La Sociedad de Mendigos Aficionados
Watson y Holmes |
Por Javier Casis
Una mañana del mes de enero de 1982
Billy penetró en la sala de estar de Baker Street, en
la que Holmes y Watson se encontraban tomando una
copa de un excelente jerez español rodeados de una espesa nube de humo
procedente de sus pipas, y dirigiéndose al detective le dijo que una comisión
de tres individuos de muy sucia indumentaria y dudosa catadura, que aseguraban
representar a la Sociedad de Mendigos Aficionados de Londres,
querían exponerle con el máximo respeto una razonada queja.
Holmes le preguntó a su amigo y
biógrafo si tenía conocimiento de la existencia de tal asociación en la capital
del Reino Unido, y Watson le contestó que era la primera vez que la oía citar.
El detective hurgó brevemente en su archivo con gran pericia y, al hallar lo
que buscaba, le dijo a Billy que los recibiría gustoso.
Acto seguido les invitó a que tomaran
asiento pidiéndole al botones que por favor les trajera unas copas más de jerez
y un buen surtido de emparedados, y ante la mirada de sorpresa de los
tres individuos, Holmes les rogó que le expusieran cuál era el motivo de su
queja.
Ellos, muy educadamente, le dieron
las gracias por haberlos recibido y acto seguido el que parecía llevar la voz
cantante le dijo a Watson que su asociación estaba suscrita al Strand Magazine y que en el número de
diciembre de 1891 habían leído la aventura de El hombre del labio
retorcido y tenían que hacer al respecto algunas
puntualizaciones.
Entonces, Holmes dijo que tanto él
como su colega estaban dispuestos a escucharlas.
El mendigo que llevaba la iniciativa
argumentó que de ninguna manera se podía tomar la bonita historia de Neville St. Clair como ejemplo de la recaudación
del mendigo medio londinense. El concejal de Hacienda, lord Christopher
Monteiro, de origen español, que también estaba suscrito al Strand Magazine, había
leído también la historia y estaba dispuesto a tomar cartas en el asunto y
había ordenado confeccionar un censo oficial de esta actividad para
facilitarles un carné a cada uno por el que tendrían que abonar una libra al
año. Ellos argumentaban que el aspecto físico de Neville era bastante
desagradable, por no decir asqueroso, y denigraba su zona de trabajo porque la City era un lugar muy visitado por caballeros.
Holmes les aseguró que él, en su día,
le había tomado declaración a Neville y en principio no tenía por qué dudar de
su palabra. Les propuso que algunos empleados suyos de toda confianza
elaboraran un censo fiable de mendigos y también el de las mejores esquinas y plazas de Londres para ejercer
la mendicidad, y luego se volvería a reunir con ellos para fijar una cantidad
equitativamente justa teniendo en cuenta las diversas variables, de esta forma
todos quedarían contentos.
En el momento en que los tres
individuos desaparecieron lo primero que hizo Holmes fue abrir de par en par
las ventanas para que despareciera el olor a ropa vieja. Pasado un tiempo
prudencial llamó a Wiggins, el jefe de «Los
Irregulares de Baker Street», y le dijo que pondría toda su tropa a
trabajar durante quince días. Quería saber con exactitud los mendigos que había
en Londres clasificados por su aspecto, zona donde trabajaban y su media de
recaudación mensual. También le dijo que si necesitaba más efectivos los
reclutase y que las tarifas de trabajo seguirían siendo las mismas, es decir,
un chelín, con la salvedad de que si los resultados eran todo lo satisfactorios
que él esperaba habría una prima extraordinaria de media corona por cabeza.
Wiggins se cuadró, saludó cual si fuera un soldado y salió como un relámpago de
la sala de estar.
Transcurridos los quince días
establecidos, el mozalbete se presentó de nuevo a Holmes y le entregó un
paquete de papeles redactados, con muy buena letra, por uno de los únicos
“irregulares” que sabía escribir. En Londres había 6.580.000 habitantes, 8.123 esquinas clasificadas en tres
categorías, 8.226 mendigos profesionales y la media de recaudación era de 43,75
libras anuales. Holmes le abonó el salario establecido más algunas
monedas de plata de propina. El detective habló con Mycroft, para que estableciera contacto con el Concejo
y el resultado fue que se expidieron los permisos, se regularon las esquinas y
hasta se fijó el aspecto físico que deberían presentar los mendigos. La media
de la tarifa pasó de ser fija a ser equitativa y la Sociedad de Mendigos
Aficionados de Londres, en agradecimiento, se convirtió en «Los fieles confidentes de Baker Street», asociación
que se prestó a colaborar desinteresadamente con Holmes en todo aquello que
fuera necesario y lord Christopher le otorgó al detective el título de Miembro
de Honor del Concejo, cargo que matizó no gozaba de ningún tipo de retribución
económica.
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