Por Guillermo Piro |
Cuando comienzan los títulos finales muchos se levantan y
salen del cine (o dan por terminada la película y oprimen el botón de stop: ése
soy yo), mientras que otros se quedan sentados esperando la escena extra. Los
títulos finales son una larga lista de nombres que explican quién hizo qué cosa
y qué canciones se escucharon, dónde se filmó y gracias a quién y que no se le
hizo daño a ningún animal.
Mekado Murphy, en un reciente artículo aparecido en
The New York Times, dice que a medida que pasa el tiempo las películas se
vuelven más complejas y más llenas de efectos especiales, y por lo tanto
trabaja en ellas más gente y por lo tanto los títulos finales son cada vez más
largos. El sitio IMDb –Internet Movie Data Base, el mejor lugar donde encontrar
cualquier tipo de información relacionada con películas– dice que hay más de
cincuenta films en los que al menos intervinieron 2 mil personas; en Iron Man 3
trabajaron 3.700 personas y veinticuatro empresas distintas de efectos
especiales.
Siempre me llamó la atención el carácter democrático del
mundo del cine, que se diferencia del carácter dictatorial del mundo de los
libros. A nadie hasta ahora se le ocurrió incluir en los libros una lista
completa de todos los que trabajaron para que fuera posible: traductor,
correctores, diseñadores, obreros gráficos, etc. Pero según declara Murphy, por
largos que sean los títulos finales no son lo suficientemente largos como para
hacer entrar todos los nombres de los que verdaderamente trabajaron en la
película. “Algunas personas que trabajan en el mundo del cine piensan que los
títulos finales no son lo suficientemente largos”.
Desde la invención del cine, con el paso de los años fue
aumentando el número de personas que trabajan en las películas y la insistencia
de sus sindicatos de que sus nombres sean mostrados. Al comienzo se trataba de
un problema de costos: cada minuto de más significaba más material sensible.
Hoy ese problema no existe, porque las películas son digitales, pero mucha
gente que trabaja en ellas no ve sus nombres al final. Aaron Estrada, que se
ocupa de efectos especiales y que trabajó para Sony Pictures Imageworks y
DreamWorks, le dijo al New York Times que su nombre no aparece en muchos films
en los que efectivamente trabajó. Y esto se debe a que la duración de los
títulos finales y la lista de los nombres que aparecen en ellos las decide la
producción. Muchas personas trabajan para empresas contratadas y la producción
de la película es la que decide libremente qué hacer con ellos –mejor dicho: no
con ellos sino con sus nombres.
Lo explica la abogada Ann Clark: “Si la productora de una
película recibe cien nombres de una empresa de efectos especiales puede
tranquilamente decir: ‘Son muchos, dame como máximo veinte’”. Por ejemplo,
Estrada dice que trabajó para El sorprendente Hombre Araña pero que le dijeron
que no había trabajado lo suficiente como para terminar en los títulos finales,
aunque él afirma que las cuatro escenas en las que intervino le ocuparon más de
un mes y medio de trabajo.
Como ocurre en tantos otros aspectos de la vida, según Clark
la cosa, a final de cuentas, depende de “cuántos grados de separación tiene el
trabajador con la persona ocupada de hacer los títulos finales”. Con todo lo
desolador que tiene una afirmación semejante sigo insistiendo en que se trata
de una costumbre que habría que trasladar a los libros: siempre es bueno saber
a quién echarle la culpa.
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