Por Guillermo Piro |
La expresión anglófona lost in translation indica los
matices del significado necesariamente perdidos en el paso de una lengua a otra.
Una traductora, escritora e ilustradora llamada Ella Frances Sanders tuvo la
simple idea de catalogar algunas –las más enigmáticas, las más misteriosas y
las más impredecibles– de aquellas expresiones, sin importar de qué lengua
proceden y con la única condición de que sean lo suficientemente extrañas.
El
libro se llama así, Lost in Translation, originalmente fue publicado en 2014
pero recién acaba aparecer en la Argentina bajo el sello El Zorro Rojo. El
libro afronta a su modo, que siempre es un poco improbable, cincuenta palabras
intraducibles. La explicación de cada término se corresponde con la
ilustración, y entre las dos se consigue comunicar lo intraducible. Esta simple
tarea abre un importante interrogante acerca de los límites del lenguaje y el poder
de las imágenes a la hora de superarlos. Ciertas palabras –no importa si son
adjetivos, sustantivos o verbos–, al no tener un término correspondiente
unívoco en otra lengua, hacen que la traducción se convierta en algo
equivalente a trepar una montaña embarrada. Y la razón es, en la mayoría de los
casos, que lo que la palabra designa no tiene equivalente. Por ejemplo, ¿cómo
explicar el significado del sustantivo sueco tretar y evitar la fosilización de
la conversación sin llevar al interlocutor a la exasperación? Y sin embargo
Sanders lo explica con simpatía, brevedad y resignación: es la tercera taza de
café. A un concepto puede incluso adjudicarse un juicio de valor distinto; al
parecer, para los holandeses, comportarse como un avestruz, que entierra la
cabeza en la arena (mito urbano de improbable comprobación, pero bueno,
entendemos de qué estamos hablando) es una actitud reprobable (a mí, en cambio,
me parece una reacción admirable y digna de imitar) y por lo tanto merece un
nombre que la defina: struisvogelpolitiek, “política del avestruz”. Muchas
veces durante el proceso de traducción se pierde el sentido. Los japoneses, a
diferencia de los occidentales, tienen en tan alta estima el hecho de tener la
mente en blanco que le dieron un nombre a eso: boketto. Decir “tocino de la
pena” no tiene el menor sentido, hasta que se nos explica que la palabra
alemana kummerspeck alude a esas emociones que nos tragamos en grandes
cantidades, como explica Sanders: “Desafortunadamente, estamos diseñados para
encontrar consuelo en lo comestible y funciona, al menos hasta que un mes
después pasamos por delante de una superficie reflectante”. La superficie
reflectante es el espejo.
Las palabras son un conjunto de símbolos, símbolos
convencionales cuyo significado real los atraviesa. Traducir no es una
operación automática y banal, cada término trae consigo un patrimonio cultural
repleto de las experiencias y de la historia de un pueblo. Se traducen sonidos,
pero sobre todo se traducen conceptos. Casi todos, cuando esperamos a alguien
que no llega, abandonamos la comodidad y el calor de nuestros sillones y
salimos a la calle. Como hace frío –siempre hace frío cuando se espera–,
volvemos a entrar, para que el ciclo vuelva a repetirse y volvamos a salir a la
calle. ¿El tiempo pasará más rápido cuando nos movemos?, se pregunta Sanders.
Probablemente así sea, pero lo que es indudable es que no hay espera que
parezca más trágica que la de alguien saliendo de su iglú para echar una ojeada
a la planicie blanca y fría, como hacen los esquimales cuando están ansiosos.
En inuit se dice iktsuarpok. Recuérdenla, van a tener que usarla muy pronto.
© Perfil.com
0 comments :
Publicar un comentario