Que es un debate sin sentido, que hay una cuestión de
inmoralidad e indignidad, sea lo que eso signifique en boca de otros diputados,
que es una puesta en escena para tapar otros problemas, que es una técnica
electoral duranbarbeana, que la izquierda es funcional al kirchnerismo.
Cualquier análisis que se pretenda hacer de lo sucedido esta semana en la
cámara de Diputados con la pretendida intención de expulsar a Julio De Vido, se
olvida de un detalle que no vemos aunque nos lo llevemos puesto con cada
noticia: la falta de representación
política.
No es casualidad que justo estemos hablando de eso al tocar
el tema de la cámara de diputados, copiada de la cámara de los representantes
de Estados Unidos pero a la que convenientemente se le cambió el nombre, dado
que acá representan los intereses personalistas del caudillo partidario y ni
siquiera podemos prever cierto dejo de coherencia ideológica o con situaciones
análogas en el pasado.
Al copiar el sistema republicano bicameral de Estados
Unidos, hicimos una salvedad: la forma de acceder a la cámara baja. En el país
del norte los representantes son elegidos de forma uninominal por distrito. Eso
quiere decir que no existen las listas sábanas en la que un habitante de un
distrito se vea obligado a elegir representantes de otros lugares en una lista
conjunta por una provincia entera. La otra gran diferencia es la forma de
cubrir las vacancias. Al ser uninominal, no hay suplentes. Si el representante
renuncia o fallece, se llama nuevamente a elecciones en el distrito
correspondiente, para que no se pierda la representación de esa porción del
pueblo.
El sistema no es perfecto ni mucho menos, y las roscas
políticas se dan igual que en cualquier otro lugar del orbe en donde el
comerciante político venda promesas a cambio de ese dinero llamado voto, pero
al menos tendrá que poner la cara ante sus representados cuando quiera renovar
la banca.
En Argentina existe un antecedente: durante la segunda
presidencia de Julio Roca se modificó la ley electoral y se implementó el
sistema uninominal. Duró lo que duró el mandato de Roca y fue abolido para
volver al viejo sistema que aún hoy nos rige: el de la lista sábana.
Actualmente, en el congreso son más determinantes los
diputados que nunca encabezaron sus listas. Sin ir más lejos, el propio Julio
De Vido estaba quinto en la lista que lo colocó en la cámara de diputados en
las elecciones de 2015. Casualidades de la vida: el mismo puesto que hoy ocupa
Daniel Scioli en la lista de Cristina Fernández de Kirchner. No hace falta
encabezar un costoso estudio para llegar a la conclusión de que nadie votó a
Julio De Vido. Se votó la lista, una más entre las listas que conformaron una
guirnalda que llegó a medir un metro entre candidatos a presidente,
parlamentarios del Parlasur, legisladores nacionales, legisladores
provinciales, gobernador, intendentes y concejales. ¿A quién representa Julio
De Vido?
El sistema representativo actual funciona de forma inversa.
Se los vota sin conocerlos, llegan al poder, nos sentimos representados si
coincidimos con sus apreciaciones, nos queremos matar si nos damos cuenta que
votamos un idiota.
Entre los que votaron en contra de la expulsión de Julio De
Vido se encontraban Norma Abdala de Matarazzo, que ingreso segunda en su lista
del oficialismo de Santiago del Estero, Guillermo Carmona que hizo lo mismo por
el FpV de Mendoza, al igual que Ivana Bianchi de los eternos Rodríguez Saá en
San Luis. Lo mismo ocurre con los casos de María Cristina Brítez (FpV en
Misiones), Analuz Carol (FpV de Tierra del Fuego), Nilda Carrizo (FpV Tucumán),
Gustavo Arrieta, María Cristina Álvarez Rodríguez y Remo Carlotto (FpV de la
Provincia de Buenos Aires), todos pululando entre el segundo y el quinto puesto
de sus respectivas listas.
Es una situación que se multiplica hasta el infinito y que
vemos en cada bloque y con todas las listas de diputados. Eduardo Amadeo, de
los legisladores con perfil más alto dentro de Cambiemos, ocupaba el puesto 5
en la lista que lo colocó en la Cámara de Diputados. De San Isidro, pero votado
también por los de Azul, Tapalqué o Coronel Pringles.
Ahora, lo que muestra una vez más que nuestro sistema de
elección de cargos legislativos es obsoleto es el caso de diputados que
entraron por renuncias de otros. Tal es el caso de Gustavo Arrieta, otrora
ministro de Asuntos Agrarios de Daniel Scioli, que estaba en el puesto número
15 de la lista de diputados encabezada por Martín Insaurralde en 2013.
Entonces, el FpV logró ingresar 12 diputados. Tras la renuncia de algunos de
ellos (Verónica Magario y el propio Insaurralde, entre otros), Arrieta se
convirtió en legislador, al igual que su compañero de lista Luis Cigogna
(puesto 13 de la lista).
Mismo caso fue el de Nilda Mabel Carrizo, diputada por
Tucumán, que quedó afuera de la cámara pero entró tras la renuncia de Juan
Manzur. Existen casos aún peores, como el de Sandra Castro, que ni siquiera
estaba en la lista de titulares cuando en 2013 el FpV se impuso en San Juan.
Los casos se multiplican hasta el infinito al revisar la lista de bancas
ocupadas.
Una situación extraña se da con los cambios de domicilio. Lo
podemos ver en el caso de Cristina Fernández de Kirchner, que en 2005 se
presentó como candidata a senadora por la provincia de Buenos Aires y votó en
Santa Cruz. Este año mejora aún su posición al presentarse por la provincia de
Buenos Aires, votar en Santa Cruz y residir en la Capital Federal. También lo
tenemos fresco de la discusión de Cambiemos sobre si convenía que Carrió se
presentara por la provincia de Buenos Aires o por la Ciudad Autónoma. Sin
embargo, estos casos serían el mal menor, dado que el aprovechamiento de la
elasticidad domiciliaria no implica necesariamente una trampa electoral: el
candidato sigue siendo votado por la gente que lo quiere votar.
Y si los cambios de domicilios pueden llegar a molestarnos,
mejor ni hablar de los cambios de color de las bancas. Todavía recordamos
cuando Lorenzo Borocotó ganó por el PRO y juró por el Frente para la Victoria,
Alberto Fernández mediante. Sin embargo, es algo que se acentuó con el paso de
los años y nos acostumbramos hasta llegar a insólitos casos como una lista de
candidatos a diputados que tenían a Néstor Kirchner acompañados por el jefe de
Gabinete de su esposa, Sergio Massa, y el gobernador de la provincia de Buenos
Aires, Daniel Scioli. Entraron los tres, pero sólo juró el primero. Gladys
González, la actual candidata a senadora por la provincia de Buenos Aires en la
lista de Cambiemos, ganó una banca de diputada por el Frente Renovador en 2013,
cuando reinaba un acuerdo electoral entre Mauricio Macri y Sergio Massa para
enfrentar al kirchnerismo. Antes de asumir ya se sabía que integraría el bloque
del PRO. Cuando dejó su banca para ir de interventora, el Frente Renovador
colocó al legislador que le seguía en la lista. Tener en cuenta a los votantes
no resultó práctico. Una situación similar aunque con final distinto se dio con
el sindicalista Héctor Daer, quien también llegó a su banca por el Frente
Renovador y hoy apoya la lista de Florencio Randazzo. Ayer votó para que nadie
toque a Julio De Vido.
La adopción de un sistema legislativo que sea verdaderamente
representativo es imperioso. No hay forma de llamar “democrático” a un
mecanismo mediante el cual sólo se suman porotos para pegar un cargo con
fueros, gastos de representación, pasajes aéreos y presupuesto para tantos
asesores como hagan falta. Eso es lo que vale hoy nuestro voto: un cupón de
feria. El que más cupones suma, gana. La opinión del que puso el cupón, no
cuenta ni siquiera cuando el ignoto legislador de turno infla su pecho para
decir que habla en nombre del pueblo. Aunque haya entrado por ser el tercer
suplente del partido contrario al que representa.
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