Por Gustavo González |
Los radicales sienten que no es amor lo que une al macrismo
con ellos. Entienden que eso es demasiado pedir en política, pero sienten que
en este caso la relación siempre fue fría y hoy pende de un equilibrio
demasiado frágil.
Sienten bien. Aunque no deberían estar sorprendidos.
Se trata de un matrimonio consagrado por conveniencia. Y una
vez que el milagro electoral se produjo, la pareja quedó obligada a convivir.
El reparto de cargos privilegió, con razón, al jefe de la alianza, no a sus
socios de la UCR y el ARI. Pero siempre durmieron en camas separadas.
Así empezó todo. Meses antes de ganar las presidenciales,
cuando Cambiemos aún era una hipótesis, uno de los máximos ideólogos PRO se lo
explicó a Ernesto Sanz durante una cena casi a solas: nada podía unir a un
partido “de la nueva política” con uno relacionado con historias de
desilusiones. El radical agradeció tal sinceridad. Primero, porque no es usual
en política. Segundo, porque entonces supo cuál era el pensamiento profundo del
macrismo. A partir de ahí, emprendió una estrategia de convencimiento que
concluyó en acuerdo electoral.
El día que ese acuerdo se selló, Sanz confirmó su pulso de
estratega y le aportó a un sector de votantes una opción electoral que, según
él, entonces sí tendría chances de ganar. También Jaime Duran Barba confirmó algo:
según sus estudios, dos días después del acuerdo, el PRO perdía dos puntos de
intención de voto.
Los radicales están convencidos de que, sin el aporte de su
estructura partidaria, su praxis electoral y sus candidatos en cada distrito
del país, hoy Macri estaría recorriendo el mundo con Juliana Awada y su hija,
pero no como Presidente sino como turista.
Y el macrismo puro (no el de peronistas y radicales M) está
seguro de que, aun sin la UCR, Macri igual hubiera ganado.
Esas percepciones tan distintas se reflejaron desde el
principio en el Gobierno. Sanz lo anticipó. Creyó que había hecho lo correcto
por su partido al promover Cambiemos, pero fue consciente de que aceptar un
cargo lo haría chocar rápido con sus aliados. Además, no quería quedar en medio
de un sándwich entre un Gobierno que no toma al radicalismo como socio
igualitario y radicales que lo presionarían sin paz para interceder ante Macri
por cuotas de poder.
Prefirió irse.
El Presidente le tiene afecto a Sanz y está conforme con su
rol de consultor externo. Cada vez más externo. Pero hoy el macrismo no se
imagina a Sanz ni a otro político tradicional al frente de cargos claves: “No
es un problema ideológico, es metodológico. Ellos no creen en nuestro método de
hacer política y nosotros no creemos en el de ellos”. Aun los radicales con
cargos sienten esa frialdad. Por eso hablan en tercera persona cuando se
refieren al Ejecutivo.
UCR-Etna. El macrismo acepta que hay distritos en los cuales
el apoyo del radicalismo es vital, pero –siguiendo con su lógica– preferirían
que el logo de la UCR ni apareciera y que los radicales que compitieran
tuvieran el perfil de María Eugenia Vidal, “jóvenes, sin desgaste en la
política, sin tradición partidaria”. Si no fueran radicales, mejor.
Hace pocos días le sucedió al presidente radical, José
Corral. Llegó a la Rosada para hablar de listas. Para Santa Fe propuso a un
hombre fuerte del partido, Mario Barletta, un diputado incluso cercano al
macrismo. Suponía que no habría problema, se equivocaba. Según los radicales,
Barletta fue vetado y en su lugar les propusieron otro radical, joven, de
perfil bajo y sin peso partidario. El radicalismo lo considera una afrenta, en
especial por tratarse de una provincia en la que Corral se mostró dispuesto a
sacrificar su alianza con el socialismo para aliarse con el PRO.
La imagen del “veto” oficial también la usan para hablar de
casi todos los distritos.
En Córdoba, el PRO quiere encabezar lista con el ex árbitro
de fútbol Héctor Baldassi, desplazando a Diego Mestre, hermano de Ramón, el
radical más poderoso de la provincia.
En Capital Federal, todavía sufren el destrato con Martín
Lousteau, el candidato que una mayoría partidaria quería para competir en las
PASO. No sucederá y la UCR porteña está al borde de la fractura entre los que
irán con Lousteau y los que jugarían con la candidata macrista, Elisa Carrió.
En Buenos Aires, el macrismo también le dijo no al pedido de
Ricardo Alfonsín de primarias y ofreció “sólo” tres lugares entre los primeros
once, incluyendo a Facundo Manes, un radical al que el partido no considera
propio.
Como el Etna, la UCR es un volcán en plena ebullición. No se
salva ni Sanz, a quien algunos tratan de Pilatos por no hacerle sentir el
malestar al presidente de la Nación.
El fundador de Cambiemos mantiene una actividad política a
media máquina en la Ciudad de Buenos Aires. Hace tres semanas instó a un
acuerdo estilo Moncloa tras octubre. Enseguida se le sumó el peronista Miguel
Pichetto, junto a otros políticos que siempre soñaron con reproducir en la
Argentina un pacto estilo español de convivencias partidarias y políticas de
Estado compartidas.
Sanz cree en eso, pero además le gusta provocar. Entiende
que no hay nada que le interese menos a Macri que un acuerdo en el que
volverían a cobrar protagonismo partidos a los que el PRO aspira a dejar en el
olvido o considera “piantavotos”. Al defender su idea, el radical hasta parece
ironizar con el célebre “método” oficial, la palabra preferida del
duranbarbismo. “En muchos dirigentes políticos hay un diagnóstico acerca de un
agotamiento metodológico y estratégico”, tira Sanz.
Está claro que un pacto no está en el ADN macrista y que si
sucediera sería porque al Gobierno no le queda otra. Por eso los radicales se
preguntan por qué desde el PRO sugieren que tras los comicios podría haber un
Moncloa. Dan dos respuestas: “O Macri prepara el terreno ante un mal resultado
electoral o, por el contrario, cree que va a necesitar acompañamiento de otras
fuerzas para un duro ajuste”.
Jaime-Carrió. La presentación de La política en el siglo
XXI, el libro de Duran Barba y Santiago Nieto que ya es best-seller, marcó un
estrés imprevisto en el Gobierno al enterarse de que su consultor estrella
daría una serie de reportajes para promocionarlo. Tanto Macri como Marcos Peña
saben que Duran Barba hace lo que quiere, por lo que no les quedó más que la
poco científica técnica de cruzar los dedos para que no la emprendiera contra
el papa Francisco y Elisa Carrió, en especial con su candidata porteña. Ella
alguna vez le dijo en la cara al ecuatoriano que lo consideraba “el demonio”. Y
él le respondió que “tiene la lengua muy larga”.
Por ahora, tras una decena de entrevistas, todo marcha bien:
cada vez que le preguntan por Carrió, el columnista de PERFIL aprieta los
dientes, sonríe y responde: “Supongo que Carrió le hace bien a Macri, no tengo
mucha idea de eso”. Hasta ahí llega.
En público, Carrió asegura que si las sugerencias del
estratega de campaña “son inteligentes” las va a aceptar. En privado, pidió
expresamente no tener el menor contacto físico con él.
En las últimas semanas, a los dos asesores “terapéuticos”
que Macri dispuso desde un principio para contener a su aliada (primero fue un
colaborador externo de máxima confianza y desde hace un año un ministro clave),
ahora se sumó alguien más. Es un hombre del duranbarbismo que tiene la dura
misión de intermediar para que la estrategia electoral diseñada junto a
Rodríguez Larreta resulte digerible para la líder del ARI.
¿Que se rompa y no se doble? Sanz, Carrió, radicales en
general, son representantes de sectores medios, urbanos y rurales, y de ciertas
elites provinciales. Desde Yrigoyen para acá, integraron gobiernos que no
terminaron sus mandatos. El último fracaso fue el de De la Rúa.
El acuerdo con un partido nuevo y ascendente como el de
Macri (representación de sectores medios y altos, pero también de núcleos
populares) les dio otra chance de acercarse al poder a través de una alianza
policlasista atípica.
No la tienen muy fácil.
Deben lidiar con los “malditos peronistas”, que no dejan de
reproducirse con posibilidades de éxito, y con socios que los consideran parte
del pasado. Por ahora, contrariando a su fundador, Leandro N. Alem, prefieren
doblarse, ser flexibles y ceder, antes que se rompa la alianza.
Pero saben que los matrimonios por conveniencia son
matrimonios entre personas que no se convienen. Y eso, tarde o temprano, suele
terminar mal.
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