domingo, 4 de junio de 2017

Mauricio Macri y Lilita Carrió: los peligros del choque de éticas

Por James Neilson
Dicen que detrás de cada gran hombre hay una gran mujer. Elisa “Lilita” Carrió coincidiría. Al darse cuenta de lo escasas que eran sus propias posibilidades de ganar una elección presidencial, adoptó a un hombre que a su juicio tenía las características necesarias para triunfar, Mauricio Macri, y se puso a entrenarlo para que lograra derrotar al eventual sucesor de Cristina como líder formal del populismo rencoroso. 

No le fue tan difícil, ya que el hándicap principal del, en aquel momento, jefe de Gobierno porteño era su apellido. De todos modos, luego de perdonarle a su protegido el pecado de ser hijo de un prócer multimillonario de la patria contratista, la diputada más influyente del país se las arregló para reubicarlo en el mapa político, moviéndolo desde la franja derechista que ocupaba merced a su progenitor hacia el centro, para entonces ayudar, con la colaboración del radical Ernesto Sanz, a crearle un vehículo político adecuado.

Fue una hazaña notable, pero Lilita aspira a más. Desde inicios de la gestión de Macri, actúa como su superego, como su gurú moral. Lo mismo que una madre tigresa china, quiere seguir defendiendo a su hijo adoptivo de los peligrosos sujetos que en su opinión lo rodean; viejos amigos que supone son coimeros, funcionarios de trayectoria que le parece demasiado sinuosa –un contingente que se ve liderado actualmente por la subdirectora de la Agencia Federal de Inteligencia (la ex ex SIDE), Silvia Majdalani–, el juez de la Corte Suprema Ricardo Lorenzetti, Daniel Angelici y muchos otros.

Carrió dice creer que Majdalani, tal vez instigada por macristas que temen que una vez más caiga en la tentación de dinamitar su propia obra por no encontrarla a su altura, la está vigilando, pero hace poco Gustavo Arribas, que manda en la AFI, logró persuadirla de que los espías no la habían seguido hasta una confitería en la capital de Paraguay. Con todo, Carrió ha hecho de la permanencia de Majdalani en la rocambolesca versión nacional de la CIA un tema prioritario y es poco probable que descanse antes de recibir la cabeza de la dama en una bandeja.

Para Lilita, el tan deseado alejamiento de Majdalani sería sólo un comienzo. Tiene en la mira al presidente de la Corte Suprema, nada menos. Cree que Lorenzetti es un delincuente que, además de enriquecerse ilícitamente, espera aprovechar la próxima gran crisis política para mudarse a la Casa Rosada. Para frustrarlo, la diputada ya ha presentado un pedido de juicio político, pero no puede contar con el respaldo de los legisladores de Cambiemos que no quieren participar de lo que sería tomado por un conflicto de poderes del que el Gobierno saldría herido. A menos que, para la sorpresa general, las pruebas proporcionadas por la diputada resultaran ser abrumadoras, los más beneficiados serían los kirchneristas que tomarían cualquier deficiencia en tal sentido por evidencia de que quien hace años denunciaba lo que hacían Néstor Kirchner y su esposa es, como siempre han dicho, clínicamente loca y por lo tanto debería ser internada en un manicomio.

Puede que en algunos casos las sospechas de Lilita se justifiquen. Puede que en algunos se basen en nada más que prejuicios personales. Lo único cierto es que, para Macri, tener que convivir amablemente con una moralista implacable que ha asumido el papel de la conciencia viva de la República y no titubea en criticarlo con su contundencia habitual, está resultando cada vez más arduo. Toda vez que prende la tele, Macri teme verse exhortado a elegir entre ella y un colaborador que cree valioso.

Por lo demás, sabe que, con elecciones difíciles acercándose, no le convendría en absoluto romper con su aliada política más combativa, sobre todo si Cristina se candidatea, pero también entenderá que no sería de su interés permitirse dominar por una señora que en cualquier momento podría someterle a un bombardeo mediático furibundo, acusándolo de no hacer lo suficiente para limpiar el país de la mugre que han dejado generaciones de corruptos.

Si Macri es un gradualista cuando de luchar contra enemigos ancestrales como la inflación y la corrupción se trata, no es por vocación. Es por necesidad. Para que la cultura cívica y económica que cree representar mejor que nadie termine desplazando la tradicional, sería preciso que, además de la mayoría de los políticos profesionales, el grueso del electorado lo haga suyo. Sin embargo, a juzgar por las encuestas de opinión, una proporción bastante alta de la ciudadanía aún confía en las viejas recetas clientelares y cleptocráticas, razón por la que ha reaccionado con indiferencia frente a la ordalía judicial por la que están pasando Cristina y sus cómplices más notorios.

Es un dato alarmante. Hasta que una mayoría amplísima de la población se haya convencido de que lo de la honestidad es algo más que una fuente de consignas elitistas o, si se prefiere, burguesas, abundarán los políticos que se sienten más que dispuestos a aprovechar el escepticismo radical así reflejado. Si un político culpable de embolsar dinero ajeno tuviese que cambiar de oficio, como sucede en algunos países anglosajones y escandinavos, un operativo mani pulite criollo tendría el éxito asegurado, pero aquí lo normal es que sólo los afiliados de partidos liberales menores den con los huesos en la cárcel.

Hace más de un siglo, al hablar de política, el gran pensador alemán Max Weber distinguió entre lo que llamaba “la ética de la convicción” por un lado y la “de la responsabilidad” por el otro.

Carrió, y, de forma más flexible, su rival principal como moralista en jefe, Margarita Stolbizer, propenden a subordinar cuanto pueden a las convicciones sin preocuparse demasiado por las consecuencias. Por su parte, el presidente Macri tiene forzosamente que privilegiar la ética de la responsabilidad y procurar prever el impacto concreto de las medidas elegidas. No puede aplicar con rigor ejemplar los principios que todos reivindican.

Mal que le pese, a Macri no le será dado fulminar a todas las personas acusadas, con razón o sin ella, de conducta inapropiada según las pautas severas de Carrió, hasta que la Justicia haya hecho su trabajo, lo que, como sabemos, podría requerir mucho tiempo. Le ha servido de advertencia lo que está sucediendo en Brasil, donde un esfuerzo tardío por echar a los corruptos de la corporación política amenaza con depauperar a decenas de millones de familias y, para más señas, con condenar a nuestro vecino a un futuro de mediocridad caótica como, a lo sumo, una fuente de materias primas baratas para China.

La situación en que se encuentra Macri dista de ser cómoda. Tiene que intentar obligar a todos los funcionarios de su gobierno a respetar las reglas y, en ocasiones, forzar a algunos a dar el consabido paso al costado hasta que no quepan dudas acerca de ciertos hechos, pero sabrá que muchas denuncias que se han formulado en su contra son falsas y que sería un error muy grave tomarlas en serio, separando, aunque fuera pasajeramente, a los blancos de ataques judiciales insidiosos. Un blanco de la artillería judicial K es la mismísima Lilita.

De más está decir que a Macri no lo ayuda para nada el hecho de que él mismo y muchos ministros hayan pasado décadas en el mundo a menudo turbio de los negocios. Como le recordó el asunto de los papeles de Panamá, para sus enemigos es maravillosamente fácil hallar evidencia cuantiosa de operaciones que, desde el punto de vista de los persuadidos de que virtualmente todos los empresarios son ladrones natos, fueron ilegítimas aun cuando no hayan supuesto la violación de ley alguna. Puesto que muchos dirigentes se sienten molestos por la presencia en el gobierno de docenas de intrusos procedentes del sector privado, de ahí las alusiones ácidas que se hacen oír al “gobierno de los CEO” que supuestamente favorecen a los ricos y desprecian a los pobres, quienes se han limitado a militar en política continuarán sacando el máximo provecho del origen a su parecer cuestionable de tantos macristas.

Si bien no existen motivos para suponer que los macristas sean tan asombrosamente corruptos como resultaron ser los kirchneristas, son muchos los que suponen que, en el fondo, todos son iguales, y que por lo tanto la investigación de las fechorías perpetradas por Cristina y sus laderos se debe a motivos políticos. Aunque Lilita no es partidaria de la idea de que Macri y sus colaboradores se asemejen a Cristina y los suyos, sin proponérselo está contribuyendo a difundir la sensación de que realmente es así entre millones de individuos que no están en condiciones de mantenerse informados acerca de los detalles pertinentes y que, a pesar de todo lo ocurrido en los años últimos, siguen confiando en la presunta buena voluntad de la ex presidenta como si fuera meramente anecdótica la acumulación de vaya a saber cuántos millones de dólares. Lo único que entienden estos productos del sistema educativo nacional es que integrantes del gobierno de Macri han sido acusados de cometer actos de corrupción, lo que para ellos es más que suficiente como para permitirles negarse a prestar atención a la lluvia de denuncias que sigue cayendo sobre la cabeza de Cristina.

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