Macri entrega a su
consultor electoral la definición
del rumbo del gobierno.
Por Ignacio Fidanza |
Entre todas las excentricidades que la política argentina
ofrece, acaba de sumar una muy particular: la consolidación de un consultor
electoral, como guía estratégica del Gobierno, con su ineludible impacto en los
asuntos del país. El ecuatoriano Jaime Durán Barba encadenó esta semana una
sucesión de entrevistas en los medios, en las que mezcló de manera desfachatada
la promoción de su nuevo libro, con opiniones tajantes sobre lo que debería
hacer o dejar de hacer su principal cliente, el presidente Macri.
Ganar elecciones es esencial para todo proyecto político
democrático y en ese sentido no hay manera de subestimar el aporte de Durán
Barba al macrismo. Lo notable es que en este caso, la definición de la
estrategia electoral desborda ese ámbito y tiñe el rumbo del Gobierno.
Se podrá argumentar que el problema no es que Durán Barba
piense la política, sino que no hay nadie en Cambiemos que se atreva a elaborar
y debatir un curso alternativo. El radicalismo, que se supone es un partido de
valores, se maneja por momentos con un talante tan contenido, que queda a medio
camino entre el pedido vergonzante de "mas lugares" y el
acompañamiento timorato. Como si no encontrara la manera de hacer lo obvio con
alguna dignidad: Plantear y debatir políticas.
Es en ese vacío programático que Durán Barba avanza y se
convierte en la voz más visible de la ideología del Gobierno, con un resultado
poco feliz: Lo hace desde la construcción del remanido personaje del gurú
cínico y transgresor, una suerte de Roger Stone del PRO. Es decir, lo que
ofrece como idea de una gestión que proclama que vino a protagonizar un
"cambio cultural", apenas supera el nivel de la provocación
previsible, desbordada de referencias personales. Se entiende: Durán Barba lo
primero que vende es Durán Barba.
En un momento crítico del proyecto de Macri, cuando el
cambio prometido no se tradujo en una mejora palpable en la vida de la gente,
cuando las inconsistencias macroeconómicas todavía son inmensas, cuando el
mundo se pregunta que significa que un año y medio después la líder opositora con
más votos sea Cristina Kirchner, el gobierno deja que la voz dominante sea su
consultor electoral. Una voz desafinada que proclama el cambio de "abajo
para arriba", al tiempo que describe con detalle como manipula
electorados.
Y pasa lo obvio: Lo urgente -que es ganar las elecciones-
contamina lo estratégico. Durán Barba ideó la polarización con el kirchnerismo
como atajo para tapar el malestar con una economía que no termina de arrancar y
en ese proceso se llevó puesta la posibilidad de concretar un pacto de
gobernabilidad, que le otorgara a Macri el músculo político para encarar las
reformas que está postergando.
Durán Barba se trenzó en esa negativa, con destacados
miembros de la coalición gobernante como Gabriela Michetti, Federico Pinedo,
Ernesto Sanz y de la oposición más racional, como Sergio Massa, Miguel Angel
Pichetto y la mayoría de los gobernadores peronistas, que entienden que las
elecciones de octubre no resolverán el dilema de fondo: Macri es el presidente
de un gobierno en minoría que tiene que encarar acaso las reformas más
profundas desde que asumió Carlos Menem.
Esto Macri lo tiene clarísimo y sabe que cuando le piden
ajustar un déficit histórico, que si no se acomoda a mediano plazo derivará en
otra crisis de deuda, le están pidiendo una reforma jubilatoria. Es en el gasto
previsional donde se va el grueso del presupuesto.
Igual de inaccesible es -sin un acuerdo con la oposición-,
concretar una reforma impositiva y laboral que vuelva más competitiva a la
Argentina.
Pero claro, si lo que vende o se cree que trae votos es la
polarización, armar el escenario de una concertación a la Moncloa es anti
climático, por eso Durán Barba pone tanto énfasis en rechazarla. Y lo que vemos
es tan sencillo como frustrante: No es que prevalece lo electoral por sobre los
intereses del país, sino que se anula la posibilidad de debatir y acordar
políticas de Estado. Creer que vamos a salir adelante sin dar ese paso, es
volver a engañarse. Es caer una vez más en la idea de gobiernos providenciales
que todo lo solucionan, todo lo saben y todo lo pueden.
Es tan transparente que cuesta verlo: El encargado del
marketing electoral, la pura táctica, sin programa, ni ideología, es quien
ofrece el panorama global de hacia donde vamos. Ni los ministros, ni los dirigentes
mas importantes de la Coalición, logran el peso irrefutable de las palabras de
Durán Barba, a las que Macri siempre se termina plegando.
Pero cuidado, el problema no es el consultor. El drama es la
atomización fractal del poder que ensaya Macri para concentrarlo en su
decisión, unida a su desprecio bastante explícito por la discusión política
profunda. Es esa combinación la que hipertrofia el rol del consultor, en el que
se terceriza lo estratégico, que no es otra cosa que el corazón de la política.
Lo estratégico es importante porque trasciende y ordena en
una determinada dirección. Durán Barba impuso al inicio del gobierno la vía del
gradualismo y ahora a mitad del mandato, la polarización. Lo que vivimos, con
sus luces y sombras, es el resultado de esa definición.
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