Por Pablo Mendelevich |
Hasta hace unas horas, cuando les tocaba referirse a la corrupción de la
"década ganada", los kirchneristas alternaban cuatro argumentos
distintos. Ahora el repertorio se amplió a seis gracias a los aportes
altisonantes del diputado José Ottavis y de la flamante candidata cristinista Fernanda Vallejos, dos
voluntarios que acabaron con la sordina que tuvo el tema corrupción durante las
semanas en las que se negociaron las candidaturas.
Antes de enumerar los argumentos, aclaremos: no es que el kirchnerismo
ande por la vida dando explicaciones sobre la corrupción. Todo lo contrario. La
palabra corrupción incluso fue borrada del lenguaje oficial durante la era
kirchnerista según el ritual primitivo de que aquello que el líder de la tribu
no nombra no existe (tal la robustez del tabú, en los discursos presidenciales
tampoco se mencionaba jamás ninguna lucha anticorrupción del Estado, rutina en
otros países). Pero ahora, en situaciones descontroladas, es decir, cuando el
interlocutor o el entrevistador no garantizan confort discursivo, el tema de la
corrupción se cuela. Nunca falta uno que pregunta. Y algo hay que decir. Por lo
común se responde con generalidades. Casi nunca se explica un caso en detalle
ni se intentan desmoronar las imputaciones judiciales con datos precisos. Las
respuestas son conceptuales, de tipo universal.
Las argumentaciones K podrían ser clasificadas así:
1) Corruptos somos todos. Es el modelo argumental más frecuentado. Se basa
en la falacia de que la corrupción es algo ínsito a la acción de gobernar y que
la hay en todas partes cualquiera sea el gobernante. Lo han dicho o sugerido
desde Cristina Kirchner hasta sus voceros más reflexivos. Tras la revelación de los Panamá Papers (3 de abril de 2016) el kirchnerismo buscó instaurar una paridad entre
corrupción cristinista y corrupción macrista. La idea subliminal es que si hay
empate los pecados se neutralizan. Ante cualquier atisbo de mencionársele a un
dirigente kirchnerista alguna faceta de la corrupción de la Era Cristina, éste
reaccionaba con la automaticidad de un reflejo fisiológico: "¿Y
Macri?". Imposible no recordar aquí aquel interrogante de cómo se hace
para esconder un elefante en la calle Florida: poniendo cien elefantes. Pero
del empate, curiosamente, se pasó a la extinción plena de la corrupción
cristinista, con el consecuente protagonismo estelar, solitario, luminoso, de
una magnificada corrupción macrista. Lo expresa el último documento de Cristina
Kirchner. El punto 9 comienza recordando que desde la asunción del gobierno de
Cambiemos "se han conocido los más escandalosos casos de corrupción".
¿Las estancias del preso Lázaro Báez, los bolsos monacales de José López, el dinero cash de La Rosadita, los cinco millones de dólares en
efectivo de Florencia Kirchner, los negocios hoteleros, el presunto lavado de
la familia presidencial santacruceña, los viáticos de las giras de la
presidenta? No, con "los más escandalosos casos de corrupción" ella
se refiere a Macri. Enumera los Panamá Papers, las coimas de Odebrecht y hasta
"la manipulación del dólar futuro", como una karateca que trata de
utilizar la energía del oponente para vencerlo.
2) Los corruptos son los empresarios. Doctrina de vanguardia, sigue la línea de lo que
dijo el gobierno kirchnerista cuando saltó el caso Skanska: es un asunto entre
privados. Créase o no, Cristina Kirchner renovó la idea delante del caso López.
Primero ella dijo que no encontraba las palabras adecuadas para calificar lo de
López (por eso no lo pudo calificar), y después explicó que "nadie puede
vivir del Estado y agarrarse nueve millones de dólares", por lo que pidió
que se investigue a los empresarios. El mismo enfoque le aplica ahora el
kirchnerismo al caso Odebrecht. Como se supone que los coimeados fueron
funcionarios de Cristina Kirchner, y tal vez ella misma, su postura es que
deben ser investigados los empresarios, entre los cuales estaría Ángelo
Calcaterra, primo de Macri. Es verdad que los empresarios que dan coimas nunca
son perseguidos con eficacia por la Justicia, pero equiparar la responsabilidad
de un funcionario público con la de un particular quizás sea tan inapropiado
como pretender que el terrorismo de Estado y el terrorismo a secas son
equivalentes.
3) Las denuncias de corrupción son una revancha porque afectamos grandes
intereses. Argumento también utilizado por la ex presidenta, da por cierto que el
kirchnerismo hizo una revolución a favor de los oprimidos y en contra de los
llamados grupos hegemónicos, algo que muchos especialistas no consiguieron
verificar. El problema principal de este argumento es que elude explicar cómo
fue que para apoyar su venganza los revanchistas hallaron tantos funcionarios
kirchneristas enriquecidos de manera ostensible, tantas irregularidades
administrativas y tantos jueces, fiscales y camaristas dispuestos a llevar
adelante voluminosas causas judiciales. Una variante de esta línea argumental
busca asimilar los infortunios de Dilma Rousseff y de Lula con los de Cristina Kirchner, quien sería así objeto de una persecución
de diseño regional, por cierto más lustrosa. No existen datos sobre la sincronización
de la movida, pero para una parte del imaginario colectivo es verosímil que los
grandes poderes imperiales tumben gobiernos para ellos indeseables. El detalle
es que a Cristina Kirchner no la tumbaron, su equiparación con Rousseff en ese
sentido es equívoca.
4) Los jueces inventan las causas mandados por la Casa Rosada. Debe admitirse que
en atención a la relación de las últimas décadas de la justicia federal con el
poder político de turno este es uno de los argumentos menos estrafalarios. Sin
embargo, por algo el kirchnerismo lo fue dejando de lado. Cuando Claudio Bonadio era el único que la perseguía penalmente en forma efectiva, Cristina
Kirchner podía decir que ese juez la odiaba, que seguía instrucciones de Macri
o ambas cosas a la vez. Pero hoy son demasiados los magistrados que la
procesaron o la imputaron como para sostener la teoría del solitario juez
malvado o del juez macrista. La denuncia de que todos los jueces y fiscales que
la persiguen están sometidos a la voluntad de un estratega oficial, en realidad
más una insinuación que una denuncia, no ha conseguido ofrecerse con un aspecto
consistente, más allá de que sea un secreto a gritos que la Justicia argentina
antes de meterse con funcionarios se asegura de que lleven el prefijo ex
adelante.
5) La teoría Ottavis: fuimos corruptos porque somos humanos. Convertido desde su
ingreso a la farándula en un diestro abastecedor del apetito mediático, Ottavis
acaba de satisfacer a la pléyade de cronistas republicanos que exigen a sus
interlocutores una autocrítica, especialmente cuando se trata de la corrupción.
Como con el kirchnerismo todo es posible, la absurda pretensión de que alguien
"se autocritique" la corrupción sucedió. "Hicimos muchas cosas
mal, fuimos corruptos, fuimos mentirosos, fuimos manipuladores, fuimos
interesados", dijo el diputado, quien ahorró los detalles. Tal vez para no
aburrir a la audiencia evitó mencionar qué, quién, cuándo, dónde y cómo. La
frase, si bien estruendosa, desaguó en una justificación. "No se puede
pensar que una cosa es la sociedad y otra los individuos (.) Un espacio
político está conformado por personas". Se trata de una versión tuneada de
"todos somos corruptos". Según Ottavis, los "espacios" son
corruptos porque las personas lo son. De la institucionalidad y del papel de
las instituciones fuertes para mitigar y controlar las debilidades humanas no
habló. Del papel del kirchnerismo en la degradación de las instituciones
tampoco. Ninguna reflexión sobre las condiciones favorables para que la
corrupción haga metástasis acompañó la "autocrítica".
6) Vallejos cruda: la corrupción kirchnerista, abducida. El debut de la
primera candidata a diputada no podía ser más auspicioso para sus competidores.
El primer día de campaña (de facto, porque legalmente la campaña no empezó)
Fernanda Vallejos no sólo dijo que la corrupción kirchnerista no existió, ya
que no se pudo probar nada, sino que defendió a Amado Boudou, una de las figuras del kirchnerismo que está más cerca de la cárcel.
Para que no quedasen dudas lo comparó con Yrigoyen y con Perón. Le aplicó la argumentación
2: lo persiguen por su heroica recuperación de los fondos de las AFJP. En
cuanto a la abducción de la corrupción kirchnerista, es cierto que la política
inexperta siguió la línea del documento de su líder, que mágicamente hizo
desaparecer la corrupción propia. Vallejos fue más allá, la negó en forma
taxativa, olvidando, tal vez, que por lo menos al bolsero José López Cristina
no lo llegó a reconocer como un perseguido político.
© La Nación
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