Si perdiera en las
PASO, el oficialismo tiene más chance
de revertir el resultado que si les
pasara a CFK o Massa.
Por Roberto García |
Algunos tienen una ventaja. Otros, no. Si pierde el macrismo en la
provincia de Buenos Aires el 13 de agosto, en las elecciones internas (PASO),
igual dispone de un repechaje o desquite para el posterior comicio en que se
definen los nuevos legisladores (22 de octubre). No es una formalidad.
Al revés de Cristina o Massa, mucho más complicados si les tocara el
percance de salir segundo: para ellos, la revancha, modificar la posición en
octubre se vuelve cuesta arriba.
Al contrario de Macri, quien si no figurara
primero, podría imponerse en la segunda vuelta electoral merced a un handicap
obvio: posee gobierno nacional y provincial, su influencia y poder, control de
la elección, y hasta un acceso recaudatorio menos engorroso que el del arco
opositor. No es poca gratificación frente al perpetuo lloriqueo por la carestía
que hace sufrir en la campaña a los dos principales rivales del oficialismo,
Cristina y Massa (se excluye a Randazzo por falta de talla electoral, igual que
a la izquierda, de acuerdo a todas las encuestas).
Para gobernar en paz los últimos dos años de su
mandato. Le queda, al
revés de los otros dos candidatos, una oportunidad más razonable en esta
elección. Si, por ejemplo, maquilla el desdén manifiesto contra las expresiones
peronistas, sea en Buenos Aires o en el resto de las provincias.
Nadie explica la fobia contra ese sector justo en el lugar donde más
adhesiones requiere y donde el peronismo siempre fue mayoría aplastante.
Personalizó Macri la añeja teoría de la doble vuelta inspirada en Arturo Mor
Roig: los no peronistas somos más, criterio poco exitoso pero de
posible vigencia en gran parte del país. Menos, quizás, en el lugar donde el
Presidente demanda más votos se le ocurrió sacarse de encima al peronismo.
No se conoce al consultor que le propinó la idea para combatir, por
ejemplo, en la segunda sección electoral –de la cual ya todo el mundo habla
como si fueran a pasar el fin de semana por sus inmediaciones–, en la
profundidad del conurbano bonaerense, con una filiación provocadora contra los
sólidos restos justicialistas que allí imperan y donde inevitablemente perderá
el Gobierno. Aunque, en este caso, no interesa tanto anotarse la victoria, ya
que el objetivo en ese territorio es no perder por exageración, pues la
diferencia a descontar es el secreto del posterior triunfo en la Provincia: no
es lo mismo sangrar por medio millón de votos que por un millón. Las
dos cifras no son una metáfora: marcan la relevancia del distrito al que el
Gobierno trata de atraer con obras (metrobus) y un aluvión de asfalto. Más las
caricias solícitas de María Eugenia Vidal.Podía esperarse
alguna sofisticación persuasiva, pero Macri sólo atinó a desafiar la nitidez
peronista del espacio. Algo osado o impertinente, se verá con los
números. Ni apeló a las convenciones de Francisco de Narváez o
de Sergio Massa en su momento, cuando
doblegaron al kirchnerismo. Es como si los antecedentes no existieran.
Los dos opositores de procedencia peronista suponen, sin delicadeza, que
son el obligado albergue para los huérfanos de la primera vuelta, que alcanza
para convencerlos un detalle extorsivo: ningún peronista se atreverá a votar por un gorila sin
alma como Macri, va contra su naturaleza. Casi una réplica
inversa de la perversidad con la que el PRO le contesta a una gran parte de la
quejosa clase media: miren que si no nos votan, tendrán que soportar el hedor
kirchnerista, el presunto regreso en el 2019 de la mafia que asaltó el país
durante una década.
Variantes múltiples, entonces, se le conceden al oficialismo por si
tropieza en Buenos Aires con insuficiencia de votos. Luego de una inicial
derrota, para corregirla no sólo debería alterar la naturaleza de su
campaña, también debería comprometer en cambios y asociaciones,
abordar un pacto de expansión limitada con otros núcleos políticos, una petite
Moncloa, que despoje al Gobierno de esa pureza étnica que aplica con
reminiscencias de otras épocas y latitudes. Por el momento, la vigencia del
férreo método de exclusión ha significado que nadie ajeno al partido entre ni
para un té con leche en la Casa Rosada. Cuando llamaron a alguien fue para
desplazarlo de su lugar (Lousteau, de Capital Federal a Washington) o para
perjudicar a un oponente. Así se entiende la última fuga de Graciela Ocaña para incluirse en
Cambiemos. Ni siquiera han tolerado la permanencia de ciertos socios primarios
como los radicales, más bien los apartan como parientes pobres. Curioso designio: generalmente, los
nuevos gobiernos atraen gente en sus primeras fases, sea por voluntad de
adherente o por tentación laboral. Ese fenómeno de fervor no se advierte en la
administración Macri. Por el contrario, del lado interior, sea por egoísmo,
soberbia o inseguridad, no se le franquea la puerta a nadie invocando razones
de origen, vínculos anteriores, análisis de sangre imperfectos, edad u otros
límites escasamente imaginables. Pero del lado exterior, lo sintomático y más
raro, es que tampoco nadie se amontona para ingresar.
Números y fobia. Si los planetas no favorecen la estrella de Macri
el próximo 13, además de usos y costumbres, deberá modificar conceptos para
recuperarse no sólo el 22 de octubre.
Al revés de Macri, si son Cristina o Massa a quienes les toca perder en
agosto, los adicionales requeridos para dar vuelta un resultado adverso el 22
de octubre son de mayor complejidad y preocupación. Parecen inalcanzables.
Primero, quedan en zona de descenso, sin suplementos ni plata para
contratar jugadores, imposibles de aliarse entre sí, ni con el suficiente
liderazgo de poder para decir voten a fulano como Perón hizo con Frondizi. Vale
para Massa, también para Cristina. A ambos, además, que se apartaron del
peronismo estructural, de banderas y marchas, de la estampita y el busto, les
será arduo para convocar desde su vereda al filón flotante en la Provincia que
hoy en apariencia conservaría Randazzo y, después del 15, navegaría sin rumbo
ni puerto fijo.
Para los tres competidores, en suma, no es lo mismo salir segundo. Uno
corre con más ventaja para recuperarse después, los otros dos en
cambio extravian razón y compostura si no ganan en esa fecha, ya que un segundo
premio no parece suficiente para convertirse en mayoría en la final. Aún así,
las opiniones en estos casos son como hojas al viento o papel de diario vencido
por culpa de la inconsistencia de los jugadores: los tres han sido ganadores en
otra oportunidad, los tres han rifado parte de ese capital ylos tres se
ufanan de no necesitar al peronismo agónico.
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