La ex presidenta
instrumentó un confinamiento de su rival,
que exhibe lo mejor y lo peor de su
capacidad política.
Por Ignacio Fidanza |
Cristina sorprendió a los que querían ser sorprendidos. La
ex presidenta suele ser muy predecible en sus decisiones de poder y acaso el
abuso -de mal gusto- de los "análisis" pretendidamente psiquiátricos
de sus acciones, llevan a perderse la esencia: Se trata de una política
profesional que permanece en el juego hace décadas.
No se sobrevive en el más impiadoso de los mundos haciendo
"locuras", se sobrevive haciendo política. En ese sentido su decisión
de disputar la candidatura a senadora -largamente anticipada por LPO- era la movida lógica para un
dirigente que pretende seguir ostentando esa condición. ¿Cómo rechazar la
posibilidad de participar en la pelea electoral más vibrante que tendrá el país
este año, si encima las encuestas le son favorables? ¿Qué no tiene el triunfo
asegurado? ¿Cuándo existió algo seguro en la política? De lo que se trata es de
pelear poder y Cristina algo de eso conoce.
Su gobierno tuvo luces y sombras, algunas de ellas muy
oscuras, que se mantienen inalterables: Como su atrasada visión económica y
sobre todo, su desprecio por la prensa y en buena medida la justicia. Pulsiones
autoritarias que -hábil- enmascara en un relato de rebeldía contra el poder
real.
Ahora, una cosa es Cristina presidenta y otra muy distinta
Cristina candidata. Subestimarla electoralmente es de aficionado. Randazzo está
viviendo esa intensidad.
Todavía faltan elementos para poder evaluar con certeza si
la decisión de regalarle el PJ a su ex ministro fue una genialidad o un error
descomunal, pero no se puede desconocer la audacia y seguridad que transunta la
movida, cuya complejidad ofrece una ventana muy interesante a la manera en que
piensa la política la ex presidenta. Se equivoca y acierta en magnitudes que
por momentos la dejan fuera de escala.
Esa singularidad es seguramente un rasgo de genio y de
riesgo, para un país que pagó demasiado caro el efecto subyugante de liderazgos
carismáticos y en ese camino mágico descuidó la construcción de instituciones
consistentes. Hoy lo pagamos con una moneda débil, pobreza, corrupción, déficit
energético, infraestructura atrasada y una matriz económica poco competitiva.
La crítica enajenada -que abunda y aburre-, la demonización
barata de la ex presidenta, el gorilismo abierto, obtura la posibilidad de
analizar un fenómeno que no deja de ser fascinante: La persistencia del
fenómeno populista en un país como la Argentina que tuvo y tiene todo para
alcanzar un desarrollo de potencia media equilibrada, al estilo de Canadá,
Australia o Nueva Zelanda.
El desafío de Randazzo fue ubicado por la ex presidenta en
el nivel que ella debe considerar adecuado en su intimidad: Una interna
pejotista con el intendente Mario Ishii, un torneo zonal de importancia menor.
Hubo en esa finta cierta elegancia creativa y poco republicana, que la pinta de
cuerpo entero. Pero no hay mucho para alarmarse, Macri hace lo mismo en
Cambiemos, con su estilo contenido.
De hecho, si hay un consenso en la amplia mayoría de las
organizaciones de la Argentina, es la mirada crítica sobre la democracia
interna, vista no como el mejor mecanismo para discutir liderazgo y renovación,
sino como la puerta que abre discusiones caníbales que terminan horadando la
institución.
Es tan exagerado extrapolar de esta pelea bonaerense el fin
del peronismo como ignorar el lento pero bastante consistente declive del
bipartidismo clásico del PJ frente a la UCR. Es por supuesto un proceso
dialéctico con avances y retrocesos y de compleja abstracción en un trazo
común, por el diseño federal de la Argentina, donde las realidades locales en
muchos casos contradicen una pretendida tendencia general.
Por eso, la idea del kirchnerismo como una deformación de
nuestra historia política que hay que extirpar, además de autoritaria es
equivocada. No hay bucear muy profundo para encontrar continuidades históricas
en lo que hoy representa Cristina. Desentrañar lo que pulsa dentro de esa
tendencia acaso sea más útil -hasta para quienes la detestan-, para desarmar su
ejercicio infatigable de polarización como herramienta política.
El macrismo es en ese sentido el mejor heredero del
kirchnerismo, un movimiento que reemplaza las remeras del Nestornauta por la
leona Vidal, que lejos de discutir las razones de sus fracasos como Gobierno,
prefiere cargar las tintas sobre los demonios del adversario, que manipula con
el miedo, que agita odios y fuga hacia adelante. No es que este "mal"
o no funcione, el drama de ese juego de opuestos -que ya edificó una zona de
confort para los que están "adentro" de esa pelea-, es que impide la
concertación de políticas de Estado que podrían empezar a sacarnos de ese
atraso, del que se acusan unos y otros.
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