sábado, 10 de junio de 2017

RANDAZZO VS. CRISTINA / Hora de competir

A la batalla por el liderazgo del peronismo se suma la 
estrategia optimista del macrismo. Los problemas.

Por Roberto García
Cristina es Macri. Al menos el principiante Mauricio Macri que pugnaba por la Jefatura de Gobierno y, varios meses antes del desenlace triunfal, disponía –según las encuestas– de un sólido respaldo en la Capital. Pero insuficiente para ganar. Es que al mismo tiempo su fuerza política, denunciada como de derecha, se opacaba por una mayoritaria opinión negativa que los especialistas consideraban irreversible. No podía ganar nunca en una justa de blanco contra negro.

Si se compara con los guarismos actuales de la viuda de Kirchner en la provincia de Buenos Aires, la situación es semejante. No es casual inferir, entonces, que hoy la ex presidenta es igual al ingeniero de aquella época en términos electorales. Así, claro, lo entendía más de un observador. En particular, Néstor Kirchner, quien en una coloquial audiencia con este cronista –en la que participó como testigo y sosteniendo el mismo criterio el jefe de Gabinete Alberto Fernández– aseguraba la imposibilidad de la victoria por parte del jefe boquense. Recuerdo la frase: “Macri podrá ser un día presidente de la Nación, pero nunca jefe de Gobierno porque la mayor parte de los porteños no apoya su candidatura. Es una constante histórica de los sondeos de opinión”. Por supuesto, se equivocó en el primer vaticinio y no pudo presumir del segundo porque la muerte lo desalojó antes. Aunque esa consagración presidencial le hubiera provocado superior disgusto, al de su esposa inclusive, debido a que no toleraba la participación de un empresario rico en las lides políticas.

Otro testimonio de este aserto podría aportarlo Fernando Marín, hoy colaborador del Gobierno y ex titular de Racing, quien le propuso varias veces a Néstor en la platea del club que aceptara algún tipo de diálogo con Macri, invitación siempre despreciada con el justificativo de que “no me interesa este tipo que entra a la política por la ventana, con plata, esquivando la carrera previa de elegirse concejal, diputado o senador”.

Podría argüir a su favor Cristina esta anécdota y la comparación de las encuestas si finalmente, como se supone, se presenta el 22 de octubre como aspirante legislativa en el ámbito bonaerense. Con una ventaja adicional: no hay segunda vuelta en la Provincia y la vasta opinión negativa en su contra puede distribuirse en otras facciones políticas en una inicial votación, lo que le facilitaría puntear en los comicios si mantiene un núcleo duro de adhesiones.

De ahí también, a la inversa, la respuesta oficialista a su pretensión de que el frente que ella lidere aparezca lo más fraccionado posible, alentando propuestas como la de Florencio Randazzo y otras menores como la inminente de Aldo Rico. Se entiende el interés obvio de Cristina para enfrentar el submundo de divisiones y la exigencia a los intendentes que la promueven en que liquiden a Randazzo antes de las PASO.

Ha dicho, como un gesto de piadosa generosidad en el que pocos creen, “si yo soy capaz de arriesgarme” a competir en una batalla que no le corresponde a una ex mandataria, si les da el gusto de acompañarlos para que ganen en sus distritos y se conserve la unidad contra el ajuste, no entiende cómo ellos, que dominan la Provincia, son incapaces de apartar la postulación de Randazzo (tema que al parecer ahora deriva en vericuetos legales sobre la presentación de las listas, un engorro judicial sobre frentes y partidos). Incluso, hasta avanza un casillero más: ni siquiera se opone a que Randazzo integre su grupo, hasta puede ir de primer senador si lo desea (reservándose ella la primera diputación, ya que disfruta más de ese cuerpo que de la Cámara alta).

Advirtió que no tiene conflictos con Randazzo, que fue su ministro y que, si bien no ha sido un preferido, poco tiene para reprocharle. No lo considera un traidor, como es la típica descalificación que Perón utilizaba. Eso sí, la convalidación a Randazzo no implica aceptar otros personajes y gajos políticos a los que reprueba desde el alma. Léase Julián Domínguez y las organizaciones de Emilio Pérsico y el Chino Navarro, para ella demasiado pegados a la dadivosa acción social de la ministra Carolina Stanley.

Al margen de las explicaciones públicas sobre la falta de voluntad democrática para impedir la interna a Randazzo –sobre quien ya planean recuerdos del Citibank, sociedades en Oceanía, durmientes y empresas de alto desarrollo tecnológico como proveedoras–, fundadas en que si el Gobierno bloquea las PASO en su territorio, ¿por qué vamos a concederlas nosotros que tenemos menos plata? (tema de altísima delicadeza en la campaña para las organizaciones políticas, luego del blanqueo, para reunir fondos), el cristinismo también se entusiasma con otras confusiones. Imaginan arrancarle adhesiones a Sergio Massa, al que apartan de su cercanía por la tibieza en su relación con el Gobierno y a quien el Gobierno, al revés, ha congelado todo este año acusándolo de aprovechador, oportunista y demagogo por ofrecer costosas salidas fiscales para la crisis, como la prohibición de despedir gente o bajar el impuesto para los consumos básicos.

Al parecer, tanto Macri como Cristina comen del mismo plato, lo vacían, desean convertir la avenida del centro en un hilo dental. Además, para la oposición más extrema, ciertos acontecimientos en la calle incentivan su entusiasmo electoral: sea por necesidad, disgusto o conveniencia partidaria, se observa un crecimiento de protestas sociales y sindicales.

El último episodio de envergadura, ocurrido en el interior, alegra sus expectativas. Como se sabe, en la capital cordobesa, histórico punto de conflictos y rebeldías del país, se generaron paros y manifestaciones que dejaron a la ciudad sin transporte público por varios días, un panorama caótico. Nadie ignora la consigna derramada: “Nosotros lo pusimos, nosotros lo sacamos”, inspirada en el aporte determinante de votos que la provincia cedió para que Macri fuera presidente.

La fantasía es que hay en ciernes una ola quejosa para extenderse en todo el territorio, que se traducirá en voluntades a transferir en los comicios para el reciclaje de su experiencia política. Sueños de grandeza sobre la miseria ajena, nutridos en dramáticos índices de pobreza, que el Gobierno apenas si recuerda que fueron producidos en la administración Kirchner.

Como corresponde al juego, en la Casa Rosada también se transpira optimismo, quizás por la rima “baja la tensión, baja la inflación”, que este mes y el pasado se presenta auspicioso, en la seguridad de que habrán de vencer por no menos del 40%. En la provincia de Buenos Aires, donde Cristina se ha concentrado, suponen una diferencia a favor superior al 5%.

Bajo la alfombra. Palabras balsámicas en todos los frentes mientras prevalecen combustiones ardorosas, como las reyertas inconclusas con Elisa Carrió o el patético y limosnero reclamo de los radicales por óptimos lugares en las listas. O el de otros socios con el mismo espíritu, al extremo de que si uno mira la eventual nómina de diputados del oficialismo en Buenos Aires, el número de zapatos no encaja con las medidas de Cenicienta. Empezando con la realidad de que nadie escritura como propio al primer candidato, Facundo Manes (impulsado por la atención médica a un prohombre del PRO, dicen, como antes sirvió en esa misma función a Cristina y al intrincado cráneo de Duhalde), mientras se suman otros tres que demanda Carrió, un terceto adicional que ruega la UCR, uno del Momo Venegas (tal vez él mismo) y algún otro extra en danza, mientras María Eugenia Vidal todavía no insertó a ninguno, a pesar de que todos viven bajo sus faldas, y Macri ni siquiera se pronunció para ubicar a los suyos. Justo ellos, que son los dueños de la lapicera. Si es por la veleidad y la confianza de los participantes, la victoria oficial está asegurada a pesar de la batahola que dominó la noche de la presentación.

Otra zanahoria o señuelo que ofrece el Gobierno, si pasa con decoro el comicio, es la convocatoria a una suerte de mini pacto de gobernanza, como diría Duhalde. Vieja y tardía reminiscencia de La Moncloa y sus acuerdos, inevitable recurrencia de todos los gobiernos pasados.

En este caso, promete Macri a los empresarios una firma común para la reducción del déficit a través de leyes compartidas, el recorte preciso a la cantidad de ministerios que él mismo creó (bajarlos módicamente de 23 a 18, fusionar Trabajo con Producción, o Educación con Ciencia y Tecnología), propiciar una reforma tributaria que por ahora parece neutra según los primeros estudios, entre otros consuelos para la ortodoxia económica.

Hay gente que supone una mejora sensible con estos recortes graduales, incluso para ellos mismos, sobre todo una parte del peronismo en sus múltiples matices, gobernadores que ya se prueban el traje para compartir el poder con el Presidente: seguramente volverá una liga, como en otros tiempos, cuando hasta designaban ministros o vetaban a otros y seguros designados por el Congreso (no menos de dos) como ministros de la Corte Suprema para aumentar su número. Una fiesta que se costeará gratis.

Algunos ya levantan la mano para jurar por ese albur, de última la sociedad sabe que estos pactos son por el bien de todos. Seguramente. Porque si les va bien a ellos, nos va bien a nosotros. Felices los que creen sin haber visto.

© Perfil

0 comments :

Publicar un comentario