Por Javier Calvo
La pista la había dado hace unas semanas en la amable
tertulia con aparente formato periodístico por C5N, en lo que sería el inicio
de su campaña: un buen político hace lo que debe, no lo que quiere, dijo Ella.
No es su voluntad. Su deseo. Su nostalgia. No. Es lo que hay que hacer.
Ese relato conceptual vendría a sustentar la decisión de
Cristina Fernández de Kirchner de presentarse como candidata legislativa a sólo
un año y medio de dejar la Presidencia, tras ocho años de gestión y cuatro más
de influencer de su marido. No es que ella quiere. Es lo que se debe hacer. Lo
que la hora impone. Y la obligación se sostiene con un objetivo. Noble, por
supuesto. Se debe frenar a este gobierno, que inició un camino antipopular. El
círculo discursivo binario cierra redondo y justifica todo.
Un sector no menor de la población, de la provincia de
Buenos Aires y del país, es más que permeable a este tipo de discurso, de
acuerdo con lo que expresan estudios serios de opinión pública (pocos, pero
hay). Pesan en ello desde razones ideológicas y culturales hasta vivencias
personales.
Se evitan aquí valoraciones, para intentar centrarse en
hechos indesmentibles. Desde el retorno de la democracia, la pendular sociedad
argentina ha pasado casi de manera constante de un extremo al otro de la oferta
electoral. De Alfonsín a Menem, reelección, De la Rúa, helicóptero y
presidencias provisionales, Kirchner, Cristina, Macri. En el medio de ese
trayecto, comicios legislativos con éxitos tan fulgurantes como efímeros.
Por un lado, este breve repaso realza uno de los costados
cruciales de la decisión de Fernández de Kirchner de presentarse como
candidata. Ninguno de los que la precedieron en la jefatura del Estado pudo
exponerse a una elección, inmediatamente luego de finalizar sus mandatos,
porque la abrumadora mayoría del electorado huía espantado. No pareciera ser el
caso de CFK, pese a que mantiene altos niveles de rechazo.
Pero, además, el mencionado derrotero democrático expone con
crueldad que los vaivenes de nuestra sociedad a la hora de votar no saben de
lógicas ni coherencias. Los mismos que un día te firman un cheque en blanco al
otro día te dejan sin nada.
Convendría no sólo que Cristina tomara nota de esos humores
tan cambiantes, como su impostada puesta de escena en el acto del martes 20 de
junio parecería indicarlo. También que lo registre el Gobierno, demasiado
optimista en nombre de que la ciudadanía no desea una vuelta al pasado. Nuestra
historia reciente y no tanto desnuda que nunca se puede estar seguro de ello.
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