Por James Neilson |
Dicen que detrás de cada gran hombre hay una gran mujer.
Elisa “Lilita” Carrió coincidiría. Al darse cuenta de lo escasas que eran sus
propias posibilidades de ganar una elección presidencial, adoptó a un hombre
que a su juicio tenía las características necesarias para triunfar, Mauricio
Macri, y se puso a entrenarlo para que lograra derrotar al eventual sucesor de
Cristina como líder formal del populismo rencoroso.
No le fue tan difícil, ya
que el hándicap principal del, en aquel momento, jefe de Gobierno porteño era
su apellido. De todos modos, luego de perdonarle a su protegido el pecado de
ser hijo de un prócer multimillonario de la patria contratista, la diputada más
influyente del país se las arregló para reubicarlo en el mapa político,
moviéndolo desde la franja derechista que ocupaba merced a su progenitor hacia
el centro, para entonces ayudar, con la colaboración del radical Ernesto Sanz,
a crearle un vehículo político adecuado.
Fue una hazaña notable, pero Lilita aspira a más. Desde
inicios de la gestión de Macri, actúa como su superego, como su gurú moral. Lo
mismo que una madre tigresa china, quiere seguir defendiendo a su hijo adoptivo
de los peligrosos sujetos que en su opinión lo rodean; viejos amigos que supone
son coimeros, funcionarios de trayectoria que le parece demasiado sinuosa –un
contingente que se ve liderado actualmente por la subdirectora de la Agencia
Federal de Inteligencia (la ex ex SIDE), Silvia Majdalani–, el juez de la Corte
Suprema Ricardo Lorenzetti, Daniel Angelici y muchos otros.
Carrió dice creer que Majdalani, tal vez instigada por
macristas que temen que una vez más caiga en la tentación de dinamitar su
propia obra por no encontrarla a su altura, la está vigilando, pero hace poco
Gustavo Arribas, que manda en la AFI, logró persuadirla de que los espías no la
habían seguido hasta una confitería en la capital de Paraguay. Con todo, Carrió
ha hecho de la permanencia de Majdalani en la rocambolesca versión nacional de
la CIA un tema prioritario y es poco probable que descanse antes de recibir la
cabeza de la dama en una bandeja.
Para Lilita, el tan deseado alejamiento de Majdalani sería
sólo un comienzo. Tiene en la mira al presidente de la Corte Suprema, nada
menos. Cree que Lorenzetti es un delincuente que, además de enriquecerse
ilícitamente, espera aprovechar la próxima gran crisis política para mudarse a
la Casa Rosada. Para frustrarlo, la diputada ya ha presentado un pedido de
juicio político, pero no puede contar con el respaldo de los legisladores de
Cambiemos que no quieren participar de lo que sería tomado por un conflicto de
poderes del que el Gobierno saldría herido. A menos que, para la sorpresa
general, las pruebas proporcionadas por la diputada resultaran ser abrumadoras,
los más beneficiados serían los kirchneristas que tomarían cualquier
deficiencia en tal sentido por evidencia de que quien hace años denunciaba lo
que hacían Néstor Kirchner y su esposa es, como siempre han dicho, clínicamente
loca y por lo tanto debería ser internada en un manicomio.
Puede que en algunos casos las sospechas de Lilita se
justifiquen. Puede que en algunos se basen en nada más que prejuicios
personales. Lo único cierto es que, para Macri, tener que convivir amablemente
con una moralista implacable que ha asumido el papel de la conciencia viva de
la República y no titubea en criticarlo con su contundencia habitual, está
resultando cada vez más arduo. Toda vez que prende la tele, Macri teme verse
exhortado a elegir entre ella y un colaborador que cree valioso.
Por lo demás, sabe que, con elecciones difíciles
acercándose, no le convendría en absoluto romper con su aliada política más
combativa, sobre todo si Cristina se candidatea, pero también entenderá que no
sería de su interés permitirse dominar por una señora que en cualquier momento
podría someterle a un bombardeo mediático furibundo, acusándolo de no hacer lo
suficiente para limpiar el país de la mugre que han dejado generaciones de
corruptos.
Si Macri es un gradualista cuando de luchar contra enemigos
ancestrales como la inflación y la corrupción se trata, no es por vocación. Es
por necesidad. Para que la cultura cívica y económica que cree representar
mejor que nadie termine desplazando la tradicional, sería preciso que, además
de la mayoría de los políticos profesionales, el grueso del electorado lo haga
suyo. Sin embargo, a juzgar por las encuestas de opinión, una proporción
bastante alta de la ciudadanía aún confía en las viejas recetas clientelares y
cleptocráticas, razón por la que ha reaccionado con indiferencia frente a la
ordalía judicial por la que están pasando Cristina y sus cómplices más
notorios.
Es un dato alarmante. Hasta que una mayoría amplísima de la
población se haya convencido de que lo de la honestidad es algo más que una
fuente de consignas elitistas o, si se prefiere, burguesas, abundarán los
políticos que se sienten más que dispuestos a aprovechar el escepticismo
radical así reflejado. Si un político culpable de embolsar dinero ajeno tuviese
que cambiar de oficio, como sucede en algunos países anglosajones y
escandinavos, un operativo mani pulite criollo tendría el éxito asegurado, pero
aquí lo normal es que sólo los afiliados de partidos liberales menores den con
los huesos en la cárcel.
Hace más de un siglo, al hablar de política, el gran
pensador alemán Max Weber distinguió entre lo que llamaba “la ética de la
convicción” por un lado y la “de la responsabilidad” por el otro.
Carrió, y, de forma más flexible, su rival principal como
moralista en jefe, Margarita Stolbizer, propenden a subordinar cuanto pueden a
las convicciones sin preocuparse demasiado por las consecuencias. Por su parte,
el presidente Macri tiene forzosamente que privilegiar la ética de la
responsabilidad y procurar prever el impacto concreto de las medidas elegidas.
No puede aplicar con rigor ejemplar los principios que todos reivindican.
Mal que le pese, a Macri no le será dado fulminar a todas
las personas acusadas, con razón o sin ella, de conducta inapropiada según las
pautas severas de Carrió, hasta que la Justicia haya hecho su trabajo, lo que,
como sabemos, podría requerir mucho tiempo. Le ha servido de advertencia lo que
está sucediendo en Brasil, donde un esfuerzo tardío por echar a los corruptos
de la corporación política amenaza con depauperar a decenas de millones de
familias y, para más señas, con condenar a nuestro vecino a un futuro de
mediocridad caótica como, a lo sumo, una fuente de materias primas baratas para
China.
La situación en que se encuentra Macri dista de ser cómoda.
Tiene que intentar obligar a todos los funcionarios de su gobierno a respetar
las reglas y, en ocasiones, forzar a algunos a dar el consabido paso al costado
hasta que no quepan dudas acerca de ciertos hechos, pero sabrá que muchas
denuncias que se han formulado en su contra son falsas y que sería un error muy
grave tomarlas en serio, separando, aunque fuera pasajeramente, a los blancos
de ataques judiciales insidiosos. Un blanco de la artillería judicial K es la
mismísima Lilita.
De más está decir que a Macri no lo ayuda para nada el hecho
de que él mismo y muchos ministros hayan pasado décadas en el mundo a menudo
turbio de los negocios. Como le recordó el asunto de los papeles de Panamá,
para sus enemigos es maravillosamente fácil hallar evidencia cuantiosa de
operaciones que, desde el punto de vista de los persuadidos de que virtualmente
todos los empresarios son ladrones natos, fueron ilegítimas aun cuando no hayan
supuesto la violación de ley alguna. Puesto que muchos dirigentes se sienten
molestos por la presencia en el gobierno de docenas de intrusos procedentes del
sector privado, de ahí las alusiones ácidas que se hacen oír al “gobierno de
los CEO” que supuestamente favorecen a los ricos y desprecian a los pobres,
quienes se han limitado a militar en política continuarán sacando el máximo
provecho del origen a su parecer cuestionable de tantos macristas.
Si bien no existen motivos para suponer que los macristas
sean tan asombrosamente corruptos como resultaron ser los kirchneristas, son
muchos los que suponen que, en el fondo, todos son iguales, y que por lo tanto
la investigación de las fechorías perpetradas por Cristina y sus laderos se
debe a motivos políticos. Aunque Lilita no es partidaria de la idea de que
Macri y sus colaboradores se asemejen a Cristina y los suyos, sin proponérselo
está contribuyendo a difundir la sensación de que realmente es así entre
millones de individuos que no están en condiciones de mantenerse informados
acerca de los detalles pertinentes y que, a pesar de todo lo ocurrido en los
años últimos, siguen confiando en la presunta buena voluntad de la ex
presidenta como si fuera meramente anecdótica la acumulación de vaya a saber
cuántos millones de dólares. Lo único que entienden estos productos del sistema
educativo nacional es que integrantes del gobierno de Macri han sido acusados
de cometer actos de corrupción, lo que para ellos es más que suficiente como
para permitirles negarse a prestar atención a la lluvia de denuncias que sigue
cayendo sobre la cabeza de Cristina.
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