Por Marcos Novaro
La pregunta sigue estando en el aire: ¿Macri necesita a
Cristina tanto como se dice o le conviene que pase a retiro para que surja un
peronismo que espante menos a los inversores; que le permita, para empezar, que
la Argentina deje de ser considerada una economía impredecible?
¿Puede esperar
de este "nuevo" peronismo gestos más republicanos y colaborativos o
debería temer que sea más competitivo y por tanto para él más amenazador que el
parcialmente kirchnerizado y cada vez más fragmentado de la actualidad? Parecen
ser preguntas por ahora sin respuesta, o mejor dicho, sobre las que el gobierno
no tiene posición definitiva: a veces piensa una cosa, y otras veces otra.
A esto se suma otra cuestión más inmediata: ¿es de esperar
que la renovación peronista se bloquee o acelere después de octubre? El
gobernador Schiaretti se prepara para acelerar, encabezando una nueva liga de
gobernadores. Cristina para quitarle todos los votos posibles. Como sea, es
seguro que esta vez el PJ deberá esperar para dejar atrás los lastres de su
pasado mucho más que en 2001-03, cuando le dieron flor de ayuda De la Rúa y la
crisis. Y puede incluso que la espera sea bastante más larga que en 1983-85,
cuando surgieron casi enseguida de la derrota electoral líderes de alcance nacional
dispuestos a correr riesgos para cambiar. Entonces, la pesada herencia de la
ortodoxia y la radicalización había ya quedado bastante distante en el tiempo,
gracias a la mucho más pesada herencia militar.
Para el actual oficialismo esta es una cuestión decisiva
porque de ese tiempo depende en gran medida el suyo propio: que él consolide o
no su preeminencia, en una etapa signada por la escasez de recursos y
resultados económicos, dependerá de la gravedad y extensión de los problemas
que enfrente la oposición. Como por ahora esos problemas abundan, la política
lo ayuda más que la economía. Aunque eso no quiere decir que siga siendo así en
adelante. Ni mucho menos que las próximas elecciones, como a veces se piensa,
las pueda ganar hablando de política y olvidando la economía.
Pero volvamos al peronismo. Si el obstáculo para que la
renovación avance lo encarnan Cristina y sus radicalizados amigos, lo que gana
el gobierno al competir contra esa irresponsable encarnación del pasado, ¿no lo
pierde en términos de persistencia de la amenaza populista, falta de moderación
y colaboración? Claro que el problema es mucho más amplio. Para empezar, porque
la resiliencia de ese polo de oposición dura tiene motivos por completo ajenos
a lo que haga o prefiera el gobierno. La falta de líderes alternativos de
alcance nacional es la principal explicación de las dificultades que han venido
enfrentando los promotores de la reinvención peronista. Dentro de lo cual hay
que explicar por qué Massa no cuenta para la mayoría de ellos, y cumple una
función incluso negativa para sus necesidades.
En parte se debe a rasgos del propio Massa, a su escasa
confiabilidad, pero también a que se fue demasiado pronto y demasiado lejos: se
llevó consigo en 2013 a los más dispuestos a renovarse que había en el PJ
bonaerense, y en otros distritos, quitándole ese empuje a los que quisieron
emprender ese camino en 2015; y encima se mostró desde un principio demasiado
indiferente tanto al pejotismo como a los "logros históricos" del
kirchnerismo, debilitando sus chances de proyectar en la cabeza de la familia
peronista una futura vía de reconciliación.
Dicho esto, ¿la salida de Cristina del PJ y su candidatura
pueden jugar un papel inverso, al acelerar su despedida? ¿No es acaso como si a
Cafiero se le hubiera ofrecido la posibilidad de competir en 1985 no sólo con
Lorenzo Miguel y Herminio Iglesias, sino con la mismísima Isabel? Como sucede
ahora con Cristina, no hubiera tenido necesidad de ganarle, bastaba con mostrar
que ella ya no podía ganar.
Algo de esto están pensando Schiaretti, Pichetto, Duhalde y
Urtubey. De allí su apresurado interés en ayudar a Randazzo, rodearlo para que
no se desanime, brindarle apoyos y avales, lo que sea para que haga un papel
digno en agosto y octubre.
Con la voltereta de
Cristina, entonces, habría vuelto a tensionarse el dilema irresuelto de la
relación entre Macri y el peronismo. Por lo que se entiende que lo que por un
lado beneficia al presidente, la posibilidad de ganar por amplio margen en la
provincia, por otro pueda perjudicarlo. Que la derrota de Cristina signifique
su definitiva marginación y la aceleración del recambio opositor de liderazgos
y políticas.
¿Hay una solución
ideal "intermedia"?
¿Lo mejor para el gobierno sería ganar pero que Cristina no
quede fuera de juego, sea electa y con la diferencia que obtenga frente al PJ
escarmiente a los renovadores? Depende. Una derrota por amplio margen de la ex
presidenta, más todavía su fracaso en llegar al Senado, implicaría el
descrédito total de sus ideas, el populismo radicalizado quedaría deslegitimado
y por tanto la moderación y con ella la disposición a colaborar podrían crecer.
En cambio un Senado con Cristina, y con una Cristina que le
peleó dignamente la elección al gobierno, aunque ella logre reunir en torno
suyo a sólo seis o siete senadores leales, sería menos colaborativo.
Ocasionalmente ese polo podría volverse instrumento de los demás peronismos
para elevar su precio en las negociaciones con el Ejecutivo. Así, de vuelta,
las ventajas que Cambiemos consiga de la supervivencia de Cristina con vistas a
2019 seguirían compensándose con costos mayores en las negociaciones
legislativas, y eventuales disgustos por proyectos de ley rupturistas e
irresponsables que la oposición haga avanzar, aunque más no sea para mantener a
la defensiva y dispuesto a abrir la billetera al oficialismo.
Todo eso puede ser cierto. Aunque también puede verse la
actual situación y las perspectivas que abre de otro modo: como un arco de
posibilidades que seguirá disponible para que el macrismo no conteste la
pregunta sobre el peronismo, y haga con él lo que éste siempre hizo tan bien
con los demás, surfear la ola y dar respuestas contradictorias caso por caso,
según quién pregunte y qué ande necesitando. Porque lo que sucede, en pocas
palabras, es que no hay un sólo resultado ideal para el oficialismo, él gana si
Cristina entra, gana si queda afuera, y gana tanto si sigue siendo un factor de
poder en el peronismo como si hace mutis por el foro. El asunto es si sabrá
adecuar sus pasos a cuál de esas posibilidades se verifique y, hacia delante,
si adoptar algo de la astucia peronista no será demasiado exigente para un
gobierno que además de muñequear en la coyuntura necesita empezar políticas de
largo plazo.
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