Por Manuel Vicent |
Se podría vivir sin políticos, pero no sin médicos; se
podría vivir sin militares, pero no sin maestros; se podría vivir sin jueces y
policías, pero no sin científicos; se podría vivir sin sacerdotes, pero no sin
labradores. No obstante, en este reino de la acracia feliz solo algunos
políticos, jueces y policías urbanos podrían seguir contribuyendo a la felicidad
colectiva siempre que lograran superar la prueba de la Vibradora Universal cuya
ejecución consiste en que, sometida cualquier obra, conducta, profesión,
ideología o creencia de las personas a una poderosa vibración, todo lo que cae
es lo que les sobra. Menos es más.
Este principio minimalista que el arquitecto Mies van der
Rohe inoculaba en sus edificios se puede aplicar a cualquier aspecto de la
sociedad.
Si durante el debate sobre el estado de la nación se
sometiera el Congreso de los Diputados a la Ley de la Vibradora Universal, ¿qué
político quedaría en pie que fuera digno de hablar desde la tribuna?
Si esta poderosa vibración se aplicara a lo estúpido y
superfluo que uno oye y lee cada día en los medios, ¿cuántas palabras se
mantendrían limpias y necesarias desafiando la belleza del silencio? Si la
ideología de derechas o de izquierdas fuera sometida a la Vibradora Universal,
sin duda, el ciudadano quedaría exento de fanatismo, sectarismo y estupidez,
dispuesto a votar a un líder inteligente y honesto sin más adherencias.
También serían innumerables los cascotes que se
desprenderían de la iglesia, de la universidad y del mundo del arte.
Al final de este seísmo estético la sociedad habría quedado
compuesta solo de médicos, maestros, investigadores, guardabosques y
sembradores de cereal, asistida por unos pocos guardias de tráfico, que
hubieran salido indemnes de la descarga de la Vibradora Universal para formar
parte del reino moral de la acracia.
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