Por Gustavo González |
Arrancó la campaña y la Argentina política y económica está
en un tenso impasse a la espera de saber qué va a pasar con Ella. “¿Gana o
pierde?”, ésa es la pregunta que todos repiten, dentro y fuera del círculo
rojo.
El Gobierno es tan transparente en ese sentido que, a la
espera de lo que suceda, suspendió otro ajuste en las cuentas públicas para
después de octubre.
Palabras más o menos: “Tenemos el doble desafío de bajar
impuestos y el déficit fiscal, no vamos a correr riesgos haciéndolo ahora, pero
lo haremos después de octubre. Claro que si Ella triunfa, no sólo será un
problema para nosotros sino para todos”.
En off, los funcionarios económicos aseguran que por Ella
regresó la incertidumbre a los mercados y que por su culpa Morgan Stanley
mantuvo la calificación de Argentina como mercado de frontera en lugar de
subirla a emergente: “Por eso el comunicado de la entidad dice que esperará a
ver la irreversibilidad de las reformas económicas. Están hablando de octubre”.
También le atribuyen que el riesgo país se disparara 35 puntos desde que se
conoció que competiría, que las inversiones no terminaran de llegar, el dólar
se despertara, la inflación se volviera a inquietar y el consumo no repuntara.
Algunos dicen que lo malo de las mansiones modernas es que
ya no tienen fantasmas. No es así. Los empresarios, que mientras Ella y su
esposo fueron gobierno guardaron un respetuoso silencio, ahora temen que retome
el poder para vengarse de ellos.
Uno de los cinco mayores empresarios argentinos reflexiona:
“En octubre no sólo se votan legisladores, se elige si este proceso de
normalización de las relaciones internacionales y de la economía termina en dos
años o si durará por lo menos seis”.
A este empresario, no industrial, le fue bien durante la
década K, pero considera una pesadilla institucional que el país regrese sobre
sus pasos. Como la mayoría de sus pares, se muestra feliz cuando recorre el
mundo y comprueba que la Argentina entró en el radar de potenciales inversores
y de los grandes líderes políticos. Lleva la cuenta de todos los presidentes
que en un año y medio visitaron la Casa Rosada (de Obama a Merkel) y de la
inédita cantidad de simposios de negocios que se desarrollaron aquí desde la
llegada de Macri: “Se salió definitivamente del default y se volvió a ser
sujeto de préstamo, algunos se quejan del endeudamiento o de las altas tasas,
yo prefiero estar adentro y ser parte del mundo financiero que mirarla desde
afuera. Pero todo es muy reciente, los inversores pensaban que Ella iría presa.
De golpe, aparece de nuevo con chances de ganar. Eso crea incertidumbre”.
El fantasma recorre el establishment y logró que hasta los
industriales dejaran de criticar en privado por el enfriamiento económico, la
apertura importadora y los altos impuestos: “El mayor peligro hoy es que Ella
regrese”. Parafrasean el libro de Mao Sobre la contradicción. Primero se
preocupan por resolver la “contradicción principal” (Ella), porque creen que si
el kirchnerismo se mantiene vivo, las “contradicciones secundarias” que tienen
con El serán un problema superfluo si el macrismo deja el poder en 2019.
La otra Ella. Hay una Argentina que también espera con la
mandíbula tensa lo que pasará en octubre, pero que está convencida de que si
Ella gana se terminará el maldito ajuste y se le pondrá límite a un gobierno
que llegó para beneficiar a los ricos. Esta es su lógica: “Qué importa que
Macri sea homenajeado por los líderes del mundo, si la calidad de vida es cada
vez peor. Cuando el consumo sigue bajando en comparación con lo bajo que estaba
el año pasado, es que cada vez hay menos dinero en el bolsillo de la gente”.
Con Ella triunfando, los desplazados del modelo M tendrán la
esperanza de que, en dos años más, el modelo nacional y popular regrese para
“ordenarles la vida” de nuevo.
Los estrategas K creen que eso es bien posible. Aseguran que
va primera en intención de voto, con un 35%, casi 10% por encima de Esteban
Bullrich. Aunque dicen que cuando consultan por alianzas electorales, esa
supuesta distancia baja a poco más de dos puntos.
También Massa se dice primero, con más del 30% de votos.
Sostiene que hay un país dividido en tres tercios (contra el relato de la
polarización) y que el segundo lugar es peleado por oficialistas y
kirchneristas.
En el Gobierno responden que son ellos los que encabezan con
el 35% y más de cinco puntos sobre Ella. En privado, señalan que en verdad la
diferencia es de dos puntos. Pero en la mesa ultrachica aceptan un escenario
peor.
Algo más: en sus sondeos surge un dato que los inquieta:
Randazzo aparece robándole votos al oficialismo y a Massa, y no tanto a Ella.
La pelea de todos es por el 35%/40% del “núcleo blando” de
votantes que todas las encuestas registran. Aquellos que aún no decidieron su
voto.
Los estrategas kirchneristas y los oficialistas saben que
dirigir las campañas hacia sus fans no sirve para conseguir nuevos electores.
Esa es la razón por la que las formas se parecen tanto. Hasta Ella dejó su
costado más agrio e imita las visitas imprevistas al Conurbano, sin aviso a los
medios para parecer genuina, pero con repercusión garantizada en las redes.
Como si el duranbarbismo hubiera ganado la batalla de esta posmodernidad.
Lo que a veces se olvida es que lo que ahora están midiendo
las encuestas son las elecciones del 13 de agosto, las PASO. El kirchnerismo
mantiene el mayor núcleo duro de votantes del país, un 25% que no cambiará su
opinión de Ella, por más que su hijo aparezca trasladando un cargamento de oro.
El problema de ese espacio es que, después de doce aguerridos años de gestión,
dejó un tendal de enojo social que hoy sigue siendo mayoría.
Por eso, aun cuando la fórmula K quede por encima del resto
en la Provincia en estas primarias, el desafío que luego enfrentará es que las
elecciones generales de octubre funcionen como un ballottage, en donde se
juegue si la mayoría de los bonaerenses votará por Ella o contra Ella. Esa
polarización beneficiará a quien salió segundo en las PASO y perjudicará al
resto.
Así las cosas, que Ella gane las primarias con alrededor de
un 30% de votos puede significar perder. En 2015, Scioli salió primero en las
PASO con más de ocho puntos de diferencia sobre Macri. En las generales, esa
diferencia se redujo a 3 puntos. En el ballottage, cuando se eligió por Ella o
contra Ella, Scioli perdió por dos puntos.
Por otra parte, ésta es la primera elección en la que
Cambiemos será la única fuerza que sumará votos a nivel nacional. Ni siquiera
el peronismo irá unido en todos los distritos. Cualquiera sea el resultado en
la Provincia, el Gobierno se mostrará ganador en todo el país, y técnicamente
será cierto.
Pero, además, la inédita situación de una agrupación con
estructura nacional que no es peronista tiene una implicancia concreta en el
devenir electoral: ahora es el macrismo el que maneja la caja del Estado. Son
nuevos en esto y la mayoría viene del sector privado, pero aprendieron los
vericuetos de la política, los resortes del toma y daca económico con
intendentes y gobernadores, y las ventajas de la libre disponibilidad de
boletas electorales en cualquier distrito del país.
El cuerpo del miedo. La expiación es el concepto religioso
por el que se eliminan las culpas propias a través de un tercero. Gracias a la
expiación, el culpable es perdonado mientras se sacrifica a alguien. En algunas
culturas es un animal, en otras llegan a ser personas.
El de la salvación es un concepto opuesto, aunque funciona
con la misma lógica. En el Salvador se depositan las debilidades y expectativas
personales. El Salvador se sacrifica para que todos sean salvados y perdonados.
Tercerizar angustias, culpas, responsabilidades y esperanzas
es un instinto básico de un animal como el hombre, que es consciente de sus
límites y finitud. Corporizar en otro el bien y el mal hace más liviano el
viaje, pero también dificulta la resolución profunda de problemas: si la responsabilidad
de las personas se limita a elegir a quién aman y a quién odian, quién será el
chivo expiatorio y quién el Salvador, sólo resta esperar que uno muera y el
otro resuelva por uno.
Ojalá ésa fuera la solución.
Con Ella presa, la Argentina por fin sería un país normal. O
con Ella de nuevo en el poder, volvería la felicidad. De ser cierta una de las
dos posibilidades, a partir de octubre al menos una parte de los argentinos
tendrá la esperanza de que será provisto de un futuro mejor.
Lástima que, antes que Ella, hubo siglos de chivos
expiatorios y salvadores que sólo sirvieron para corporizar nuestros fantasmas
y dejarnos tranquilos con nuestros pobres fracasos.
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