Por Gustavo González |
En esta época del año, los peronistas se encuentran en plena
etapa de reproducción. La ciencia demostró que este comportamiento no guarda
relación con los primeros fríos invernales, sino con la excitación que les
produce el ciclo bianual de las elecciones. En eso el General tenía razón,
constituyen un tipo similar a los felinos: parece que se están peleando cuando
se los oye gritar, pero en realidad hacen lo que deben para preservar la
especie.
El Ser peronista es una incógnita para el mundo y para los
propios argentinos. El justicialismo es la mayor fuerza política desde hace
setenta años. Llegó a la Casa Rosada en 1946 sin saber que era peronista, con
la inspiración de un militar surgido de un golpe. Se convirtió en partido en el
poder, en medio de la posguerra, de un gobierno con abundantes recursos
económicos y un Estado de bienestar que dio futuro a los más humildes y el voto
a las mujeres.
Desde entonces, representó la alianza socioeconómica entre
la mayoría de la clase trabajadora y sectores altos de la sociedad
(industriales, agropecuarios o financieros, según el momento histórico), a la
cual se sumaron espasmódicamente estratos medios, como cierta pequeña burguesía
durante los años 70 o el kirchnerismo.
Soportó persecuciones, golpes militares, mudanzas
ideológicas y fracasos de gestión. Cuenta en su haber con un presidente
exiliado (Perón), otro preso (Menem) y una multiprocesada (Cristina). Ganó
infinidad de elecciones y perdió tres para presidente (contra Alfonsín, De la
Rúa y Macri). Ahora es oposición, un estadio que suele estresar y angustiar a
los peronistas.
El eterno retorno. Si no fuera porque el peronismo es de por
sí cinematográfico, la escena de la última semana habría llamado más la
atención: un peronista como Alberto Fernández en conferencia presentando los
avales de un candidato peronista como Florencio Randazzo para competir en
territorio bonaerense contra una peronista como Cristina Kirchner y otro
peronista como Sergio Massa, con quien hasta hace poco Fernández hacía campaña.
Estamos tan anestesiados de peronismo que quizá se pasen por
alto detalles que a un extranjero le sonarían increíbles. Como que todos ellos
formaron parte del mismo gobierno, un kirchnerismo al que defendieron con uñas
afiladas.
Alberto F. es el vértice perfecto de esta extraña diáspora.
Fue jefe de Gabinete de los dos Kirchner. Lo fue cuando Cristina era
presidenta, Randazzo ministro y Massa titular de la Anses. El propio Massa
luego sucedió a Alberto F. en el cargo.
Una presidenta, dos jefes de ministros, un ministro de
Interior que luego sumó Transporte. No eran personajes secundarios. Fueron
parte esencial del fenómeno K y responsables, necesariamente, de sus éxitos y
desbandes. Lo fueron por los altos cargos que ocuparon, pero también por el
grado de exposición mediática que tuvieron y por la vehemencia con la que
defendieron a esos gobiernos. Una vehemencia que en algunos casos alcanzó un
peligroso nivel de agresividad con quienes pensaban distinto.
Mientras estuvieron unidos en el poder nunca se los escuchó
críticos. Ninguno denunció casos de corrupción, no vieron algo sospechoso, una
comisión en una obra pública, un bolso con pesos, un Jaime, Cristóbal, Lázaro,
ni un José López. Fueron furibundos defensores cuando medios como este diario o
la revista Noticias denunciaban lo que en la actualidad todos dan por cierto,
incluso ellos, incluso Cristina en el caso de López.
El escritor Dalmiro Sáenz (“un peronista desde la razón, no
desde el corazón”, se definía) describía al peronismo como intrínsecamente
traidor. Lo decía como elogio, como parte de la evolución de esa especie.
Alberto F., por ejemplo, estaría guiado por ese gen. Cuando
se fue del gobierno se convirtió en un duro opositor. Luego se alió con Massa
(quien también se convirtió en un duro opositor) y más recientemente con
Randazzo (otro nuevo duro opositor), a quien fantasea unir con Massa. Algunos
kirchneristas aseguran que también quisiera unirlos a ellos, y que todo vuelva
a ser como antes, sin rencores ni facturas.
El cristinismo no ve mal esa idea, pero la considera difícil
de digerir para los propios Massa y Randazzo tras los esfuerzos por separarse
de su ex jefa. Tampoco ellos aceptarían una alianza: el primero ya avanzó
demasiado en su armado con Stolbizer y el segundo entiende que perdería la
diferenciación que logró como el único que se atreve a competir con Cristina en
las PASO.
60% peronismo. Hay cuatro encuestadores que ya sondean
resultados provinciales (M&F, González-Valladares, Analogías y Haime).
Según ellos, la diáspora K conseguiría un 60% de votos. En algunas encuestas
gana Massa, en otras Cristina. Randazzo obtendría entre 5 y 10%. Ninguna de las
cuatro da ganador a los eventuales postulantes oficialistas (Esteban Bullrich y
Gladys González).
Sea el 60%, o puntos más o menos, la cifra impacta si se ve
como lo que es: la suma de candidatos surgidos del boom kirchnerista. La imagen
de aquellas gestiones hoy no parece la mejor, según los propios encuestadores.
Tampoco lo es la imagen que reflejan a diario la mayoría de los medios.
Es cierto que los peronistas son expertos en el arte de la
reproducción y en cambiar de piel para parecer otros, pero también es cierto
que tras dos gestiones K, en 2011, un 54% de la sociedad vio aspectos buenos en
Cristina para votar un tercer mandato kirchnerista. Algo hay en la forma de
gestión del peronismo, en su relato, en sus resultados, que hace que el contrarrelato
del latrocinio estructural y de la ineficacia económica no terminen de cuajar a
fondo en grandes sectores sociales.
Eso parece tan así, como que hay otro amplio porcentaje de
argentinos (¿el restante 40%?) que, incluso más allá de los Kirchner –aunque
especialmente a partir de ellos– siente un rechazo atávico hacia el voto
peronista. Estos son los que le interesan al Gobierno.
La mesa chica macrista cree que ese 60% peronista puede
decir mucho sobre la sociedad, pero en cuanto a esta elección clave, lo que le
importa no es la suma total, sino la dispersión. Estiman/desean que CFK no
compita con Randazzo en las PASO, y que vayan con dos fórmulas distintas (o
sea, uno de ellos por fuera del PJ): “Randazzo le sacaría votos a Cristina y
Massa más a Cristina que a nosotros”, se ilusionan.
Señalan que es prematuro hablar de intención de voto, por
eso sus investigaciones todavía se centran en sondear las imágenes de los
potenciales candidatos, propios y ajenos. Con todo, los encuestadores oficiales
afirman que Cambiemos aparece por arriba de Cristina, y Cristina por arriba del
resto: “Lo único que nos complicaría –sostiene uno de los ideólogos de la
campaña– sería que Cristina vaya presa. Con ella en prisión, sería más difícil
ganar”.
La escuela duranbarbista sostiene que la influencia de las
ideologías y de los partidos argentinos desapareció. Y que sólo una pequeña
proporción aún se reconoce peronista. Por las dudas, Macri no deja de mencionar
a Perón cada vez que puede. Esta semana lo trató de “sabio” y hasta se mostró
compungido con su muerte: “Tuvimos mala suerte con su salud”.
Setenta años después, algunos pueden decir que los
peronistas ya no existen. Pero que los hay los hay.
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