El lingüista y filósofo habla sobre Trump
y la amenaza nuclear
Noam Chomsky (Foto: Uli Deck/píctures-alliance/DPA/Associated Press) |
Por George Yancy
En los últimos meses, mientras la perturbadora
posibilidad de una administración Trump se convertía en una perturbadora
realidad, decidí contactar a Noam Chomsky, el filósofo cuya escritura,
opiniones y activismo nos han dado incomparables reflexiones y cuestionamientos
sobre los sistemas políticos mundiales y estadounidense desde hace más de cincuenta
años. Nuestra charla, como se transcribe aquí, se desarrolló a través de una
serie de intercambios de correos electrónicos a lo largo de los últimos dos
meses.
George Yancy: En este momento político de la posverdad y dado el creciente autoritarismo del que estamos siendo testigos en el gobierno de Trump, ¿qué papel público crees que la filosofía profesional puede desempeñar al abordar esta situación de manera crítica?
George Yancy: En este momento político de la posverdad y dado el creciente autoritarismo del que estamos siendo testigos en el gobierno de Trump, ¿qué papel público crees que la filosofía profesional puede desempeñar al abordar esta situación de manera crítica?
Noam Chomsky: Tenemos que ser un poco cautelosos para no
tratar de matar a un mosquito con una bomba atómica. Lo que hemos visto en
relación con el momento “posverdad” es tan absolutamente absurdo que la manera
más adecuada de enfrentarlo bien podría ser ridiculizarlo. Por ejemplo, el
comentario reciente de Stephen Colbert resulta pertinente: la respuesta de la
legislatura republicana de Carolina del Norte a un estudio científico que
pronosticaba un aumento amenazante en los niveles del mar fue prohibir a las
agencias locales y estatales desarrollar normas o documentos de planeación para
abordar el problema, y la respuesta de Colbert fue: “Esta solución es
brillante. Si tu ciencia te da un resultado que no te gusta, promulga una ley
que diga que el resultado es ilegal. Problema resuelto”.
A grandes rasgos, así es como el gobierno de Trump
se enfrenta a una verdadera amenaza existencial para la sobrevivencia de la
vida humana organizada: prohíbe las normas e incluso la investigación y el
debate de las amenazas ambientales y corre hacia el precipicio tan rápido como
puede (en aras del poder y las ganancias a corto plazo).
Claro está que el ridiculizar no es suficiente. Es
necesario abordar las preocupaciones y creencias de aquellos que fueron
engañados por el fraude, o que por otras razones no reconocen la naturaleza ni
la importancia de los problemas. Si por filosofía nos referimos a un análisis
razonado y detallado, entonces es posible enfrentar el momento, aunque no
mediante la confrontación de los “hechos alternativos”, sino
analizando y aclarando qué está en juego, sin importar de qué problema se
trate. Más allá de eso, se necesita acción: urgente y dedicada, en todas
aquellas formas a las que tenemos acceso.
G. Y.: ¿Qué opinas sobre la capacidad de la
filosofía de cambiar al mundo?
N. C.: No estoy seguro en qué pensaba Marx cuando
escribió que “los filósofos no han hecho más que interpretar de diversos modos
el mundo, pero de lo que se trata es de transformarlo”. ¿Quería decir que la
filosofía podía cambiar al mundo o que los filósofos debían adoptar la
prioridad máxima de cambiar el mundo? Si concluimos que fue lo primero,
entonces podemos suponer que se refería a la filosofía en el sentido amplio de
la palabra, incluyendo el análisis del orden social y las ideas de por qué
debía transformarse y cómo. En ese sentido amplio, la filosofía puede ocupar un
lugar, y de hecho uno crítico, en la transformación del mundo, y los filósofos,
incluidos en la tradición analítica, han asumido ese esfuerzo tanto en su obra
filosófica como en su activismo.
G. Y.: Hay ocasiones en las que la magnitud del
sufrimiento humano parece insoportable. Como alguien que habla tanto del
sufrimiento en el mundo, ¿cómo puedes dar testimonio de ello y además mantener
la fortaleza para seguir adelante?
N. C.: Dar testimonio es suficiente para tener la
motivación de seguir adelante. Además, nada es más inspirador que ver cómo las
personas pobres y que sufren, que viven en condiciones incomparablemente peores
que las que nosotros toleramos, continúan sin pretensiones o escándalos con su
lucha valiente y comprometida con la justicia y la dignidad.
G. Y.: Si tuvieras que mencionar dos o tres formas
de acción política necesarias bajo el régimen de Trump, ¿cuáles serían?
N. C.: No creo que las cosas sean tan sombrías.
Tomemos el éxito de la campaña de Bernie Sanders, el personaje más excepcional
de la elección de 2016. Después de todo, no sorprende en absoluto que un
empresario multimillonario con un amplio respaldo mediático (incluidos los
medios liberales, embelesados por sus excentricidades y el ingreso publicitario
que generaba) ganara la candidatura del Partido Republicano ultrarreaccionario.
No obstante, la campaña de Sanders rompió de manera
radical con más de un siglo de historia política de Estados Unidos. La extensa
investigación de las ciencias políticas ha demostrado de manera convincente que
las elecciones ya están compradas. Por ejemplo, el gasto de campaña por sí
mismo sirve para predecir de manera fehaciente el éxito electoral, y el apoyo
del poder corporativo y la riqueza privada es una virtual condición previa
incluso para la participación en la arena política.
La campaña de Sanders demostró que un candidato con
programas moderadamente progresistas podía ganar la candidatura, tal vez la
elección, incluso sin el respaldo de las principales fuentes de financiamiento
ni de los medios. Hay buenas razones para suponer que Sanders habría ganado la
candidatura de no haber sido por los chanchullos de quienes manejan el partido
de Obama y Clinton. Hoy Sanders es, por mucho, la figura política más popular
del país.
El activismo que generó la campaña de Sanders está
comenzando a llegar hasta la política electoral.
G. Y.: ¿Cuáles son los problemas de mayor peso a los
que nos enfrentamos?
N. C.: Los problemas más importantes que hay que
atender son las amenazas reales a la existencia que enfrentamos en la
actualidad: el cambio climático y la guerra nuclear. Respecto a la primera, el
liderazgo republicano, actuando de manera totalmente contraria a todo el mundo,
se ha dedicado casi con total unanimidad a destruir las posibilidades de una
supervivencia decorosa. Hay muchas cosas que se pueden hacer a nivel local y
estatal para enfrentar su proyecto maléfico.
En lo que respecta a la guerra nuclear, las
acciones en Siria y la frontera rusa constituyen amenazas muy serias de una
confrontación que podría desembocar en guerra, una posibilidad impensable.
Además, la intención de Trump de continuar los programas de modernización de
las fuerzas nucleares que ideó Obama supone peligros extraordinarios. El tema
se debatió a detalle en un artículo de vital importancia en el
Bulletin of the Atomic Scientists en marzo. Los autores, analistas muy
respetados, hicieron notar que el programa de modernización de las armas
nucleares había aumentado “el poder mortífero general de las fuerzas de misiles
balísticos existentes en Estados Unidos por un factor de casi tres, y genera exactamente
lo que uno esperaría ver si un Estado con armamento nuclear estuviera planeando
tener la capacidad de luchar y ganar una guerra nuclear desarmando a sus
enemigos con un primer ataque sorpresa”.
Las implicaciones son claras: en un momento de crisis
de esos que abundan, los estrategas militares rusos podrían concluir que, a
falta de un elemento disuasorio, la única esperanza de supervivencia es
realizar el primer ataque, lo cual significaría el final para todos nosotros.
G. Y.: Eso suena escalofriante para todos los que
habitamos el planeta.
N. C.: En estos casos, la acción ciudadana puede
revertir programas extremadamente peligrosos. También puede presionar a
Washington para que explore las opciones diplomáticas, que están disponibles,
en lugar de recurrir de manera casi automática a la fuerza y la coerción en
otras zonas, incluyendo Corea del Norte e Irán.
G. Y.: Noam, a medida que continúas involucrándote
críticamente en una amplia gama de injusticias, ¿qué es lo que motiva en ti
este sentimiento de justicia social? ¿Tu trabajo de justicia social está
enmarcado por alguna motivación religiosa? De no ser así, ¿por qué no?
N. C.: No tengo motivaciones religiosas y por
razones sólidas. Uno puede idear una motivación religiosa para casi cualquier
elección de actos, desde el compromiso con los ideales más elevados hasta el
apoyo a las atrocidades más espantosas. En los textos sagrados podemos
encontrar inspiradores llamados de paz, justicia y misericordia, junto con los
pasajes más genocidas en el canon literario. La conciencia es nuestra guía, sin
importar cómo queramos justificarla o qué atavíos le pongamos.
G. Y.: Volviendo a aquello de dar testimonio de
tanto sufrimiento, ¿qué me recomendarías compartir con muchos de mis
estudiantes para que desarrollen la capacidad de dar testimonio de las formas
de sufrimiento que son peores que las que toleramos?
N. C.: Mi sospecha es que aquellos que parecen no
prestar atención al sufrimiento, ya sea que esté cerca o en rincones remotos,
por lo regular no son conscientes, tal vez porque están cegados por la doctrina
y la ideología. Para ellos, la respuesta es desarrollar una actitud crítica
ante los artículos de fe, seculares o religiosos; fomentar su capacidad de
cuestionamiento, de exploración, de vislumbrar el mundo desde el punto de vista
de los otros. La exposición directa nunca está muy lejos, sin importar dónde
vivamos; tal vez se trate del indigente que se acurruca para protegerse del
frío o nos pide unas monedas para comer, u otros muchos ejemplos.
G. Y.: Volviendo a Trump, tengo entendido que lo ves
como alguien fundamentalmente impredecible. Sin duda, así lo veo yo.
¿Deberíamos temer un intercambio nuclear de algún tipo?
N. C.: Yo lo hago y estoy lejos de ser la única
persona que alberga esos temores. Quizá la figura más sobresaliente que expresa
esas preocupaciones sea William Perry, uno de los principales estrategas
nucleares contemporáneos, con muchos años de experiencia en los más altos niveles
de planeación en caso de guerra. Él ha regresado de su semirretiro para
declarar enfáticamente su terror ante las amenazas extremas y crecientes, así
como la falta de preocupación ante ellas.
En 1947, el Bulletin of the Atomic Scientists
estableció su famoso “reloj del juicio final”, que calcula qué
tan lejos estamos de la medianoche: el fin. En enero, poco después del discurso
de toma de protesta de Trump, la manecilla se movió a dos y medio minutos para
la medianoche, lo más cercano al desastre terminal desde 1953. A estas alturas,
los analistas están considerando no solo la creciente amenaza de guerra
nuclear, sino además la firme dedicación de la organización republicana de
acelerar la carrera hacia la catástrofe ambiental.
Perry tiene razón en sentirse horrorizado. Y todos
deberíamos estarlo.
G. Y.: Sin embargo, a pesar de su imprevisibilidad,
Trump tiene una base fuerte. ¿Qué origina esta especie de deferencia servil?
N. C.: No estoy seguro de que “deferencia servil”
sea la frase adecuada, por varias razones. Por ejemplo, ¿quiénes forman esa
base? La mayoría son relativamente acaudalados. Tres cuartas partes tienen
ingresos por encima del promedio. La gran mayoría son blancos y de edad madura,
por lo tanto provienen de los sectores históricamente más privilegiados.
Como informa Anthony DiMaggio en un cuidadoso
estudio de la riqueza de la información que ahora está disponible, los
electores de Trump tienden a ser republicanos típicos, con “un segmento
pudiente y privilegiado del país en términos de su ingreso, pero uno que tiene
relativamente menos privilegios que en el pasado, antes del colapso económico
de 2008” y que, por ende, siente hasta cierto punto una aflicción económica.
Eso, además del amplio segmento evangélico y dejando de lado factores como la
supremacía blanca —tan profundamente enraizada en Estados Unidos—, el racismo y
el sexismo.
Otra consideración es el actual sistema de
información, si es que podemos siquiera usar esa frase. Para buena parte de esa
base, las fuentes de información son Fox News, los programas de radio y otros
partidarios de los hechos alternativos. Las exposiciones de las fechorías y
absurdos de Trump que provocan opiniones liberales se interpretan fácilmente
como ataques de la élite corrupta contra el defensor del hombrecito, cuando es,
de hecho, su enemigo cínico.
G. Y.: ¿Cómo opera aquí la falta de inteligencia
crítica?
N. C.: Para la opinión liberal, el crimen político
del siglo —como a veces se le llama— es la interferencia rusa en las elecciones
estadounidenses. Los efectos del crimen son indetectables, a diferencia de los
efectos masivos de la interferencia del poder corporativo y la riqueza privada,
que no se considera un crimen sino la forma normal en la que funciona la
democracia.
Y esto dejando de lado el historial de
“interferencia” estadounidense en las elecciones extranjeras, incluidas las de
Rusia, y poniendo entre comillas la palabra “interferencia” porque resulta tan
irrisoriamente inadecuada, como debe saber cualquiera que esté mínimamente
familiarizado con la historia reciente.
¿El hackeo ruso es de verdad más
importante que lo que hemos discutido; por ejemplo, la campaña republicana para
destruir las condiciones para la existencia social organizada, desafiando al
mundo entero? ¿O para acentuar la ya de por sí extrema amenaza de una guerra nuclear
terminal? ¿O incluso que esos crímenes reales pero menores como la iniciativa
republicana para privar a decenas de millones de atención médica y echar a
personas indefensas de los de asilos a fin de enriquecer todavía más a su
electorado de poder corporativo y riqueza real? ¿O para desmantelar el sistema
regulatorio limitado que fue instaurado con el fin de mitigar el impacto de la
crisis financiera que es probable que sus preferidos desencadenen una vez más?
Y así sucesivamente…
Es fácil condenar a aquellos que suponemos son del
otro lado, pero por lo común es más importante explorar a lo que asumimos es
cercano a nosotros.
Noam
Chomsky es el autor de varias obras políticas traducidas a varios idiomas.
Entre sus libros más recientes están "Hegemonía o supervivencia",
"Estados fallidos" y "¿Quién domina el mundo?". Ha sido
profesor emérito del Instituto de Tecnología de Massachusetts desde 1976.
© The New York
Times
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