
la izquierda, que supuestamente se construye en base a la ciencia y la razón.
El movimiento posmodernista atacó la Ilustración, la revolución científica, los
derechos humanos y las políticas basadas en los valores. Los valores
compartidos, como por ejemplo la universalidad, se consideran básicamente como
ilusiones equiparables a los relatos o las creencias. Alain de Benoist,
fundador de la corriente Nueva Derecha (Nouvelle Droite), muy activo en
la época posterior al Mayo del 68, puede ser considerado el padre espiritual de
Stephen Bannon, actual consejero del presidente Trump.
Juntos,
Nueva Derecha y los posmodernistas allanaron el camino para la llegada de todo
tipo de culturas y políticas identitarias irracionales, nihilistas y tribales
tanto a derecha como a izquierda del panorama político. Poner en duda el cambio
climático o las vacunas, creer en soluciones homeopáticas y naturopáticas a
problemas graves de salud o fomentar teorías conspirativas sobre las estelas
químicas, menoscaban la confianza en la ciencia empírica y se infiltran en
círculos cada vez más amplios de la sociedad. La distancia entre esta
perspectiva relativista y anunciar “hechos alternativos” no es muy grande.
La
primera conclusión sería iniciar una nueva lucha contra estas tendencias
neonihilistas y neorrelativistas para poder vaciar de contenido ideológico esta
ciénaga de ideas reaccionarias. Una tolerancia excesiva y una despreocupación
mal concebida, permisiva y políticamente correcta allanó el terreno para que se
produjera una reacción, un regreso al irracionalismo y al autoritarismo. Una
visión un tanto inocente de internet y las redes sociales como una esfera
pública al servicio de una mayor participación y democracia puede considerarse como
el nuevo credo. Muchos usuarios sencillamente prefieren ignorar las
consecuencias negativas y carecen de preparación para apreciar el cínico uso
que hacen fuerzas autoritarias. Un tuit que acapara la atención mundial es un
arma peligrosa y todavía no hemos inventado una defensa que sea eficaz. El
papel que han desempeñado hasta ahora las redes sociales mundiales abre una
caja de pandora digital. Es necesario que demos un paso atrás y decidamos
defender los supuestos filosóficos y los valores de la modernidad, la
Ilustración y la ciencia mientras descubrimos como combatir este tsunami
digital.
Culpar al otro
En
segundo lugar, existen varias razones para que nos seduzca la idea de dejar que
unas personalidades autoritarias se encarguen de esos problemas que parecen
demasiado complicados para abordarse mediante elecciones o referéndums. Los
candidatos populistas y autoritarios demuestran que saben cómo simplificar la
complejidad y reducir los problemas a una sencilla relación lineal entre causa
y efecto. Si los antiguos trabajos en las fábricas desaparecen en el cinturón
industrial de EE.UU, Gran Bretaña, Italia, el este de Alemania o en cualquier
otro lugar, se presenta como una consecuencia directa de la inmigración y los
refugiados y no como un resultado de las estrategias de desindustrialización.
Esta ‘correlación’ inventada es el fundamento que está detrás de las soluciones
aislacionistas como por ejemplo cerrar fronteras, construir muros y mantener
alejados a los refugiados de lo que se considera “nuestro pastel”, es decir,
nuestra protección social.
La
tendencia a utilizar el enfrentamiento político como excusa para limitar la
democracia, porque supuestamente es demasiado burocrática, demasiado dominada
por los acuerdos y las discusiones sin fin, se antepone al enfrentamiento entre
diferentes ideas políticas, que es el cimiento mismo de la democracia liberal.
La justificación detrás de esta tendencia es simplificar asuntos complejos,
evitar largas discusiones y facilitar que se pueda recurrir a medidas
inmediatas del tipo “promesas hechas, promesas cumplidas” (una táctica que
sirve para consolidar la hegemonía sobre la propia clientela). La pregunta es
por qué la simplificación excesiva y la negación de correlaciones complejas
reciben un apoyo cada vez mayor. El recurso político de adoptar soluciones
autoritarias se basa en la convicción de que los “procedimientos democráticos
normales”, el “poder establecido” y los partidos políticos tradicionales son
incapaces de combatir eficazmente las causas del descontento. Una de las
razones de que se utilice este recurso está en el creciente malestar social
como respuesta a todo tipo de aumento indeseado: aumento de la desigualdad, la
divergencia social y económica, sentimientos de exclusión, quedar marginado, injusta
distribución de la riqueza, impacto del progreso tecnológico o la aceleración
de la globalización y la digitalización.
Otra
razón surge de un vacío político. Enfrentada a temas complejos, la respuesta
política dominante resulta inadecuada. La idea TINA sugiere que no existe una
alternativa a la globalización, a la reestructuración, a la digitalización,
etc., que aparecen representadas como sucesos intrínsecamente positivos y que
aportan incluso progreso. Solo recientemente se ha comenzado a sopesar la
relación entre el riesgo que acarrean estos fenómenos con las oportunidades que
generan.
El
tercer supuesto es que los partidos progresistas y de izquierdas tienen muchas
dificultades con las protestas populistas porque subestiman la ira de la clase
media y trabajadora contra el “poder establecido”, entre los que se encuentran,
mezclados de forma arbitraria, los partidos políticos, el Estado, los
sindicatos, las iglesias, las ONG y Europa. Los partidos de extrema derecha
tienen menos remilgos a la hora de acudir a los lugares donde estas personas
están expresando su ira. De hecho, el principal reto de la izquierda debe ser
idear una estrategia hegemónica contra las reacciones neoliberales y las
tendencias autoritarias. Hay que refutar la impresión que prevalece entre los
votantes populistas de que los partidos y los intelectuales de izquierda no se
preocupan por sus problemas mediante un mensaje que deje claro que tienen un
interés sincero por los asuntos que afectan a las clases medias y trabajadoras,
no solo a las minorías. Y tercera conclusión: cuando y donde la respuesta de la
extrema derecha parece ser la única forma de protesta disponible, es evidente
que cada vez más gente continuará yendo en la misma dirección.
Traducción
de Álvaro San José
Este artículo está publicado en Social Europe.
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