Modigliani (izq.) con Picasso y el poeta André Salmon en Paris, en 1916, fotografiados por Jean Cocteau. |
Por Ixone Díaz Landaluce
«Solía regalar sus dibujos como si fuera una pitonisa gitana. Se los
daba a todo el mundo, y eso explica que, aunque pintó más de 50 retratos míos,
yo solo tengo uno», contó en una ocasión el escritor francés Jean Cocteau sobre
su amigo el artista italiano Amedeo Modigliani.
En 1916, Modigliani retrató a
Cocteau en la bodega del café de la Rotonde. Ninguno de los dos tenía dinero
para llevarse el lienzo a casa en un taxi y el cuadro se quedó allí después de
que el pintor Moïse Kisling lo comprara por cinco francos y lo
utilizara para saldar una deuda con el dueño del local. Según Cocteau, años más
tarde el retrato «se vendió por 17 millones de francos (unos 2,5
millones de euros actuales) en Estados Unidos. Podríamos habernos hecho ricos,
pero nunca lo fuimos». En parte por el poco apego que Modigliani sentía por su
obra y en parte por la proliferación de falsas piezas adjudicadas al artista,
identificar sus cuadros y esculturas se ha convertido en una odisea.
Amedeo Modigliani nació en Livorno en 1884 y salvó a su familia de la
ruina. De origen judío sefardí, los Modigliani gestionaban una agencia de
crédito, pero su fortuna se evaporó con una crisis financiera. Gracias a una
antigua ley que prohibía embargar la cama de una mujer embarazada, la familia
protegió sus enseres más preciados apilándolos encima de su madre, que se puso
de parto poco antes de que los alguaciles llegaran a ejecutar el desahucio.
Modigliani siempre tuvo una salud frágil: sufrió pleuritis, tuberculosis y
superó una fiebre tifoidea siendo un niño. Durante aquellas convalecencias, se
obsesionó con el arte renacentista y le enseñaron a leer a Nietzsche y
Baudelaire. Luego estudió pintura y escultura en Venecia y Florencia.
Con 22 años, Modigliani se trasladó a París. Se instaló en un modesto
estudio de Montmartre y, antes de desarrollar su propio estilo, su primera obra
estuvo influenciada por Toulouse-Lautrec y Cézanne.
Pero, poco después de llegar, dejó de pintar para concentrarse en la
escultura y se trasladó a Montparnasse, donde asumió los usos y costumbres de
aquella generación de artistas: bebía tanto que terminó alcoholizado,
experimentó con psicodélicos hasta convertirse en politoxicómano y era un playboy irredento
que conquistó a escritoras, artistas, musas y modelos.
Quizá por sus crecientes problemas de salud o porque no tenía dinero, en
1914 Modigliani abandonó la escultura y volvió a coger el pincel. Tres años
después inauguró su primera y única exposición en solitario en París.
Fue un escándalo (por los desnudos de sus cuadros y el vello púbico de
las modelos que inmortalizó), y la Policía decidió clausurarla, pero la
repercusión del evento no cambió nada. Modigliani siguió vendiendo su obra a
cambio de una copa o de una comida caliente en cualquier restaurante de la
ciudad. Y en 1920 murió de una meningitis tuberculosa a los 35 años. Al día
siguiente, su amante y el gran amor de su vida, Jeanne Hébuterne, se arrojó por
la ventana de casa de sus padres. Tenía 21 años y estaba embarazada de ocho
meses. Ella y Modigliani ya eran padres de Jeanne, una niña de 13 meses que fue
criada en Italia por la madre del artista.
Tras la muerte, el caos
Aunque reconocido y admirado, Modigliani fue un artista pobre, pero tras
su desaparición el valor de sus piezas empezó a multiplicarse. Y entonces
empezaron los problemas. Su obra era extensa, pero estaba dispersa y era
difícil de autentificar. Todavía hoy, muchos expertos solo se fían de ‘los
Ceronis’. En 1958, el crítico y tasador de arte italiano Ambrogio Ceroni
publicó un catálogo razonado sobre la obra del artista que actualizó por última
vez en 1970 antes de morir. Desde entonces, el inventario, que identifica 337
piezas, se considera la biblia de Modigliani. Sin embargo, según varios
especialistas es un listado incompleto y algunas de las que contiene podrían no
ser auténticas, aunque nadie se ha atrevido a identificarlas por miedo a una
avalancha de demandas.
«Decir que la situación del catálogo razonado de Modigliani es un
desastre es un eufemismo», ha dicho Kenneth Wayne, que está preparando un
catálogo propio en el que incluirá 50 obras que Ceroni nunca identificó. No es
el único que lo ha intentado. Christian Parisot profundizó en la obra de
Modigliani después de conocer a la hija del artista, Jeanne, en 1973. Siempre
ha sostenido que ella le cedió el derecho moral sobre la obra del artista, lo
que, según la ley francesa, le habilitaba a ser él quien identificara y
autentificara las piezas. Parisot también afirma que Jeanne le cedió un archivo
con más de seis mil documentos y fotografías que, según el experto, estaba
custodiado en el Museo de Montparnasse, pero esos documentos nunca han
aparecido. En 2010, Parisot fue condenado por fraude y más tarde fue puesto
bajo arresto domiciliario después de que la Policía le confiscara 59 obras
supuestamente falsas de Modigliani.
El tercer experto en discordia es el historiador de arte Marc
Restellini, que lleva dos décadas trabajando en su propio catálogo, pero en
2001 tuvo que aparcar su inventario de dibujos del artista cuando empezó a
recibir llamadas de marchantes de arte amenazándolo de muerte si se atrevía a
poner la autenticidad de sus Modiglianis en entredicho. También trataron de
sobornarlo. Restellini publicará su catálogo de cuadros este año en formato
digital. Recogerá 80 obras más que la biblia de Ceroni. Además, se ha
aventurado en un terreno espinoso: identificar los falsos Modigliani. Según
Restellini, podría haber más de un millar en todo el mundo. Elmyr de Hory, el
famoso falsificador húngaro afincado en Ibiza, pintó muchos de ellos. Su
asistente en aquella época, Mark Forgy, heredó más de 300 falsificaciones y
varios Modiglianis falsos que sigue vendiendo on-line a precio
de oro.
La ‘fiebre Modigliani’
Y, pese a todo, o quizá precisamente por la misteriosa leyenda que rodea
a su obra, la fiebre por Modigliani es ahora más intensa que nunca. Las
exposiciones retrospectivas sobre su obra se acumulan en el calendario y varios
museos, como el Instituto de Arte de Chicago o el Guggenheim de Nueva York, han
anunciado que examinarán minuciosamente las obras que poseen del artista.
Pretenden descifrar el ‘código Modigliani’, pero no es una tarea sencilla. Para
empezar, porque su obra apenas estuvo documentada. El análisis con rayos X e
infrarrojos de sus lienzos debería arrojar más luz. Ya se sabe, por ejemplo,
que ningún Modigliani auténtico contendría pigmento blanco titanio, que empezó
a distribuirse después de su muerte. Y, sin embargo, casi cien años después de
su desaparición, el artista sigue siendo un misterio que desafía a expertos,
museos y casas de subastas.
TRES EXPERTOS: TRES TEORÍAS
Christian Parisot asegura que la hija de Modigliani le cedió el derecho
moral sobre su obra, pero ha sido condenado por fraude. Kenneth Wayne y Marc
Restellini, principal asesor de las casas de subastas sobre Modigliani, han
anunciado sus propios catálogos. Cada uno reivindica obras distintas del
artista como auténticas.
© XL Semanal
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