Por Guillermo Piro |
Es raro –en realidad es cada vez más raro– que alguien
reconozca haber cometido un error.
Reconocer los errores es difícil, requiere
tiempo y no siempre existe la conciencia de que haciéndolo se puede aprender
algo sobre uno mismo y sobre la vida en general.
Errar es humano dice la parte
más indulgente del famoso proverbio, y sin embargo, según un reciente artículo
aparecido en The Economist, en los últimos tiempos nuestra capacidad de admitir
un error empeoró, porque se multiplicaron las posibilidades de que ello
influencie en nuestro comportamiento, en nuestras convicciones y en el
comportamiento y las convicciones de los demás en relación a nosotros, aunque
los demás también se la pasen cometiendo errores.
The Economist (se dice así, porque es sabido que las notas
dce esa revista no llevan firma) cita un estudio de Roland Bénabou, de la
Universidad de Princeton (EE.UU.), y del Premio Nobel de Economía 2014 Jean
Tirole, de la Toulouse School of Economics (Francia), que está dedicado
justamente a nuestra capacidad de aprender de los errores. Según
Bénabou-Tirole, las conviciones pueden compararse con los bienes económicos:
cada individuo invierte tiempo y recursos para construirlas y por lo tanto les
atribuye un valor. Y dado que es algo propio, un valor alto, es decir más valor
del que realmente tienen. Algunas convicciones funcionan como los bienes de
consumo: más se acumulan, más se construye la propia identidad. Cuando entramos
en contacto con nueva información hay posibilidades de que ésta ponga en duda
nuestras convicciones, que tanto esfuerzo, tiempo y resursos nos costaron. Por
lo tanto somos menos proclives a aceptar la nueva información porque ésta viene
a descompaginar nuestras creencias. Es para evitar que una crisis así se
verifique que hay que reducir como sea el costo de reconocer un error.
Otro diario de economía, el Econ Journal Watch, abrió una
sección en la que se pide a los observadores económicos que cuenten sus
previsiones y declaraciones de las que en su vida profesional se arrepintieron.
Repetida con regularidad, se trata de una práctica que permite aprender a
reconocer los propios errores, atribuirles su justo peso y sobre todo verlos en
su totalidad, paso fundamental para llegar a modificar una convicción
equivocada. De todos modos, no todos los participantes de la iniciativa del
Econ Journal Watch actuan con honestidad: muchos, por ejemplo, tienden a
descargar parte de su responsabilidad en otros; otros, en cambio, se muestran
más abiertos y dispuestos a asumir sus responsabilidades.
El problema de fondo –y acá volvemos a The Economist– es que
en una realidad altamente polarizada, donde a menudo los hechos son secundarios
respecto a las convicciones, no siempre es ventajoso reconocer que uno se
equivocó. Un político que pide disculpas se expone a las críticas de la
oposición, que sólo está interesada en capitalizar políticamente el error de su
adversario y no entender que salió torcido y qué enseñanza se puede obtener de
ello. Lo mismo vale para los ambientes académicos, donde a menudo las teorías
más establecidas y compartidas son reacias a recibir nuevos puntos de vista,
incluso aquellos con más fundamentos. El riesgo es que las críticas desaparezcan
o se vuelvan cada vez más irrelevantes respecto a a las basadas en convicciones
equivocadas, cuya única fuerza radica en ser compartidas por muchas personas.
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