Por Jorge Fernández Díaz |
Porfía la realidad en trabajar para la alegoría; insiste el
kirchnerismo en escribir renglones antológicos de la literatura. "¡Vamos a
Venezuela!", les rogaban el martes los emisarios de Máximo a doce barones
que habían dejado de ser apóstoles, que permanecían atrincherados a pocas
cuadras y que, abruptamente asqueados por la Armada Brancaleone de la
Pasionaria del Calafate, se sentían emboscados y se negaban a sumarse a esa
obra de falsa unidad que se representaba en la calle Venezuela y en las
bolivarianas tablas del teatro Caras y Caretas.
Esa función de gala no terminó
nada bien, aunque nadie sabe si los remisos y los horribles no acabarán
abrazándose cariñosamente en la campaña: todo sea por los porotos. Las
convicciones políticas son como la virginidad; una vez perdidas, no vuelven a
recobrarse, decía el intelectual español Francisco Pi y Margall. Los culpables
de la debacle bonaerense se proponen ahora para reconstruir la provincia, así
como quienes destruyeron la economía, se ofrecen a sacarnos del atraso. Máximo
y su madre, que no pueden caminar por las calles de Santa Cruz, intentan
comprar con encuestas en La Matanza su libertad ambulatoria. Basculan, esta vez
sin caja, entre la amenaza y el engaño, y hay intendentes de la confusión que
son envases vacíos: han perdido la memoria y la identidad, y les da
aproximadamente lo mismo ser tirios o troyanos. Esos muchachos encargan sondeos
todos los meses para ver con quiénes se quedan. Se miden con Macri, con Massa,
con Randazzo y con Cristina. Es una suerte que no se midan con Mussolini,
porque correrían el riesgo de convertirse rápidamente en fascistas italianos.
El vocablo "renovación" se ha puesto de moda, pero
de un modo banal y equívoco, y es utilizado hasta por La Cámpora: nosotros
somos la "renovación generacional", afirman quienes sólo buscan
radicalizarse. Los peronistas deben hacer un mea culpa, porque hasta ahora el único error que admiten es haber
perdido. Sin una autocrítica pública y sin su consiguiente repudio a los
"herminios" de la fase anterior, será difícil que los votantes
entiendan qué los diferencia del cristinismo: la doctora parece tener un modelo
de país en la cabeza (Venezuela); sus oponentes, en cambio, deambulan sin
brújula ni discurso.
Un Manual de la Restauración Peronista no podría obviar el
principal conflicto que asoma en Occidente: los herederos de Perón, ¿seguirán
jugando en el equipo del "antisistema" o ayudarán a formar un nuevo
sistema político que los contenga? Los genes del Movimiento, redivivos en los
años 80, provocaron que la Argentina viviera al menos un cuarto de siglo en el
experimento fatal del "antisistema": tomen nota en Europa, los
resultados sociales y económicos han sido decepcionantes. Figuras como
Schiaretti, que lidera la liga de gobernadores, o como el senador Pichetto, que
nuclea a los moderados, parecen estar convencidos de que el kirchnerismo
fenece, el peronismo debe recuperar su centrismo desarrollista, es necesario
garantizarle gobernabilidad a Cambiemos mediante un Pacto de la Moncloa, y urge
dejar atrás los trajes extremos y escasamente institucionales del pasado. Luis
D'Elía, que habla por orden de su jefa, cree exactamente lo contrario: "El
kirchnerismo no es una corriente interna del Partido Justicialista. Es un nuevo
sujeto histórico". ¿Y qué piensa Randazzo? En la intimidad, se lo ha
escuchado decir que la administración Scioli fue la peor de la historia, y que
muchos de los problemas que atraviesan Macri y Vidal son producto de los
lamentables errores cristinistas. Sin embargo, ni Schiaretti, ni Pichetto ni
Randazzo están de acuerdo con algunas medicinas que el macrismo elige para
curar al maltrecho paciente que heredó.
Tampoco Cristina termina de decir lo que ha dicho en
privado. Que el PJ es un conjunto perimido, que las organizaciones sociales
tienen un rol menor y que la CGT está dominada por burócratas reaccionarios. Si
fuera por ella, el Frente para la Victoria intentaría transformarse en un
artefacto a medida de la amplia clase media, aunque orientado hacia una
izquierda populista. Pero la necesidad tiene cara de hereje, compañeros, y
entonces habrá que seguir cantando la marchita, por lo menos hasta que los
jueces dejen de despellejarnos los talones.
Sergio Massa, por su parte, parece haber renunciado a
conducir al peronismo sosteniendo contra viento y marea su asociación con
Margarita Stolbizer, una Carrió socialdemócrata que le veta impresentables y le
propone implícitamente una coalición espejo del frente oficialista, donde al
final el justicialismo ocupe el lugar del radicalismo, y el Frente Renovador,
el sitial de Pro. Massa es visto con ajenidad por la militancia y nunca se
expide sobre el ser peronista, y Poliarquía acaba de revelar que mejoró siete
puntos: lo que equivale a decir que cuando habla, cae y cuando calla, sube.
A grandes rasgos podría afirmarse, por lo tanto, que el
peronismo troncal (si es que esa entidad todavía existe y no se reduce apenas a
un archipiélago de islas dispersas) debe tomar una decisión dramática acerca de
si expresará al Perón prehistórico o encarnará a un Perón moderno; si
propenderá a un nuevo nacionalismo mesiánico al estilo de Cristina, o si
tenderá a un socialcristianismo republicano y dialoguista como impulsaban
Bordón y Cafiero. No parecen estar dadas las condiciones para detenerse en los
90, que fueron producto del Consenso de Washington y dejó un mal sabor a unos y
a otros. Esta discusión histórica, que no termina de desplegarse, es
trascendente por muchas razones. Para empezar, porque aún no se ha despejado la
gran incógnita: ¿el populismo salvaje ha quedado sepultado o puede revivir en
breve? La duda inquieta a inversores y a ciudadanos: hoy el peronismo sigue
metiendo miedo; no se sabe si su próximo avatar será carnívoro o herbívoro, ni
si podrá formar una fuerza nueva que no renuncie al linaje pero que tampoco
ignore las condiciones objetivas de un mundo cambiante y de una sociedad que
pretende mayoritariamente "un país normal".
Mirar la era de la robótica y los dispositivos móviles desde
Sinfonía de un sentimiento de Favio es un grueso error; reconstituir el
paternalismo peronista en la década de la horizontalidad, es una trampa de la
omnipotencia y de la melancolía; pretender hacer revivals de un líder que se
caracterizó precisamente por la mutación perpetua, es una zoncera criolla;
pensar que representan la Patria y que cualquier otro sector resulta funcional
al imperialismo norteamericano, es un insulto a la inteligencia. Y arrogarse la
defensa de los humildes sin actos de contrición cuando al menos tres veces (con
Menem, Duhalde y Cristina) fabricaron desempleo y pobreza a gran escala,
constituye una estafa discursiva: los datos de malnutrición, inseguridad,
desocupación y miseria lo verifican; la provincia de Buenos Aires es un plano
de sus humillaciones y fracasos.
En la vereda de enfrente, pensar que el intríngulis
peronista no les incumbe y desdeñar su legitimidad, es una doble equivocación.
Lo dijo Sarlo: nos guste o no, el peronismo es tan indispensable en la política
como Borges en la literatura. Y pase lo que pase en octubre, el Gobierno
precisará un peronismo razonable que lo sostenga contra los destituyentes, lo
acompañe en las reformas y eventualmente lo suceda en el comando. Es un asunto
muy serio, una obra de teatro en la que no hay espacio para sainetes venezolanos
ni para argumentos que sigan confundiendo las caras con las caretas.
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