Derrota con un 65% de
votos a la derechista Marine Le Pen
y será el presidente más joven de la V República.
Emmanuel Macron votó en la localidad de Le Touquet en las elecciones presidenciales que lo convierten en el nuevo jefe de Estado de Francia. (Foto: AP) |
Mundo - Y Francia
dijo no. La victoria en las elecciones presidenciales de Emmanuel Macron, un
exbanquero europeísta y liberal, frena la ola de descontento populista que
triunfó en noviembre en las presidenciales de Estados Unidos y, antes, en el
referéndum europeo de Reino Unido. Al frente del nuevo movimiento En Marche!, derrotó con rotundidad a
Marine Le Pen, alineada con el presidente estadounidense Donald Trump y el ruso
Vladímir Putin.
Macron, que a los 39 años será el presidente más joven de la V
República, conectó con las ansias de aire fresco y renovación moderada de
millones de franceses, y se benefició de amplio rechazo que suscita el partido
de su rival, el Frente Nacional. Después del Brexit y de Trump, no habrá Le
Pen.
Macron consiguió un 65% de votos, frente a menos del 35% de
Le Pen, según las primeras estimaciones. Es la segunda victoria más amplia en
la historia de la V República después la de Jacques Chirac ante Jean-Marie Le
Pen, padre de Marine, en 2002.
La historia nunca se mueve en línea recta, ni sirven los
relatos que todo lo abarcan, como demuestra la elección francesa de 2017. En el
año del populismo y el nacionalismo, en una sociedades marcadas por el hartazgo
con las élites, en un momento de escepticismo con el capitalismo de libre
mercado y el orden liberal internacional, de crisis de la integración europea y
de miedo a los inmigrantes y refugiados, Francia emprende otro camino.
Si hace unos meses, en el mundo convulsionado por la
irrupción de Trump y la salida de Reino Unido de UE, alguien hubiese
pronosticado que los franceses elegirían presidente europeísta y liberal,
defensor de la globalización y partidario de la apertura de las fronteras a las
personas y a las mercancías, habría pasado por un desinformado, o un incauto.
Si, además, este candidato hubiese sido banquero de
inversiones —solo nueve años después de la caída del banco de inversiones
Lehman Brothers, detonante de la Gran Recesión— y ministro de Economía del
presidente más impopular de la V República, cualquier consultor electoral le
habría aconsejado que se olvidase inmediatamente de aspirar a la presidencia.
Emmanuel Jean-Michel Frédéric Macron (Amiens, 1977), sin
renunciar a ninguna de estas ideas ni esconder su biografía, desafió todas las
advertencias y se convertirá en el octavo presidente de la V República. La
ceremonia de traspaso de poderes con el socialista François Hollande se
celebrará esta misma semana y en los próximos días nombrará a un primer
ministro. Nadie le esperaba, pocos creían en él cuando hace un año lanzó En
Marche!, siendo aún ministro independiente de Hollande.
Una mezcla de suerte y audacia explican su éxito. Tuvo la
suerte de ver cómo los principales aspirantes para la presidencia iban cayendo
uno a uno en las elecciones primarias (Nicolas Sarkozy y Manuel Valls), bajo el
peso de los escándalos (François Fillon) o por la decisión de no presentarse
(François Hollande). Y supo aprovecharla al ocupar el preciado centro político
para apelar a los “dos de cada tres franceses” de los que hablaba Valéry
Giscard D’Estaing en un libro de 1984: el espectro que va del centroizquierda
al centroderecha, la masa crítica necesaria para emprender las siempre
aplazadas reformas.
La audacia de Macron consistió en entender que, en el año
del descontento con el statu quo, había espacio para un hombre como él. Criado
en y por el statu quo autóctono—el producto mejor acabado de la meritocracia
francesa—, rompió con el statu quo. Por su juventud, casi revolucionaria para
la clase política de este país. Y por su visión al emanciparse de los partidos
tradicionales en el momento en que estos estaban a punto de implosionar. El
nuevo presidente ha sabido captar el humor de una parte de la sociedad
francesa, harta de la vieja política y las viejas estructuras y al mismo tiempo
esperanzada y optimista. Es la Francia más cosmopolita y educada, la de los
ingresos más elevados y las metrópolis globalizadas, pero también de la cornisa
atlántica, en parte rural, la que menos ha sufrido los embates del capitalismo
transnacional.
Una parte del voto a Macron es un voto de adhesión; una
parte aún mayor lo constituyen ciudadanos de derechas e izquierdas que ante
todo querían frenar al Frente Nacional de Le Pen. Son votantes prestados, que
no regalarán nada al presidente en los próximos meses y que en algunos aspectos
—la economía, o Europa— se oponen a sus ideas.
El sistema de elecciones con dos vueltas es una diferencia
clave de Francia respecto a otros países sometidos a la sacudida populista. En
Francia, aunque la opción extremista se clasifique, como ocurrió en la primera
vuelta del 23 de abril, en la segunda vuelta se forman mayorías que impiden su
acceso al poder. Esta es la maldición del FN y Le Pen, que, pese a los avances,
siguen cargando con el estigma de la ultraderecha de raíz racista, antisemita y
colaboracionista. La derrota en el momento más dulce para sus ideas
—excepcionalmente un candidato estaba en sintonía con Moscú y Washington, y era
Marine Le Pen— abrirá una reflexión y puede hacer tambalear su liderazgo.
Cuenta sin embargo con el aval de millones de votantes y la aspiración de
transformarse en el primer partido de la oposición. Y la alta abstención,
comparada con otras elecciones, y un resultado que dobla el de su padre,
Jean-Marie, en 2002, son una señal: el frente anti-Le Pen muestra signos de
debilidad.
El peligro para Macron es la fuerte contestación que
encontrará a izquierda y derecha, los sempiternos bloqueos con los que
cualquier presidente reformista —y casi todos llegan prometiendo, por fin, la
reforma— se estrellan a los pocos meses de instalarse en el Elíseo. Antes
deberá nombrar al primer ministro —las quinielas señalan desde al veterano
barón centrista François Bayrou a una mujer procedente de la sociedad civil— y
obtener una mayoría parlamentaria en las elecciones legislativas de junio.
La victoria de Macron por ahora significa más por lo que
evita —el ascenso al poder de un partido extremista que quería sacar a Francia
de la UE y del euro— que por sus propuestas en sí. La potencia simbólica del
resultado —un hombre joven, al que ya se ha comparado con el canadiense Justin
Trudeau y al que se comparará con John Kennedy en el mundo de los Trump, Putin
y el Brexit— desborda los detalles programáticos de En Marche!.
Francia, pese a su menguante peso internacional y sus
inseguridades existenciales, tiene en común con EE UU su vocación universal, la
creencia de que la ‘idea francesa’ —los ideales de la Revolución, los derechos
humanos— trasciende sus fronteras. El general De Gaulle hablaba en 1945 de
“estos momentos de la historia en los que en el suelo de Francia se decidía la
suerte de Europa y, a través de ella, incluso del mundo”. La elección de Emmanuel
Macron es un mensaje global.
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