Por Daniel Muchnik
Según el Centro de Opinión Pública de la Universidad de
Belgrano el 22% (sobre 650 interrogados, hombres y mujeres) del universo
especialmente encuestado opina que los escraches ‘al
presidente Macri o a sus funcionarios’ en
distintos actos son espontáneos. Pero un 50% sostiene que son reacciones
organizadas. Entre estos últimos, el 68% entiende que emprenden sectores afines
al kirchnerismo.
El ‘escrache’
amerita un análisis político
a fondo. Es lógico que ciertos sectores que se
consideren excluidos protesten y hagan llegar sus quejas. Pero todo depende de
cómo lo hacen. El ‘escrache’
oportunista de unos pocos sobre otros pocos, que están
relativamente desprotegidos es un envalentonamiento cobarde. Es una acción violenta y salida de cauce.
Al ser así la expresión que trasmiten es de cobardía o de
humillación patoteril que se asemeja a las movidas de los fascistas en los
tiempos en que Mussolini no quería opositores. Otra variante era utilizar
aceite de ricino para acallar definitivamente al disidente. Luego usaron el
mismo método ciego y después masificado los nazis, rompiéndoles las vidrieras a
los comerciantes judíos de un barrio céntrico de las principales ciudades
alemanas o humillándolos haciéndoles lavar, arrodillados, las calles o las veredas.
El ‘escrache’ es
un comienzo. Y se puede salir de ‘madre’, según las oportunidades, pasando a
una etapa de agresión física
personal. Muchos contra uno. O muchísimos
contra unos pocos. Guiados por jefes con mañas
de barrabravas. Ya la adoptaron como moda los grupos kirchneristas, ahora en la
oposición, que han demonizado cualquier movida del macrismo.
En la Argentina las pusieron de moda los militantes de HIJOS
que procuraban denunciar a los represores de la Dictadura liberados por el
famoso indulto que firmó Carlos Menem en su primer gobierno. Después siguieron
las movidas personalizadas. Unos muchachones lo hicieron tropezar a Roberto T.
Alemann, ex-ministro de Economía, hombre cargado en años, tumbándolo en una
cuadra de la Diagonal Norte, próxima a Plaza de Mayo. Es tan sólo un ejemplo.
Hubo otros, de distinto tipo y perfil. Por ejemplo ‘escraches’ contra paredes o domicilios, volanteadas, guardias
permanentes en las puertas de las casas.
La sociedad argentina tiene/tuvo motivos para la protesta,
algunas pacíficas como los cacelorazos o el homenaje ante la muerte del fiscal
Nisman, muchas de las cuales fueron olvidadas por el poder. Pero hubo otras con
alto índice de agresión donde los participantes rompieron todo lo que
encontraron a su paso.
Se puede decir que el pueblo no tiene demasiadas maneras de
hacer llegar sus petitorios y reclamos a los centros de decisión del poder. Esa
es una grieta importante en el sistema democrático. Se debe procurar cerrarla
cuanto antes. Desde ‘arriba’ no
se los escucha, o se demora en tener en cuenta la disconformidad con conductas
de sordera peligrosa. Ello genera desesperación, que es ciega y atropellada.
Habrá que crear nuevos canales de recepción, nuevas formas, nuevas
posibilidades para acercarse a las necesidades de vastos sectores. Mucho más
ahora donde los índices de pobreza, de desocupación, de exclusión en sus
complejas variantes han crecido y apabullan. Pero hacerlo con violencia en
patota no sirve, se frustra.
Por supuesto que en este amplio campo, desde hace años el
espacio público fue copado por las quejas de 10 o 50 personas que cortaron
calles y avenidas, sin respuesta del Estado para poner equilibrios entre los
que necesitan imperiosamente movilizarse y los que buscan llamar la atención
con sus reclamos. Ya se hizo costumbre el abuso. Y también se fueron amoldando
automovilistas, taximetristas y colectiveros. Una forma de degradación.
La crisis de fines del 2001, comienzos del 2002 se llevó un
montón de víctimas, sometidas a alta presión por los hechos económicos.
Salieron con furor a pedir respuestas al poder. Y lo hicieron espontáneamente,
sin guías ni tutores, ni banderas, ni caciques. Desde los despachos
ministeriales respondieron con una fuerza ciega, miedosa y aturdida. Los
funcionarios que dieron la orden de represión han debido pasar ante la
justicia.
La ‘patente’
del escrache que no paga derechos de autor, ya fue usada en otros países latinoamericanos como en Chile y en Perú, y también en
Europa, en España específicamente
cuando se desató la crisis financiera y económica
del 2008, aunque acotada. Porque en España las manifestaciones de protesta son,
en su mayoría, pacíficas y organizadas.
De esas protestas emergió un movimiento político nuevo en el
escenario político ibérico: Podemos, que tiene todos los defectos populistas
que en la Argentina ya se conocen. No solo eso. Podemos ha recibido sin
ocultamientos asesoramiento de intelectuales cristinistas y fondos importantes
provenientes de la Venezuela chavista.
En una Argentina donde se fueron superponiendo decenas de
idiomas inmigratorios más un lenguaje carcelario y marginal más dichos y giros
provincianos el término ‘escrache’ no
ha surgido en vano. En piamontés, de la
región nórdica
italiana ‘scracé’ es
‘escupir’.
En ligur, en la misma península tiene el mismo significado. En Toscana la
pronunciación es semejante o paralela a la que utiliza en la Argentina ‘scaracchiare’ o ‘scarachio’.
En el léxico barrial de hace años del escrache nadie podía
escapar, sean civiles los perseguidores o policías. Había que evitarlo si
alguien había cometido un pecado chico o grande.
0 comments :
Publicar un comentario